jueves, 3 de mayo de 2012


 Tudor Arghezi
 (1880-1967)

El príncipe Ţepeş

En el país hay paz, y fuera también;
los confines están tranquilos como nunca,
y hoy, en los protegidos campos,
los labradores cantan y surcan la tierra.

Al iniciarse la dulce primavera,
el pueblo recuerda las leyendas
y las hojas tiemblan en las ramas celestes,
y también, en secreto, tiemblan los boyardos.

Por supuesto, el Príncipe pensativo
está decidido a purificar el mundo.
Mete el palo hasta el cuello de los hombres
para que el culo encuentre la campanilla.

No hay piedad ni demoras
para quien se opone a la justicia.
Religioso, el Príncipe, a la vez que el palo,
prepara las velas y el pudding de trigo.

Respetuoso con las buenas costumbres,
para los grandes –sean paisanos o turcos–
tiene palos diferentes, horcas soberbias
para distinguir sus jerarquías.

Puede verse a los visires en sus alturas,
empalados sobre majestuosos álamos,
y para los santos, los curas y los obispos,
tiene madera santa y olorosa.


Y he aquí que las Cortes del país se reúnen
para agradecer al Príncipe la paz.
Él está en su trono. Silencioso.
El alma cubierta de adargas.

Y mientras amigos y cortesanos con armaduras
brindan y alzan las copas de vino
en honor de las hazañas de Su Majestad,
el Príncipe piensa en los palos que se merecen.

R. Darie Novaceanu. Reservados todos los derechos