Sin alma otra vez. Al igual que ayer,
no sé por dónde anda sola. Yo
estoy andando por las calles.
Nada busco: todo lo que he encontrado
apenas me ha servido para seguir buscando.
Nadie me podrá enderezar los hombros
doblados bajo tanta duda.
Entre la pirámide y la caña,
me he quedado con ésta última.
Ondulación y rumor. Flexibilidad y murmullo.
Al caer la noche, el recuerdo desata
los manantiales de lo que hubiera podido ser.
Es el instante en el que el alma abre y se va.
Nunca le digo que se quede. Sin decírnoslo,
nos repartimos las horas. El silencio
del arco bien tenso.
Sé cuando vuelve: el cuarto
se está llenado del olor de la infancia.
Suave, la luz de otoño nos junta una vez más.
- Está bien, mi alma. - Está bien, mi hombre.
El arco se destensa. El silencio
se traslada a la punta de la saeta.