TudorArghezi (1880-1967)
El más importante poeta rumano moderno. Custodio de una galería de arte en Bucarest, químico, monje, vendedor de periódicos en París, relojero en Ginebra, estudiante en Friburgo, profesor de historia de las religiones en una escuela militar, publica su primer poema a los 16 años y el primer libro de poesía a los 47. Redactor, director y fundador de revistas y periódicos, fue encarcelado por colaboracionista (1918- 1919) y por su actitud antifascista conoció los campos de concentración (1943). Su obra es modelo de perfección idiomática. Reanimó formas literarias desusadas e inventó otras, tales como la "tablilla", ingeniosa mezcla de narración y ensayo penetrada de un lúcido lirismo. Obra: Poesía: Palabras adecuadas; Flores de moho; Librito para el anochecer; Versos; Cien poemas; La colmena; Canción del hombre; Versos escogidos; Hojas; Juegos de niños; Poemas nuevos; Siete hermanos; Cadencias. Narrativa: Tablillas del país de Kuty; Los ojos de
La ceniza de nuestros sueños
La ceniza de nuestros sueños
cierne sobre nosotros a montones,
como caen en los búcaros
los pétalos azules dañados
por algún insecto oculto en las hojas.
Se agita el viento y gime.
La tierra se une al cielo,
las ciudades son bolas y ovillos,
hondas guitarras de maldiciones
y el aire está frío como el hielo.
La tierra es un molino vacío
con larvas mendigando cobijo,
moviéndose en el polvo muerto
que se escurre en el caos...
La tierra de los sueños que se han ido.
Podría tomar la eternidad por compañera
de todos mis pensamientos;
hechizar nuevos violines, hallar nuevas melodías
y versos -ágiles y densos.
De cualquier modo el violín sabe qué decir
cuando lo oprimo con el arco o hago vibrar sus cuerdas.
Una inquieta ansia celeste
domina mi mano y me quema el alma.
Sé que nuestra estrella radiante en lo Alto
crece y espera descender hasta el violín.
Llevo dentro de mí el signo, como certeza
de que tengo el remedio para la muerte de todos.
¿Para qué, Padre, habría de dar y a quién,
el sonido de bronce de las fiestas?
No quiero mi pan por cantarte a ti
y no quiero mi cuenco rodeado de estrellas.
El cuerpo de mujer que sé abrazar
no te lo voy a entregar, caliente y blanco;
sólo no es pecado enturbiar
con el sufrimiento del cielo el agua del Jordán.
Quiero perderme en la oscuridad y en la podredumbre,
sin conocer la gloria, cruel y asqueado.
Que nadie sepa que me he deleitado
y que dentro de mí tú mismo has vivido.
La tierra antigua se ha civilizado.
Ya no hay ninfas, ni sirenas, ni náyades
meciéndose rítmicas y sensuales
en el ondulante lecho de las aguas.
Sobre el negro asfalto de los bulevares,
bajo la mirada de los guardias, en grupos,
los sobrinos de Orfeo van a la escuela
con sus pizarras de piedra y sus esponjas.
Todos han abdicado de su función divina,
han renunciado ya a las glorias eternas:
Apolo es profesor de mandolina,
Pan da lecciones de lenguas modernas.
Hércules es petrolero mecanógrafo,
y el propio Júpiter, boticario avisado,
despacha en cajitas, en su tienda,
comprimidos y jarabes.
Otrora llegaban a nuestros patios
y hablaban con nosotros, cantando,
pequeños ángeles de alas cortas
y Cándidos santos en sobrepellices nuevas.
Y algunas veces, en el jardín, al anochecer,
un serafín caía, agarrándose el dolorido pie,
herido en su vuelo
al chocar con una abeja.
¿Y cuántas veces, frenando nuestra prisa,
nos hemos asomado a la ventana del establo
para mirar la luz de Cristo
y oír cómo nos hablaba su voz?
Pablo de Tarso es hoy un pobre usurero,
y Crisóstomo, chico de una tienda,
mientras que el Esprítu Santo, encerrado en su jaula,
se ha convertido en polluelo de codorniz.
En el país hay paz, y fuera también;
los confines están tranquilos como nunca,
y hoy, en los protegidos campos,
los labradores cantan y surcan la tierra.
Al iniciarse la dulce primavera,
el pueblo recuerda las leyendas
y las hojas tiemblan en las ramas celestes,
y también, en secreto, tiemblan los boyardos.
Por supuesto, el Príncipe pensativo
está decidido a purificar el mundo.
Mete el palo hasta el cuello de los hombres
para que el culo encuentre la campanilla.
No hay piedad ni demoras
para quien se opone a la justicia.
Religioso, el Príncipe, a la vez que el palo,
prepara las velas y el pudding de trigo.
Respetuoso con las buenas costumbres,
para los grandes -sean paisanos o turcos-
tiene palos diferentes, horcas soberbias
para distinguir sus jerarquías.
Puede verse a los visires en sus alturas,
empalados sobre majestuosos álamos,
y para los santos, los curas y los obispos,
tiene madera santa y olorosa.
Y he aquí que las Cortes del país se reúnen
para agradecer al Príncipe la paz.
El está en su trono. Silencioso.
El alma cubierta de adargas.
Y mientras amigos y cortesanos con armaduras
brindan y alzan las copas de vino
en honor de las hazañas de Su Majestad,
el Príncipe piensa en los palos que se merecen.
Voz singular, tal vez la última importante dentro del simbolismo europeo. Su poesía se funda en muy pocos elementos -lluvia, metal, nieve, tristeza, soledad-, es de escaso color y repite obsesivamente ciertas palabras. El ideal literario de Bacovia se formó en un tiempo en que la lírica europea estaba dominada por aquellos "poétes maudits", sufriendo las influencias de Laforgue, Rodenbach, Rimbaud, Verlaine. Asumidos orgánicamente, Bacovia construye su propio simbolismo conforme a su sensibilidad, renunciando a todo lo que era rémora un tanto barroca dentro de esta corriente. Muy elaborados, sus poemas, más allá de la economía verbal, son música pura, dejando siempre la sensación de naturalidad y espontaneidad. Solitario, aislado, sufrido, aunque escribió poco, goza de una enorme popularidad; los poetas de todas las edades le dispensan un culto particular. Obra: Poesía: Plomo; Chispas amarillas; Con vosotros; Comedias de fondo; Estrofas burguesas.
Reposaban profundamente los ataúdes de plomo,
con sus flores de plomo, su adorno funeral.
Estaba solo en la tumba... y hacía viento...
y crujían las coronas de plomo.
Dormía reclinado mi amor de plomo
entre flores de plomo y empecé a gritar.
Estaba solo junto al muerto y hacía frío...
y colgaban sus alas congeladas de plomo.
Brama el otoño.
Agónicos -a lo lejos-
los pájaros pasan
y en secreto se esconden.
Se oye la lluvia...
Nadie en la calle;
Si te quedas fuera
el humo te ahoga.
Lejos, en el campo,
caen, lentos, los cuervos.
Y largos mugidos
salen del establo.
Las tristes esquilas
baten el vacío...
Ya es muy tarde
y aún no he muerto.
Soy el solitario de las plazas vacías
con tristes bombillas de luz desmayada.
Cuando las campanas claman en la noche plena,
soy el solitario de las plazas vacías.
Me acompañan carcajadas lúgubres y sombras
que asustan a los perros que vagan por los canales.
Bajo las tristes bombillas de rayos macilentos,
me acompañan carcajadas lúgubres y sombras...
Soy el solitario de las plazas vacías,
con luces y sombras enloquecedoras
que me inmovilizan y me hacen palidecer en silencio.
Soy el solitario de las plazas vacías.
Afuera nieva como nunca,
mi amada toca el clavicordio
y la ciudad descansa ensombrecida
como si fuera un camposanto,
Mi amada toca una marcha fúnebre...
mientras que yo, atónito, me asombro:
Y ¿por qué toca ella una marcha fúnebre...?
Y ¿por qué nieva como en un camposanto?
Llora ella caída sobre las teclas
y gime como en un delirio...
Desafinado se muere el clavicordio
y está nevando como en un camposanto.
También lloro yo y, temblando,
desmeleno su cabello sobre los hombros.
La ciudad descansa vacía
y está nevando como en un camposanto.
Solo, solo, solo.
En una lejana posada,
hasta el dueño duerme.
Las calles vacías,
solo, solo, solo..
Llueve, llueve, llueve...
Tiempo de beber
y oír el vacío,
¡Qué melancolía!
Llueve, llueve, llueve...
Nadie, nadie, nadie...
Es mejor así.
Y desde hace tiempo
no sabe de mí
nadie, nadie, nadie...
Tiemblo, tiemblo, tiemblo...
Cualquier ironía
queda para vosotros.
La noche está entrada,
tiemblo, tiemblo, tiemblo...
Siempre, siempre, siempre...
extravagancias de ahora
no me llamarán.
Sobre el sueño brumas,
siempre, siempre, siempre...
Solo, solo, solo...
Tiempo de beber.
Oiga cómo llueve,
¡qué melancolía!
Solo, solo, solo...
Aquella mujer cantaba salvajemente,
ya tarde, en el café vacío. ,
Cantaba salvajamente... con inmensa pena.
Todo a su alrededor era frenesí
y monstruoso estruendo de timbales...
Aquella mujer cantaba salvajemente.
Aquella mujer cantaba salvajemente...
Y nosotros eramos como una manada triste.
A través del humo del tabaco, como nubes,
pensábamos en mundos que no existen...
Y en prolongados, satánicos ecos,
aquella mujer cantaba salvajemente.
Aquella mujer cantaba salvajemente,
todo a su alrededor era frenesí.
Ninguno ha regresado a casa,
y lloramos con las frentes sobre las mesas...
Mientras sobre nosotros, en el café vacío,
aquella mujer cantaba salvajemente...
Hay algunos muertos en la ciudad, amor mío,
por eso vine a decírtelo;
sobre el catafalco, debido al calor de la ciudad,
lentamente se pudren los cadáveres.
Los vivos también circulan podridos,
cual barro que germina con el calor.
Hiede a cadáveres, amor mío,
incluso tu pecho está un poco marchito...
Deja en los tapices intensos perfumes,
trae rosas para ponértelas encima.
Hay algunos muertos en la ciudad, amor mío,
y lentamente se pudren los cadáveres...
Dejadme beber para olvidar lo que nadie sabe,
escondido en la oscura taberna sin decir palabra alguna.
Fumando, solo, sin que nadie sepa nada de mí.
De oü o modo es difícil vivir sobre la tierra...
¡Que griten la vida y la muerte en la calle!
¡Que lloren los poetas sus vanos poemas!
Sé que sólo el hambre no es una broma ni un sueño.
Plomo, tempestad, vacío.
Finis...
La historia contemporánea...
Ya es hora... todos las nervios me duelen...
¡Ay, ven de una vez, grandioso futuro!
Tengo que irme para olvidar lo que nadie sabe,
amargado por los crímenes burgueses.
Sin decir palabra alguna.
Perderme solo en el mundo, sin que nadie sepa nada de mí...
De otro modo es difícil vivir sobre la tierra..