lunes, 18 de julio de 2011

Una carta de Benito Juárez a Maximiliano



En los archivos de Bucarest

Tal vez, para los historiadores mexicanos, encontrar una carta de Benito Juárez en Bucarest, capital de Rumania, representa algo así como dar con una piedra lunar. Por cierto, desde un punto de vista, tienen toda la razón, puesto que es normal encontrar docu­mentos sobre México en España —donde, efectivamente, los hay por todos lados, pero nadie les hace ca­so—, en Francia, Austria y desde luego en Estados Unidos y otros pocos países que a lo largo de los tiempos, con buena o con mala fe, han estado en relaciones muy estrechas con Mé­xico, pero es muy raro dar con seme­jantes documentos en Bucarest por­que, según opinión general, Rumania no ha tenido, en los tiempos pasados, contactos con México.

Sin embargo, la carta de Benito Juárez, y muchos otros documentos — totalmente desconocidos —, la en­contré husmeando viejos papeles en los archivos bucarestianos. He dado, por ejemplo, con un estupendo ma­nuscrito de principios del siglo deci­moctavo que trata sobre La llegada de Hernán Cortés a Nueva España y Tenochtitlán. De autor desconocido, pero con toda seguridad un rumano, el manuscrito, según autógrafo original — Din ale mele, 1858 —, perteneció a un famoso archivista rumano, G. Erbiceanu y, según otra mención, pasó a ser propiedad del historiador Grigore Tocilescu, cuyos herederos lo regala­ron el 5 de marzo de 1910 a la Biblio­teca de la Academia Rumana, donde se encuentra actualmente.

Redactado en lengua rumana con caracteres cirílicos (o eslavos), puesto que en aquel entonces el alfabeto es­lavo intentaba conquistar vanamente nuestro espíritu latino, el manuscrito se funda, según mi primera investiga­ción, en fuentes españolas, griegas y tal vez, francesas. Es un manuscrito de una grafía fascinante para los que no saben lo que ha representado para nosotros, los rumanos, esta escritura, un manuscrito bien conservado — 52 páginas -, redactado en un idioma ru­mano rico y de estilo muy ágil.

Por fin, viene la carta de Benito Juárez. Es una carta redactada en francés para Maximiliano, destinatario del contenido; ignoro si le haya reci­bido. Tal vez, nunca. Y fundo esta opinión en el hecho de que las cuatro páginas representan un borrador — no lleva firma, tampoco está fechado, pero hay muchísimos indicios para sostener sin vacilar todo lo dicho —, con algunas tachaduras que suavizan el tono general de las palabras, bastante duro.

Según he mencionado ya, la carta tiene cuatro páginas, cada una de ellas con el sello de la Presidencia en el ángulo superior derecho y no dudo que se trata de un escrito de puño y letra de Benito Juárez: al recorrer el Recinto Juárez, con la carta en las manos, pude comprobar que la letra es la misma que hay en varios documen­tos ahí conservados Algunas faltas de redacción —nacionalité en vez de nationalité, por ejemplo — apoyan la misma afirmación. Además, hay el estilo, tan personal y tan conocido del que nació en las montañas de Ixtlán, en San Pablo Guelatao.

De cómo llegó esta carta a Bucarest, no me es difícil explicarlo: allá por los años 1861 y 1862 algunos pocos rumanos llegaron a México. Con las tropas del general conde de Lorencez vino un militar rumano de carrera que admiraba mucho al conde, un rumano de nombre George Bibescu, quien no es otra persona que el hijo del príncipe rumano del mismo nombre. Dicho de paso, es la familia que, al lado de la de los Vacarescu (Ana de Noailles), abre la puerta de la aporta­ción rumana para las letras francesas — Martha y Antón Bibescu son dos reconocidos novelistas franceses, amigos y más que amigos de Marcel Proust.

Educado en la Escuela Superior de Saint Cyr, George Bibescu llega a México como militar, pero se convierte pronto en cronista de las batallas. Por su libro — Au Mexique. 1862. Com­báis et retraite des six milles, París, Henri Plon, 1872, segunda edición 1887 —, la Academia Francesa le concederá el Premio Borodin. Hay edición rumana del libro (Retragerea celor cinci mii. Resboiul Mexicului. Bucarest 1885) y entiendo que el único, entre los mexicanos, que prestó atención a este documento fue José M Gamboa.

El archivo de George Bibescu —impresionante por la cantidad y el valor de los documentos — se con­serva actualmente en la Biblioteca de la Academia Rumana. Muchos de es­tos documentos tratan sobre México.

Entre ellos, desde luego, está la carta de Benito Juárez. Hasta ahora nadie se ha hecho cargo de la investigación de estos documentos y tengo la impresión de que tampoco se hará en estos pró­ximos años.

La fecha y el lugar de la redacción de la carta no están mencionados de ma­nera expresa en este borrador.

Para más datos, añado que George Bibescu ha sido también autor de otro libro —Campagne de 1870. Belfort. Reims, Sedán Le séptième corps de l'armée de Rhin— diario de la guerra franco-prusiana, publicado en París, 1872, y que ha conocido en breve tiempo cinco edi­ciones, más la versión alemana (Leip­zig, 1877). Se trata de un libro más que famoso, puesto que Emile Zola, mencionando al autor, lo ha saqueado casi en su totalidad, sin cambiar nada, en su novela La débacle. Por tal acti­tud, en aquel entonces, nuestro gran dramaturgo I. L. Caragiale, ha acusado a Zola de plagio, desatando un proceso de escándalo muy ruidoso.

George Bibescu no ha sido el único rumano que escribió por aque­llas fechas sobre México. Las primeras crónicas y los primeros apuntes sobre las culturas antiguas de México que se han publicado en Viena, Budapest y Bucarest están firmadas por el médico loan Arsene. Otro médico — no se tiene noticia alguna en El Recinto Juá­rez sobre esto — de nombre Hilarión (llarie) Mitrea, alistado voluntaria­mente en las tropas austrohúngaras, llegado a México y disgustado por las crueldades de los Habsburgo, se pone de parte de los republicanos encabe­zados por Juárez, en cuyo ejército ocupará una posición privilegiada, cui­dando no solamente a los soldados, sino también el estado de salud e higiene de los civiles. Por su particular competencia profesional, el Presidente Juárez le confiará un amplio proyecto de canalización de los principales puertos del litoral mexicano oriental y de instalaciones sanitarias, hospitales y enfermerías para los habitantes del país. Al regresar a Rumania, llarie Mitrea deja en el Museo de Viena preciosos vestigios de las antiguas civilizaciones indias de México y una valiosa colección de armas.

La carta de Juárez que aquí entre­gamos es, pues, uno de los muchos documentos mexicanos que se hallan en Rumania.

Ciudad de México, noviembre de 1987

Una nota aclaratoria. Recupero la Carta de Benito Juárez a Maximiliano tal como ha sido publicada en la revista Plural, núm. 87/ Diciembre de 1987, dirigida en aquel entonces por Jaime Labastida. Afable, intrépido y generoso, con un gran don de la amistad, Jaime me ha abierto las puertas de sus amistades, muchas y muy importantes para mí.

Estábamos, en cuanto a los medios (técnicos) de comunicación, en el neolítico: papel impreso o escrito a mano, fotografías e imaginación. Más la memoria que, con el pasar de los años, echa al cesto los archivos menos aprovechados. Quedaba sí la Carpeta física. La mía, la que lleva el nombre de México, guarda un montón de papeles, recortes de prensa, fotos, dibujos, etc. Y seguirá, tal vez así, sin nunca abrirla.

Volviendo a la Carta, el hallazgo ha sido absolutamente casual. A ruego de Álvaro Mutis, que, enamorado de Proust (y Panait Istrati), conocía bien las amistades de éste con Anna Brâncoveanu de Noailles y Martha Bibescu, quería saber más. Y yo sabía que George Bibescu había traído a Bucarest unos impresionantes legajos con toda clase de documentos, suyos, de su familia (numerosa) y de parientes (muchos), gente de alcurnia principesca que había asentado en Paris el mejor Salón de la Cultura e Historia Rumanas.

Así, curioseando, apuntando fragmentos de cartas de Proust, ya asmático, las cuatro hojas de la carta han saltado a la vista por la caligrafía muy diferente y por el escudo de México, resaltado en el ángulo derecho superior de cada una. Luego, el contenido en sí.

Después, la aprobación del Director de la Biblioteca de la Academia, Gabriel Strempel, estudioso de El relox de príncipes, de Fray Antonio de Guevara, para hacerme con la copia, tarea del especialista oficial de la casa. Y, al final, los trámites imprescindibles para sacar fuera del país “el documento”, puesto que los aduaneros rumanos nunca miraban tus pertenencias, pero hurgaban en los papeles con todo el cuidado.

Recuerdo que lo primero que había hecho Jaime Labastida, al ver la carta, ha sido el cotejo con otra, la reproducida por Jorge L Tamayo en Epistolario de..., una versión de la... versión publicada en el New York Herald, replanteando con más argumentos el intercambio de correspondencia entre Juárez y Maximiliano.

Ignoro hasta dónde han llegado los historiadores mejicanos con sus indagaciones, pero me queda claro que la iniciativa de las cartas ha sido decisión de Maximiliano, abrigando la ilusión de sentar sus... imperiales en la capital azteca, sin los sobresaltos de Juárez, que se había llevado el Gobierno de la Republica a cuestas, con los archivos en carretas, hacia el Norte, a San Luís Potosí y desde allí a Monterrey.

Un regalo envenenado de Napoleón III para alejarle del trono austriaco, Maximiliano había entrado en la Ciudad de México en junio de 1863 y después de la vergonzosa derrota de las tropas francesas en Puebla ( 15 de mayo de 1862), sabía muy bien que la única solución para quedarse con la Corona de México – y seguir cazando mariposas en Orizaba, que más le gustaba – era la de atraer a Juárez en su gobierno imperial.

Invitación hecha por escrito, rechazada tajantemente por Juárez en esta su carta de contestación.

Hasta allí, el embrollo. Más en adelante, una corrección imprescindible: Juárez le contesta el 1 de marzo de 1864, tres meses antes de la fecha establecida por los historiadores, la de 28 de mayo del mismo año. Los tres meses tienen mucha importancia, suponiendo tiempo para el ordenamiento de las tropas bajo el mando del general Ignacio de Zaragoza, vencedor de Puebla. Culminando con La ejecución de Maximiliano y los generales traidores, Miguel Miramón y Tomás Mejía, en el Cerro de las Campanas, el 19 e3 julio de 1867...

El abandono del Estado Mayor del general Lorencez, por George Bibescu y otros rumanos de Transilvania – en aquel entonces bajo la Corona austro-húngara – como los médicos Ioan Arsene e Ilarie Mitrea queda como le he mencionado en mi texto del 1987.

Respecto al robo (plagio es un término suave) por parte de Emile Zola del libro de George Bibescu – Campagne de 1870.... , que se lo ha llevado entero en su novela La débacle, la acusación y el proceso abierto por nuestro gran dramaturgo I. L. Caragiale, no ha prosperado debido a la nobleza de Bibescu. También por la confesión de Zola mismo, que apenas hoy la tengo a mano: uno de los ayudantes del general Douay, el príncipe Bibescu, ha escrito sobre el movimiento del 7º Cuerpo una obra de extrema importancia, la que me ha servido mucho. Se me ha imputado con dureza que he robado de este libro: es verdad.

Extrañadamente – la tierra sigue redonda – el libro de George Bibescu – Hacia México. 1862. Batallas. Retirada de los..... se ha publicado este mismo mes, en Bucarest y ha sido presentada el 2 de julio de 2011, en el Palacio de Mogosoaia, que ha sido siempre la familia de los Bibescu. Así de eficaces son ahora los medios técnicos de la comunicación, que, sin participar en el acto, me han hecho participe a distancia.

Una mirada última sobre la Carta de Juárez.: muy pocas diferencias con la que ha llegado a manos de Maximiliano y el borrador descubierto por mí. Juárez y sus colaboradores tratan de expresar, de modo más claro y con más firmeza, el credo político del firmante.

Se me antoja ahora que en sus palabras trasciende algo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, del 4 julio de 1776. Ejemplifico lo dicho transcribiendo el último párrafo:

Es dado el hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará.

Madrid, 17 de julio de 2011

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