Lo encuentro cada vez más triste,
cada vez más apagado en sus saltos
dibujando un color desconocido.
Las miradas, sobre todo las miradas,
alumbran cada vez menos
en la alegría del encuentro.
Las patas han perdido la elasticidad
que dibujaban palabras en el aire,
convincentes como las de un sabio.
Mi madre dice que es por el frío,
que lo han enfermado los rayos de la luna
y que de noche aúlla mucho.
Durante el útlimo estío que dejamos de vernos,
comió mucha hierba y se alejó de las rosas
como si hubieran sido fuego para su mirada.
Pero yo creo que su tristeza es otra,
porque siento, cuando me mira,
que sabe palabras que nunca le enseñé.
La palabra vejez, por ejemplo; la palabra muerte.
Por eso me siento a su lado,
a cuatro patas. Y aullamos los dos.