lunes, 5 de diciembre de 2011



Quién es Quién. César y Burebista

Poco o casi nada sabemos sobre la vida de Burebista, el primero y el más grande de los reyes de Tracia. Ni donde pernoctaba, ni cómo organizaba y dirigía las tropas durante sus expediciones militares, siempre ganadas. Su largo reinado – desde el año 82 hasta 44, según Jordanes –, cuando en otras geografías los caudillos venían y se iban como las golondrinas, dice bastante sobre su buen gobierno, pero nada sobre su persona.

Artífice de Sarmizegetusa - física y espiritual -, de su propia suerte y la de su pueblo que, tras Dromichetes, supo (con)formar, unificando los pequeños principados geto-dacios y reuniendo las demás familias, Burebista hubiera merecido un trato mejor al que se le hayan dado los historiadores, quienes, salvo Estrabón, le mencionan en muy raras ocasiones, siempre en relación con sus incursiones en las tierras vecinas, nunca interesados en las obras llevadas a cabo dentro del estado que estaba construyendo. Las únicas que dan la medida exacta de su estatura política y moral.

Es verdad que, a diferencia de Dromichetes, vencedor de Lisímaco, el destino no le ha deparado la suerte de medirse con un adversario de semejante talle. Una sola vez, en el año 44, había estado cerca, sin llegar a pisar el umbral de los héroes: el veneno, en su caso, y el puñal, en el de César, han frustrado el encuentro de los dos.

No sabremos pues, quién hubiera sido el vencedor: César, que había conquistado un continente en unos diez años, matando y esclavizando pueblos enteros, o Burebista que ha sabido construir y defender su país más de tres decenios y ha dejando tras de sí un pueblo que sabrá resistir a las embestidas romanas otros ciento cincuenta años…

Posible desde la ficción, un enfrentamiento entre los dos, indiferentemente el desenlace final, hubiera conducido, con toda certeza, a otra configuración política del Oriente europeo. La segunda y última factible – la primera, la veremos en seguida, se había dado en el año 74 – en cuanto al destino de la Península Balcánica.

De hecho, volviendo a la historia real, entendemos que tanto Burebista como César no excluían esta indeseada perspectiva, pero la tenían pensada en otro calendario.

Plutarco, cuyo fuerte no era la geografía, la recuerda sin nombrarla, pero con suficientes pormenores para que pudiésemos identificarla. Así, encomiasta siempre, después de glosar la victoria sobre Pompeyo, en Farsalia – 9 de agosto del 48 – y las demás hazañas suyas en Egipto – Cleopatra y el incendio de la biblioteca de Alejandría, por medio -, Asia – la persecución de Farnaces, con la victoria de Zela, al sur del mar Negro, 2 de agosto del 47 - e Hispania – Munda, 17 de marzo del 45 – y su designación como dictador por vida – Roma, 14 de febrero del 44 –, el sacerdote de Delfos, escruta el futuro de César y apunta un periplo largo y de muchas proezas, destinado a colmar sus continuos éxitos: Proyectaba y preparaba una expedición contra los partos y, tras someter a éstos y atravesar Hircania a lo largo del mar Caspio y del Cáucaso, para rodear el Ponto, invadir Escitia, luego recorrer los países vecinos a Germania y Germania misma, para regresar, a través de Galia a Italia y cerrar así el círculo del imperio de Roma, limitado en todo su contorno por el Océano. (Vidas paralelas)

Sabemos que para elaborar la Vida de César, Plutarco había agotado todas las fuentes latinas posibles, incluidos los escritos de éste; aparte las informaciones directas, recabadas durante sus tres estancias en Roma – entre los años 70 y 92 – cuando había entablado buenas amistades con personajes ilustres, como Lucio Anneo Floro o Sosio Seneción, amigo de Trajano. En cuanto al mencionado itinerario, no le ha sido difícil trazarlo: era, exactamente, la geografía que le faltaba al Imperio romano para redondear sus límites. Así que los historiadores no han hecho más que mirar el mapa y pormenorizar el trayecto, poniendo el nombre de los países y el de los que mandaban en aquellos territorios. De ahí, inevitablemente, Burebista y su reino.

Concienzudo escudriñador, Theodor Mommsen es el primero que le menciona: [César] acariciaba, ante todo, un proyecto de expedición contra los Partos; quería vengar el desastre de Carras, y pensaba emplear tres años en esta guerra (…); premeditaba también un ataque contra el geta Borebista, infatigable batallador, que había extendido sus conquistas sobre las dos riberas del Danubio. (Plan militar de César, Capítulo XI, en Historia de Roma).

La guerra contra los partos debería comenzar tres días después de los idus de Marzo del 44, lo que significa que en el calendario de César “el ataque contra el geta” quedaba para los principios del 41, mientras que, según una fuente escrita en mármol – cuya lectura la veremos más tarde -, Burebista lo había previsto unos siete años antes. Ninguna de las previsiones se había cumplido: el mar sin fondo de la traición humana ha hecho que los dos falleciesen en orillas diferentes, a distancia de pocos meses, preservando la gloria sólo para uno y el olvido para el otro.

De este modo, sobre la vida de César sabemos todo, incluso cosas deleznables, contadas por el mismo, en tercera persona, y otras, más que reprobables, contadas por sus adversarios políticos. Descartadas todas por Cicerón - que las conocía de sobra - en Filípicas. Porque no eran significativas para su personalidad política.

En cambio, sobre Burebista, nos damos por satisfechos con poder colocar, entre la nada y lo poco que sabemos, la placa de mármol que le enaltece como el primero y el más grande de los reyes de Tracia sólo para resaltar los méritos de un ciudadano griego de Dionysópolis, entre estos el de haber sido su representante diplomático.

Además, César irrumpe en la historia cuando habían pasado unos siete siglos de la fundación mítica de Roma y medio milenio de la real, mientras Burebista no tenía más que la bruma de un tiempo sin historia, como, muy a mi pesar, dice Emil Cioran, ignorando que sin este tiempo nunca hubiéramos tenido una historia. Tenía también la leyenda de Zalmoxis, semilla primordial de una espiritualidad muy fértil. Y las cosechas de las temporadas mejores, bien cuidadas por Dromichetes y sus sucesores.

Así las cosas, para el retrato de Burebista tenemos que recurrir únicamente a los documentos descubiertos e interpretados por la arqueología y la etnología. Los que, al fin y al cabo, son testimonios fieles de su tiempo: Un símbolo, un mito, cierto estilo de vida, reconstituido con el auxilio de algunos vasos y utensilios domésticos son infinitamente más significativos, porque con estos documentos impersonales se puede traer de nuevo a la vida una cultura y te ayudan a descifrar el sentido de la espiritualidad de un pueblo. (Mircea Eliade – Bajo el signo de Zalmoxis)

En este sentido, el empeño de nuestros especialistas de establecer cuál de las dos localidades descubiertas por la arqueología era su residencia resulta inútil: las dos. La primera, Arcidava, en Banato (actual comarca de Vǎrǎdia); y la segunda, Argedava, en Muntenia, por el valle del río Argeş. Dos letras diferentes y una distancia de unos 300 km. entre los dos lugares que por su ubicación podrían ser igual de importantes. Como iguales han sido los resultados de las exploraciones: dos ciudadelas bien grandes, defendidas más por el relieve geográfico que por las fortificaciones, sin ningún recinto espacioso, digno de un rey. Dos residencias, en uso alternativo, y una tercera que estaba construyéndola, donde, sostienen algunos, no había pernoctado jamás: Sarmizegetusa. El punto sagrado de un triángulo que aseguraba la comunicación espiritual del reino.

De este modo, Burebista podía engañar, despistar e incluso tender trampas a los romanos, de cuyas intenciones nunca dudaba. Buen estratega, creemos que el mismo ha fomentado la confusión. Como Átila que, siglos más tarde, bajando hacia Roma para encontrase con Papa León I, desplazaba su caballería durante la noche y los romanos, al verla en otra colina, no sabían que era la misma…

Personalidad con dotes singulares, Burebista sopesaba bien el poderío romano y también sus debilidades, tratando de fructificarlas a su favor, conociendo mejor el espacio de su entorno, sobre todo los Balcanes – un avispero de poblaciones que llegaban de todas partes, que los romanos no han sabido nunca dominarlo por entero.

Así, con sus conquistas, los romanos le abrían, a veces, caminos tanto hacia las orillas del mar Negro - importantes para el comercio -, como al oeste, impidiendo la entrada de otros pueblos. Justo lo contrario de lo que esperaban, convencidos que así, con cada nuevo avance, se acercaban a las llanuras norteñas del Danubio y desde allí a los Cárpatos; al codiciado oro dacio que, desde la época del bronce aprovisionaba toda Europa central hasta Escandinavia.

Los romanos no tenían en aquel entonces un adversario cercano más fuerte que el rey dacio, quien, a medida que el antiguo calendario llegaba al meridiano del siglo, aumentaba su reino, sus victorias y su autoridad. Así lo revela Estrabón: …el rey geta, tomando el mando de su pueblo, educó a sus hombres con ejercicios[militares], sobriedad y obediencia a las órdenes, de tal manera que en unos cuantos años forjó un estado poderoso y sometió la mayor parte de sus vecinos y era un peligro para los romanos, puesto que cruzaba el Danubio sin temer y saqueaba Tracia hasta Macedonia e Iliria, arrasando a los celtas mezclados con los tracios e ilirios, destruyendo completamente a los boios conducidos por Critaciros, así como a los tauriscos .

Un rey que, a la vez que se hacía fuerte en el interior, estimulaba las revueltas de los pueblos sometidos y buscaba alianzas en el exterior. Un rey – sigue escribiendo Estrabón – capaz de movilizar un ejército de hasta 200.000 hombres. Cifra que, por increíble que parezca, no era nada exagerada. Conocida, con toda seguridad, por los romanos, en búsqueda de nuevos caminos para disminuirla y aniquilarla.

Cayus Scribonio Curio ha sido el primero en intentarlo. Y no era un gobernador cualquiera. La provincia de Macedonia representaba la llave para abrir otras puertas, y el general gozaba de mucha fama entre los de su cargo, desde donde, por méritos propios, hubiera podido llegar hasta la misma dignidad de emperador. Además, era una persona muy considerada entre la elite intelectual de Roma. Cicerón mismo le alababa por la sutileza de su pensamiento y su oratoria; autor del mejor retrato de César, trazado en tan sólo dos palabras bien colocadas, que leeremos en su oportuno lugar.

Corría, como hemos visto, los años 80 y es probable que su incursión en la región de Banato tenía una meta precisa: llegar a Arcedava, donde debía de hallarse Burebista, puesto que por tradición romana, el rey está siempre donde la capital.

Un golpe de suerte hubiera cambiado, tal vez, la historia de Roma y también la de los dacios. Si se hubiese dado este desenlace, con Scribonio como emperador, los siguientes no hubieran sido los que conocemos, y el imperio se hubiera ahorrado la crisis moral y económica, al ser cortados en brotes sus incurables males.

Estamos sí en el territorio de las hipótesis, invalidadas por Scribonio mismo, pero el ejercicio no es inútil. Bien podría que sea verdad que, amedrentado por la oscuridad de los bosques que protegían Arcedava, el general se había repentinamente vuelto sobre sus pasos. Pero igual de válida queda la posibilidad de que detrás del rumor de los árboles, se distinguía el murmullo de las tropas dacias.

La historia refrenda la retirada del general, olvida a Cayo Mario y Sila y empieza registrar la larga nomina de obituarios – Craso, Pompeyo, César, Bruto, Marco Antonio, Nerón, Galba, Domiciano, nombres que - añadidos los de Octavio y Vespasiano - protagonizarán acciones directas en el sureste europeo y en las tierras de los geto-dacios, donde, en la mayoría de los casos, no han conocido más que fracasos. Vengados al final, con crueldad extrema, por Trajano.

El segundo en probar el fracaso ha sido Gaius Antonius Hybrida, el relevo de Escribonio en Macedonia, quien, en el año 61, ha desplegado su ejército por Dobrudja, tratando de llegar a Histria. Sin éxito. Las tropas geto-tracias y griego-escitas, ayudadas por los inesperados y oportunos basternas, lo han “amedrentado” más que los bosques oscuros a su predecesor. Para resistir a los asaltos encarnecidos de los romanos, los histríotas han talado sus árboles de piedra, consolidando las murallas con las columnas de mármol. Traídas por barcos desde Paros, para adornar las plazas públicas de la ciudad más antigua que Roma, así han quedado hasta nuestros días, empotradas en la muralla; columnas, pilastras y capiteles revestidos con el follaje de acanto petrificado.

Vencido, con los primeros estandartes perdidos en las tierras de los dacios, el presumido general buscará alivio a sus penas, pasando el invierno bajo la brisa templada de Dianysópolis, donde, piadosa, la historia recuerda su nombre al lado del vencedor.

Con toda la probabilidad, las tropas vencedoras han sido dirigidas por Burebista, puesto que las insignias y los demás trofeos han sido llevados a Genucla, una de sus ciudadelas. De las tres devueltas por Lisímaco, en el 292, al generoso Dromichetes.

En el año 29, treinta años más tarde y quince desde la muerte de Burebista, otro general romano, el vanidoso Craso, intentará rescatarlas. También sin éxito.

Ni el lugar ni la fecha de la incursión de Gaius Antonius han sido una decisión al azar. Por su historia, economía y cultura, Histria era la más importante de todas las colonias griegas. En cuanto a la fecha, se contaba con la ausencia de Burebista, apenas regresado de una de sus victorias: la toma y destrucción de Olbia, en el año 63. Poco después de que Pompeyo doblegara en Éufrates, en el 66, al desobediente Mitrídates.

Nombrado por los romanos, el rey del Ponto, se había convertido en enemigo, conquistando toda la costa oriental del mar Negro y soñando con un imperio suyo. Perseguido por Sila y Lúculo y vencido por Pompeyo, se había retirado a Panticapea, donde, desengañado, se suicidará tres años más tarde; inmune a todos los venenos.

A dos pasos de Panticapea, Olbia ya no podía contar con su apoyo, ni encontrar un aliado cercano. Separados en varias ramas, diezmados en guerras, los escitas que habían quedado intramuros no eran capaces de resistir. Justo cuando, al amparo de la noche, los geto-dacios la han tomado por sorpresa, en un ataque relámpago.

Fundada, como hemos visto, por los milesios, Olbia (“próspera”, en griego) había conocido un desarrollo económico y cultural continuo. Tanto que, por los años 450, durante la estancia de Heródoto, tenía unos 40 mil habitantes, confluencias de los grandes ríos del Cáucaso y las olas mediterráneas. En su visita, en el 447, Pericles le había dado un fuerte empuje político, concediéndole privilegios y un estatuto de autonomía aparte. Así se había hecho Olbia con los grandes caminos comerciales hacia Galitzia y Panonia, Y así habían llegado, durante siglos, las riquezas de Transilvania - el oro, el cobre, el hierro, el plomo, la sal, la miel, las pieles, etc., a sus talleres y factorías.

El golpe de Burebista no ha sido, por ende, nada casual. Sorprende, sin embargo, la dureza y la crueldad de su ejecución: para que no resucite jamás, había sido arrasada completamente.

4) Dión de Prusa (Crisóstomo), al visitarla un siglo después, encontrará una ciudad fantasma, abandonada a su suerte, con menos de tres mil almas, tratando vanamente de reponerse, ya que los griegos habían dejado de llegar por barco mientras estaba devastada, porque no encontraban gente de su lengua que los acogiera y porque los escitas no sabían organizar su propio negocio a la manera de los milesios. ……..
5) Leyendo con error a Dión Casio (Historia romana), nuestros historiadores se equivocan: no se trata del triunviro Craso (Marcus Lucinius), sino de un general con el mismo nombre, tal vez parientes. Fallecido en el 53, Craso no hubiera podido luchar en el 29, ni ser glorificado, en julio del 27. El así recibido en Roma, en triunfo, ha sido su homónimo. Después de tres difíciles años en los Balcanes.

Vuelto a su Prusa natal, en un patético discurso (Boristénico), Dión Crisóstomo se acordará de las torres de la antigua muralla, halladas a tan grandes distancias, que no era posible imaginarse siquiera que habían formado parte de aquella única ciudad.

La destrucción de Olbia – la única vez cuando Burebista se muestra sin piedad, en todo su reinado – ponía fin a la depredación, pero la razón principal de la expedición ha sido la consolidación de sus fronteras en el noreste, para hacer frente, en el sur, al acoso de los romanos que, sin quererlo, le habían despejado el camino hacia el Azov. Imposible mientras vivía Mitrídates, complicado y poco seguro mucho después.

Una decisión tomada a su justo y debido tiempo, que los romanos, haciendo un cálculo parecido, cometerían la imprudencia de atacar la ciudad de Histria. Cauteloso, Burebista calculaba dos veces y esperaba la réplica, sin alejarse del campo de batalla.

Mencionada de paso por las crónicas - igual que la de Olbia -, la victoria sobre Gaius Antonius traía un alto valor añadido: por primera vez, los pueblos pónticos se unían a los geto-dacios, contra un adversario común. Con ello, reconocían de facto la soberanía del rey dacio sobre las costas del mar Negro y Dobrudja. Provincia de mucha historia, que le pertenecía de jure como legatario de Dromichetes.

La epigrafía atestigua estas relaciones no siempre muy cordiales. Estirpes a la deriva, bajando por saqueos y subiendo para cobijarse, por via gentium (camino de los pueblos), mercenarias del mejor postor, asimiladas o extinguidas para siempre; casi todas olvidadas por los diccionarios, por no saber cómo entrar en el tupido arbolado humano y por dónde salir, caligrafiando correctamente los nombres.

Aventajado por la suerte experimentada en el extremo noroeste del país, Burebista tendrá tiempo para mejorar las relaciones con estos pueblos, importantes para la defensa del Ponto y las llanuras bajas del Danubio, sabiendo que, tarde o temprano, los romanos volverán al acoso y esta era la parte más vulnerable.

……………….

6) El mapa étnico del Ponto era de lo más abigarrado posible. Una mezcla de tracios que, al cruzar el Danubio, se llamaban geta-tracios o traco-escitas; escitas que, bajando hacia el mar Negro, aparecen como griego-escitas; los britogallos o britolagos que llegan desde Besarabia, fundadores de ciudades como Aliobrix, Arrubium o Noviodunum; ciudad donde, siglos después, llegarán los visigodos, supuestos sucesores, y nacerá Alarico ; los tauriscos que venían por el mismo camino, desde Bucovina; los tiragetas o getas del Tyras; los buridavenses o buri, asimilados a los dacios, estirpe germánica de los suevos, según Tácito; los basternas - estirpe celto-germánica, en camino hacia Moesia y los peucinios, que son los mismos, asentados en la pequeñas isla de Peuce, en el brazo medio (Sulina) del Delta. Y por fin, los sármatas que pueblan muchas páginas de Ovidio (Trisitas). Pueblo iranio que llega detrás de los cimerios y escitas, se queda en la orilla derecha del Dniéster (los roxolanos) o sigue con ellos por toda Europa, ramificándose hacia el mar Negro (los comarcanos de Ovidio), hacia Polonia (origen de la nobleza polaca) y hacia Transilvania, donde se asientan o van hasta las mesetas húngaras (los yázigas). Ramas, ramos, ramillos. Con buena memoria del árbol: los yázigas se acordarán de sus parientes de Dobrudja y Marco Aurelio les permitiría pasar por Dacia romana para visitarlos. No por generosidad: algunos serán enrolados a sus tropas, junto con sus familias y sus caballos, y llegarán hasta Bretaña (la aldea de Ribchester, cerca de Preston, es obra de ellos) y Galia (colonia de Orleáns). Sarmacia. Un país imaginario, lo cual no altera el hecho de que sea la patria de todos nosotros, decía el polaco Marek Karpinski. Porque la memoria de la sangre nunca se apaga: después de casi tres mil años, aguantando todas las desgracias, por el territorio de la ex Unión Soviética siguen aún vagando, entre Kazajstán y Uzbekistán, unos 300.000 griegos pónticos que quieren regresar (algunos ya lo han logrado) a Grecia. Como los alemanes del Volga: deportados por Stalin a Asia central, han vuelto, tras la caída del imperio soviético a Alemania, su “patria”, recordando palabras jamás pronunciadas. Descendientes, tal vez, de los fundadores de las aldeas godas, descubiertas por Pedro el Grande, en el 1696, en su visita al Caspio, guiado por su preceptor, el rumano Nicolae Milescu. Así los he visto, en el verano de 1991, en el patio de un colegio de Wolfsburg, haciendo cola para entrar a los comedores. Callados y desconcertados. 7) Una guerra, que parecía inminente en esta región, había sido evitada por Airovist, el rey de los suevos que, inesperadamente, se había ido desde Baviera hacia el oeste, aterrorizando las poblaciones germano-célticas, hasta que César le cortará el camino en Galia.

Extrañadamente, después de Olbia e Histria, Burebista “desaparece” de la historia. Excepto algunas pocas inscripciones, ambiguas, plagadas de abreviaturas e interpretadas según humores personales por los epigrafistas, ninguna de las fuentes consultadas nos ha sido de mucho apoyo. Hasta Estrabón, que le ha seguido siempre los pasos, deja de interesarse por su persona. Recuerda sí su muerte violenta, tras una sublevación, sin contar las circunstancias. Y todo esto, mientras que las mismas fuentes hablan de una serie de sucesos militares, sobre todo en el sureste de los Balcanes, donde su actuación directa va implícita. Son, de alguna manera, eventos que prefiguran los enfrentamientos últimos, los que acabarán con la conquista de Dacia. Que no llegará tan pronto, ni será tan fácil, como lo esperaban los romanos.

Bien es verdad que, durante los combates, Burebista no aparecía delante de sus tropas. No estaba y, al mismo tiempo, estaba en todos los sitios donde tenía que estar. Es el único gran caudillo sin rostro de su época. De ahí, la impotencia de los adversarios en identificarle, hacerle prisionero o matarle; de ahí sus victorias.

A diferencia de César, que siempre se ponía sobre la coraza el manto de púrpura (paludamentum), Burebista se perdía entre sus soldados, en anonimato. Sabiduría, tal vez, aprendida con Deceneo mientras planeaban los recintos de Sarmizegetusa. Contaba su espíritu y no su rostro. Como Zalmoxis mismo; siempre presente y nunca visto...

Además, la extensión del reino hacía imposible su presencia en todas partes. Tampoco disponía de un cuerpo administrativo suficiente. Por lo cual había dejado a los jefes de las familias locales los deberes corrientes de la burocracia. Eran ellos los que se responsabilizaban con los quehaceres diarios en sus territorios, recaudaban los impuestos y se hacían cargo del reclutamiento e instrucción de los soldados. También de su movilización en casos de peligro.

Si es verdad que Burebista podría reunir hasta 200.000 militares, esto no quiere decir que los tenía a su disposición inmediata. Su sistema militar no suponía tropas permanentes, sino permanentemente preparadas para entrar en el combate. Gastos mínimos y una otra ventaja, muy importante: la moral de los soldados era mejor que la de los profesionales; sabían por qué luchaban, y la entrega era total.

En ello, como gran sacerdote, Deceneo debe haber tenido un papel determinante. De manera especial durante esta “ausencia” suya, después de los años 60. Periodo de sosiego para algunos, sin nada de tranquilidad para los geto-dacios, cuando los romanos, sitiados por la crisis generalizada del imperio, buscaban remedios para solventarla, desplegando sus ejércitos en todos los frentes, por Hispania, Galia, África y, no en lo último, en los Balcanes, amenazando directamente sus tierras.

En los Balcanes, amargado por la derrota de Histria, Gaius Antonius Hybrida seguía en su cargo y había encontrado en los odryzas (odrysae) sus mejores aliados para vengarse. Familia sobreviviente de las dieciséis que constituían el gran pueblo tracio, los odryzas se habían hecho fuertes en las costas del mar Negro hasta el Egeo, controlando el comercio portuario. Bien organizados, sobre todo en Mesambria donde, según una de las inscripciones salvadas, sus cabecillas – Moshos, hijo de Felimón – Xenocles, hijo de Lahites – Dameas, hijo de Dionysios – se han enfrentado duramente, uno tras otro, con los geto-dacios. Y no cabe duda de que detrás de estos conflictos se hallara el gobernador de Macedonia y que los odryzas luchaban incitados por él, pagados al contado o estimulados con promesas engañosas de nuevos territorios.

Influyente, con buenas amistades en Roma, entre la aristocracia y la clase política, Gaius Antonius Hybrida inventaba olas de invasiones sármata-dacias, pidiendo más tropas y el mando militar de toda la zona. Petición aprobada por el senado, a pesar de la crisis financiera y de los pocos recursos materiales y humanos disponibles.

Por “bárbaro” que fuera, como constructor de un reino hecho a pulso, a Burebista no le era difícil comprender la crisis que padecían los romanos, ni el origen de sus causas. No tenía que ir a Roma para ver el hambre, mientras veía como bajaban por el río Sava, hacia el Adriático, las naves cargadas con el trigo de los Balcanes.

El mismo mar y el mismo río, por donde, siglos atrás, habían subido hacia los Cárpatos los comerciantes y los artesanos italiotas y veneto-ilirios con sus productos y sus oficios. Gracias a ellos, a los griegos que subían por el Danubio, y a los pueblos peregrinos, que llegaban desde los Alpes austriacos y desde las estepas caucáseas, Transilvania había conocido su primer desarrollo económico, mejorando sus industrias, sobre todo el procesar de los metales, fabricando artículos de uso doméstico, aperos agrícolas, objetos de adorno y toda una gama de armas, igual de necesarias.

Lo primero que se había fundido en la metalurgia transilvana han sido los conocimientos: los cimerios y los escitas trabajaban bien el cobre, los italo-celtas lo hacían con el bronce, los veneto-ilirios con el hierro y los villanovienses, herederos directos de los etruscos, trabajaban todos los metales, incluido el oro. Con estas nuevas tecnologías, en los hornos de reducción, soplando el aire con fuelles, habían conseguido lupias de hierro de hasta 40 Kg., sin pasar por el producto intermedio del arrabio.

Si las páginas de la historia se olvidan de Burebista, abrimos los mapas de la arqueología y descubrimos que la cantidad de hierro bruto o trabajado en los hornos y los talleres de Transilvania, especialmente en Sarmizegetusa y sus alrededores, era diez veces más que la producida en todas las zonas europeas de entre Viena y Sofía, juntas.

Dicho de otro modo, durante su reinado, Transilvania era el más importante centro metalúrgico de Europa, fuera del Imperio Romano. O dicho más claro, en las mercancías que los nuevos comerciantes traían a Dacia, Burebista reconocía, latentes, los horizontes de tiempos mejores que el de ahora, cuando veía bajando por el Sava las naves cargadas con el trigo de los Balcanes.

Por más que le hubiese enseñado Deceneo las ciencias del cielo, le bastaba con escrutar los caminos sobre las tierras vecinas para saber hacía dónde iban los romanos. Mientras veía como aumentaban las huestes del águila por los verdes y fértiles llanos cercanos a sus orillas, no tenía que mirar el centellear del Águila en el polvo de estrellas de la Vía Láctea para conocer las amenazas que le asechaban.

De las batallas que se libraban bajo sus miradas, Burebista entendía mejor que de otras fuentes que las cosas iban empeorando. Según se turnaban los gobernadores y los mandos militares, se daba cuenta de las rivalidades políticas partidistas y la crueldad de los ataques le decía bastante sobre los apuros económicos y su decadencia moral.

Todo lo que sucedía en la ciudad del Tíber reverberaban siempre en las riberas del Danubio, trayendo un sonido aparte, presagio de muchos peligros. Cara y cruz de la misma moneda que, paso a paso, iba avanzando, llegando a cubrir con su color único todo el espacio del sureste europeo: el denario.

8) Para evitar las sublevaciones, siempre posibles, en el año 46, Roma distribuía trigo gratis a trescientos veinte mil de sus habitantes, fomentando así una capa parásita impresionante, puesto que el total de la población no pasaba de millón. Gente vaga, acostumbrada a las fiestas populares y a los juegos, en los 60 días festivos establecidos, más los que se tomaba fuera de la ley. Panem et circensis, como dice Juvenal, leyendo los registros oficiales: annona y spectacula. Realista, César reducirá el reparto del trigo a tan sólo ciento cincuenta mil de los habitantes, ofreciendo a las ciento setenta mil restantes la nada atrayente posibilidad de convertirse en colonos en las nuevas provincias del imperio, empezando con Hispania.
9) Quizás, desde Burebista, para nombrar la Vía Láctea, los geto-dacios han optado por Drumul Robilor – Camino de los siervos –, que es como la llamamos hasta hoy. Herencia etimológica que nuestros lingüistas no han sabido nunca descifrar.

Lanzadera de oro para muchos telares, el denario, agilizaba la circulación de las mercancías y, al mismo tiempo, controlaba el comercio y la precaria economía de los pueblos allende el imperio – in barbarico -, que se defendían con imitaciones propias, de escasa circulación, pero de más valor numismático que las monedas auténticas, por señalar encrucijadas de muchos caminos.

Sin ser adivino, Burebista se había adelantado a la ofensiva del denario, puesto que la mayor parte de su comercio, incluido el interior, se realizaba a través de esta misma moneda. Abundantes, han sido los productos romanos en sí, por calidad y variedad, los que habían impuesto esta regla; consentida (y estimulada) por el rey dacio, tal como había consentido la presencia en el país de los civis Romani negotiandi causa in Dacia consistentes – ciudadanos romanos asentados en Dacia, que vendían y compraban productos con dinero sonante y cantante. Aunque sabía que, a veces, se dedicaban a más negocios, no todos muy ortodoxas.10)

Por otra parte, dentro del proceso de unificación del estado, para impedir la prepotencia de algunas familias, había prohibido las monedas locales, reconociendo validez circulatoria solamente para el denario y las monedas griegas y macedonias; sean auténticas o imitadas. 11)

Al aprender de los celtas la técnica de la acuñación, los geto-dacios habían fabricado sus monedas - en cobre y plata, nunca en bronce y oro –, pasando luego a las imitaciones de las de más circulación y valor reconocido por los pueblos vecinos. Así, nuestra numismática registra más de 300 imitaciones de los stateros de Filipo II o de Lisímaco y muchas dracmas griegas, la mayoría acuñadas en la ciudad de Tasos.

Testigos presénciales de los dos estados conquistados por los romanos, sus monedas desaparecerán, poco a poco, suplantadas por las de los vencedores, pero seguirán teniendo validez en Dacia, donde Burebista mantenía estrechas relaciones comerciales con los griegos para pasar luego solamente a las monedas romanas, manifestando un apego especial para los denarios republicanos.

Con mencionar tan sólo las “casas de la moneda” de Poiana, en el valle de Siret, de Sarmizegetusa o de Tilişca, cerca de Sibiu, donde se habían descubierto nada más que catorce troqueles, bien gastados por el mucho uso, tenemos lo suficiente para apreciar que a Burebista no le preocupaba la nueva invasión monetaria, sino lo que seguía viendo en las tierras vecinas, donde los romanos habían pasado al asolamiento de las tierras, vaciándolas de todos sus bienes. Una práctica desmedida, llevada a cabo por todas partes, cuando los vencidos en vida eran masacrados o, en el mejor de los casos, esclavizados. Repartidos entre los mandos de las tropas y obligados a labrar sus tierras perdidas, o llevados a los mercados de esclavos. Tantos esclavos, que se despachaban como cualquier mercancía, a precio de saldo.12)

10) Obviamente, los civis Romani residentes no eran solamente comerciantes, sino – como apunta Vasile Pârvan en francés – brasseurs d’affaires que cumplían misiones diplomáticas (espionaje incluido) o se ocupaban (también en secreto) con el reclutamiento de mercenarios. Que muchas veces mataban a sus propios connacionales. En las tropas romanas no han faltado mercenarios geto-dacios.
11) Las imitaciones no falsifican – como, habitualmente, se cree -, sino que imitan, a veces burdamente, las monedas originales, eliminando los elementos difíciles o reduciéndolos a meros esbozos; recuerdo de los recuerdos. Los dacios, sobre todo al principio, no usaban moldes de los originales, sino troqueles propios, pero lo hacían con tanta destreza, que hasta los análisis de hoy no logran distinguirlas.
12) El censo es significativo: tras la tercera guerra púnica, 150.000 esclavos cartaginenses. De Cerdeña, un territorio de 25.000 km.p., 80.000. De Macedonia y Epiro, 150.000, algunos vendidos en Pérgamo. De sus campañas en Galia, con Vercingetórix en los calabozos de Roma, dicen que César había traído un millón de esclavos. Cifra exagerada, aunque los grandes propietarios romanos tenían entre 500 hasta 1000 esclavos. Que la mercancía era barata, lo ilustra un tal Coelius Isidorus, esclavo libre que, al morir, había dejado como herencia, exactamente, 4.116 esclavos…

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Extracto del libro inedito Et in Balcania ego