sábado, 31 de marzo de 2012



Un cuna en el cielo

Sin olvidar, aunque tapado bajo siete lápidas, el acontecimiento de más peligro que todos los demás, que hemos vivido después de la así llamada Revolución del 22-28 de Diciembre de 1989, ha sido una segunda intervención externa, - 16-20 de marzo de 1990 - para desmembrar el país rumano, dejando Transilvania allende los confines nacionales. Una confrontación interétnica estimulada, promovida y, paulatinamente, llevada hacia el desenlace concertado a obscuras, en las oficinas sin ventanas de los espías sin fronteras.

Excitado en los puntos neurológicos del nacionalismo, el conflicto se ha extendido a buen ritmo, abarcando ciudades – Târgu Mureş, Harghita, Covasna, Sovata, Miercurea Ciuc, Sfântu Gheorghe, etc. – y comarcas como Hodoc, Ibǎneşti, Teaca, con alto porcentaje de población húngara. Estallidos al filo de una guerra civil, que es, con toda certeza, lo que se había programado. Tal vez, algo más: la interposición del Ejercito Rumano para abrir así las puertas a otros ejércitos.

Proyecto fracasado finalmente, debido a muchos factores tenidos en cuenta, pero mal calculados por los organizadores sin cara e instigadores de cara descubierta. En lo primero, el factor fundamental: el esperado enfrentamiento entre húngaros y rumanos se ha detenido al nivel de refriegas; en lo segundo, la neutralidad activa de las fuerzas militares rumanas y la ausencia de las húngaras. Más en concreto, al mando del Segundo Cuerpo del Ejército Rumano, el general Cheler ha colocado en la plaza central y en las calles de Târgu Mureş, ciudad capital de provincia, una columna de blindados sin nada de munición, ni siquiera obuses de fogueo. Bien pegados los moros, a menos de un palmo, dividiendo así lo que era imposible de dividir: rumanos y húngaros, por igual, se encontraba juntos en las dos partes de la línea, sin poder tenderse las manos, mientras el ruido de los motores a ralentí impedía la comunicación verbal.

El factor de apoyo logístico tampoco ha funcionado: preparadas de antemano y bien medidas para crear la necesaria psicosis, las noticias falsas han caído en el vacío.

Siempre presentes, más que presentes, en los meses que han precedido la caída de la dictadura de Ceausescu, agobiantes durante los días de la caída, cuando han conseguido cambiar el sentido de la revolución, profanando ideales y sacrificios supremos, los espías sin fronteras han naufragado en Transilvania, durante los acontecimientos transcurridos entre 18 y 20 de Marzo, de 1990. Vencidos por la memoria histórica de sus habitantes, la que los había puesto a salvo en situaciones peores. La larga convivencia, bien llevada por las minorías, ha influido mucho en su conducta frente a un peligro así. Que no venía desde dentro, o sea, no había brotado y crecido en sus jardines. Y ha sido esto, el sexto sentido, el que había delatado la injerencia ajena y lejana. La mala hierba no era de la casa, venía de otros huertos.

Por si todavía alguien podría pensar que no se tratara de tal injerencia, basta con observar el cuidado puesto en la retirada, borrando las huellas y silenciando el incidente, como si nunca hubiera existido. Menos el testimonio de los que lo han vivido en cuerpo y alma. Y algunos hechos imposibles de tapar por ser obra común, de los arquitectos del proyecto y de la maquinaría propagandística. Porque el gran fracaso de la operación ha significado también la gran frustración de los medios de comunicación, mercenarios de la palabra, adiestrados para cubrir bien el tamaño de un desastre planificado.

En este sentido, para conocer el escenario, estos medios han llegado al lugar con suficiente antelación. Entre estos, el equipo de una televisión irlandesa ha alquilado apartamentos en el hotel cuyas terrazas daban a la plaza central, donde estaban ya instalados algunos periodistas y enviados especiales, más un grupo de observadores del Comité Helsinki, convertido en sucursal de varias oficinas de información.

Al final, defraudados por el naufrago, han tratado de sacar partida de incidentes con más relevancia: un grupo de individuos apaleaba a muerte a una persona tendida en la plaza. Claro, los apaleadores eran rumanos que machacaban con saña a un húngaro.

Así, con esta leyenda, los enviados de la televisión irlandesa han vendido el reportaje a la BBC, la cual lo había difundido en todo el mundo. La desfachatez no hubiera podido ser mayor. El tendido al suelo, molido y ensangrentado, se llamaba Mihai Cofariu, ciudadano rumano de la aldea de Hodoc, y los que lo estaban zurrando, eran húngaros. De entre ellos, seis habían sido identificados y detenidos; luego, tras regateos, tres han sido puestos en libertad y los demás condenados según rigen la ley.

A pesar de ello, de la protesta oficial rumana que ha demostrado la verdad, condenando la burda manipulación, la BBC ha echado el asunto a saco roto.

Mientras tanto, otra televisión, esta vez de Miami - supongo que para suavizar un poco las cosas -, ha insistido en concederle una entrevista. La he recibido en mi despacho de director del diario que había fundado sobre los escombros de Scânteia, el órgano central de la prensa del partido comunista. Y después del preámbulo del jefe del equipo, correcto y exacto, lo he defraudado: no, señor, el tendido al suelo no era un rumano, ni los que lo estaban matando eran húngaros. Nada de esto, era un extraterrestre apaleado por una cámara irlandesa teledirigida y pagada con dinero de origen desconocido. Es que el dolor y las lágrimas no tienen nacionalidad, menos en los estudios de la BBC…

Mihai Cofariu habrá de pasar muchos meses en los hospitales de Francia y Estados Unidos y regresará a su comarca de Hobeni en silla de ruedas, hemipléjico.

Igual camino emprenderá en los mismos meses Süto Andras, escritor rumano de lengua húngara. Afable, íntegro, dedicado a su escritura, vivía en una casa erguida sobre una colina y había bajado al centro de la ciudad, tratando de apaciguar los espíritus encolerizados. Tragado por la vorágine, entre los de su sangre, alguien se había ensañado con él y le ha golpeado en la cara. Desde los hospitales de Budapest y América, Süto Andras volverá a su casa de la colina, tuerto. Soñando, tal vez, páginas autobiográficas de su novela Una cuna en el cielo…

© Fragmento del libro inédito Elogio de un pueblo que desaparece.