lunes, 24 de mayo de 2010

Calatrava versus Brâncusi




Cada vez más escasas, entre las noticias que me tientan las mañanas, poniendo algo de sonido en mis prolongados silencios bilingües, la que más esperado impacto me ha traído, el día viernes 22 de octubre del corriente, ha sido la que informaba a los madrileños que dentro de poco disfrutarán de la tercera construcción más alta de la ciudad, obra del arquitecto valenciano Santiago Calatrava. Persona que no conozco, mas admiro por su particular don de haberme convencido que la arquitectura ya no puede progresar sin acercarse a la escultura y que las dos prescinden de la mejor ingeniería. Su repentina consagración internacional se debe al valor de conjugar bien las tres disciplinas, en algunos casos con una arriesgada temeridad asumida.
Cumpliendo con sus deberes, los medios de comunicación mencionaban a las dos primeras - Torrespaña (), con sus 220 metros y La Torre Picasso, con los 157 - para resaltar los 120 metros de la nueva obra, o sea, 5 metros por encima de lo que miden Las Torres Kio, famosas tanto por la inclinación física que ostentan sin ningún peligro, como por la declinación moral muy peligrosa de algunos adictos al dinero, sobre todo cuando es mucho y ajeno.
Producto efímero, enlatado con igual contenido y fórmula, la información ha caducado a los dos días, cuando Ricardo Cantalapiedra, haciendo uso de su personal abrelata (Obelisco - El País, 24 del respectivo mes), ha situado la obra en el espacio señalado - Plaza de Castilla, frente a Las Torres Kio - fumigando un poco el entusiasmo municipal de Gallardón, quien había concluido su elogio a la creatividad de Calatrava con estas palabras : ...se cierra [así] una herida histórica de no tener una obra suya. Desde luego, en Madrid quedan más heridas, mucho más históricas.
Bien plantado en el lugar adjudicado a Calvo Sotelo, Cantalapiedra apunta: La iconografía madrileña se va a incrementar con este obelisco en acero y bronce que va a parecer algo así como un cipote desmesurado entre las torres inclinadas.
Observación oportuna, prestada de las confesiones del mismo Calatrava, poseedor de mejor gramática, que no ha tenido reparo en anticipar para los madrileños la posibilidad única en el mundo de disponer de un gigantesco sexy-shop al aire libre: El obelisco es móvil- ha subrayado el artista- y participa de la masculinidad vertical y la delicadeza del movimiento de las plantas, de la feminidad.
Importa saber que una vez rematada, la obra perderá el nombre del autor y se llamara Obelisco de la Caja. La Caja de Madrid, puesto que, entre fotos, dibujos y croquis, aparece Miguel Blesa, presidente de la entidad tricentenaria, juntando su sonrisa a las de Calatrava y Gallardón, frente a la maqueta del cipote previsto con el preventivo capuchón de bronce. Un preservativo a medida justa - sigo la nota - hecho de 800 barras de bronce que se articulan con los 12 añillos de acero, espaciados cada 10 metros, con 6 de ancho, que girarán desfasados así que las barras crean la impresión visual de un movimiento ondular. Dos actores más intervendrán en el desarrrollo del espectáculo erótico: el agua y la luz. ...se trata de hacer algo vivo, que se mueva, no algo estático.Por eso es tan importante el agua, que, al ser bombeada por unos potentes hidrófonos, subira por el “tubo” a los 120 metros y se dejará caer por la gravedad desde la punta de la glanda, abrazándola como tela de seda húmeda.
En cuanto a la luz, el artista contempla que [el “cilindro”] sea iluminado bien desde fuera, bien desde interior. Desde fuera, lo comprendo, porque hay proyectores cuyos haces alcanzan fronteras cósmicas. Desde dentro, hasta que no lo vea, no lo creo, puesto que ni la NASA, utilizando la constante de Planck, no ha logrado un artilugio capaz de penetrar materiales opacos como el hormigón y el acero, su mayor éxito siendo lo contrario, probado en los aviones invisibles. Y más cosas: la luz tiene que evocar los atardeceres madrileños rosas, según los de Goya (La Razón) o los de Velázquez (El País), asunto que resolverá alguna productora de bombillas eléctricas.
Es así que el tan esperado sonido de la noticia ha pasado por una imaginaria vibración eréctil, a los gemidos de la gruta de Polifemo, al acoso de la inalcanzable Galateea, y ha acabado en un apagón mudo y natural, como los de la Fenosa.
Hasta hace pocos días, cuando tuve la curiosidad de asomarme a la Plaza de Castilla, carpeta con los recortes de prensa en mano, para comprobar, sonrisas, certezas y opiniones todavía ausentes. Una obra así, colocada justo en el sitio que también se llama Puerta de Europa, puesto que las torres inclinadas “simulan un arco de entrada”- ¿por qué no de salida? - necesita, al menos de la opinión anónima, o sea, de la consulta de la gente por medio del voto. Como se ha hecho en el caso de la Puerta del Sol, donde el voto de los madrileños ha sido unánime, debido no tanto al rey jinete, primer alcalde de Madrid, sino a la belleza del caballo.
Entiendo que en el caso del Obelisco no ha existido siquiera la consulta del alcalde, al tanto después de la decisión, pero que no ha puesto ni una pega, hechizado siempre por las alturas, subterráneos y zanjas interminables que azotan la ciudad por todas partes a la vez, transformándola en un inmenso astillero de puerto seco.
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Sé que mi voto en contra, frente a la omnipotente voluntad financiera de la Caja de Madrid, no pesa nada. Pero lo anticipo, como madrileño por adopción y trato de explicarlo, dejando entera mi confesada admiración para el artista. Convencido que esta vez se ha equivocado a conciencia, cometiendo un sacrilegio.
La primera obra que he visto de Calatrava ha sido El puente de Alamillo, en 1992, cuando la Expo de Sevilla, que me ha dejado más sugerencias que las resaltadas por los sabios en materia. Tal vez, por deficiencia de conocimientos específicos. Pero para mí, el mástil inclinado, más allá de “navegar” se llevaba con él, por los tensores parejos, el eco triangular de un salterio que de pronto se transformaba en “cítaras de plumas”, vistas por don Luís de Góngora en el vuelo también triangular de los pájaros migratorios, que, para no extraviarse en sus caminos nocturnos, suelen emitir unos breves y penetrantes acordes rítmicos. He visto después más obras, más puentes y, sin proponérmelo, he descubierto como su sensibilidad a la naturaleza invadía su geometría, cuya aspiración hacia las alturas no podría mejor apoyarse que en los pájaros. Como el aeropuerto de Sondica, que, en su totalidad es un pájaro que se
prepara para despegar. O solamente como las alas desplegadas en las dos riberas del otrora cauce del Turia, extremidades para El puente del 9 de Octubre, de Valencia.
Un cierto remusgo se apoderó de mí en aquel entonces y ahora, con la maldita noticia, se ha vuelto más fuerte aún. Porque en el mundo de la escultura el pájaro es propiedad y patrimonio indivisible del rumano Constantin Brâncusi, cuyo nombre no he encontrado en referencia alguna de Calatrava, quien se revindica de muchísimos otros, no siempre de merecida gloria, sino más bien de la fama fácil. Como Marcel Duchamp. No por haber nacido (1887) como Calatrava (1951), casualmente el mismo día de 28 de julio, sino por la pasión del primero para “objetos manufacturados y sacados fuera del contexto”.(Georges Hugnet). Serie que culmina, en 1917, con el urinario, denominado Fuente, bautismo metafórico debido a las aguas revoltosas del dadaismo, invento de otro rumano, Tristan Tzara.
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Uno de los más grandes elogios que se le han hecho a Constantin Brâncusi ha sido el más equivocado e injusto que todos. A la vez, el que mayor daño ha producido no tanto a su renombre como a la escultura en general. Se ha dicho - paradójicamente con buenos conocimientos y las mejores buenas intenciones - que su obra representa lo máximo y lo último, o sea el fin glorioso de la escultura del siglo recién acabado. Cuando el más certero superlativo hubiera sido el de considerar el insomnio de sus búsquedas como el principio, más precisamente como una re-comienzo novador de este arte, después del cansancio natural que impone y supone la gloria legítima y la consagración universal de tantos y tantos renombres a lo largo de muchos tiempos.
Existen en el mundo del arte elogios de más veneno que éste, capaces de encerrar en el sarcófago de 6 palabras - más de 6 tablas no puede tener - la fama de un faraón en vida, como Salvador Dalí, afirmando que hubiera sido mejor escritor si no se hubiese dedicado a la pintura, ablandando relojes e incendiando jirafas...
Por suerte del siglo pasado, tanto Brâncusi como Dalí han cumplido con su destino lo mejor posible, al margen y en contra de opiniones, digamos, tremendistas.
Con la diferencia que el Faraón ha tenido mejor suerte y más fortuna, conocido hasta por los niños que empiezan articular palabras, porque es un faraón español, mientras Brâncusi es un campesino rumano cuyo nombre está chapurreado y mutilado hasta por los, académicos: Konstany Brancuse transcribe La Razón, según Calatrava.
No es culpa de nadie, ni es este el lugar para detenernos en la biografía de Brâncusi si no fuera por la tardía, despectiva y manipulada confesión de Calatrava, presentada en dos versiones : primera, como inspiración, al lado de “obeliscos de origen egipcio o romano” y de “la Columna sin fin, una escultura abstracta del rumano Constantin Brancusi, de 1918, ( La Razón ), y segunda, como “ influencia de Konstany Brancuse, con su La columna sin fin, una obra de Brancuse que puede verse en Rumania.”(El País). Veremos al final que no se trata ni de una ni de otra.
Puntuamos: a) La Columna sin fin, de 1918 (colección de Wiliam Sisler - Nueva York), mide 205 cm., es de madera, en la estructura vertical de la obra participando el cuadrado, el triángulo y el octaedro. El artista, la ha trabajado en un bosque cerca de Paris, de un árbol tallado por el mismo y esculpido según las fórmulas matemáticas - sucesión de cuadrados y triángulos - que han dictado la forma de todas las estatuas de Budha. Trabajo de tres días en plena soledad, acompañado solamente por Polar, su gran perro blanco. Estaba convencido que, respetando las medidas exactas, la columna podrá apoyarse en una base ínfima. Al acabarla, tratando de comprobarlo, se ha fracturado una pierna y ha sido salvado, pasada la medianoche, gracias al aullar del perro, el croar - suyo y de las ranas- por un granjero. Es la obra que ha arrancado la emoción de T.S.Eliot - ...el fin tiene precedencia respecto al principio / allá están siempre tanto el fin como el principio...- y ha determinado a Erza Pound para escribir su ensayo-libro, publicado en The Little Review, 1921.
Puntuamos de nuevo : b) La columna sin fin, que “puede verse en Rumanía”, está al aire libre, en la ciudad de Târgu Jiu, mide 29,33 m., hecha de hierro colado. Son, exactamente 16 segmentos-módulos, rombos asentados uno sobre otros, sin
ninguna articulación : caen ensartados, como abalorios por un eje de acero. Cada uno de los l6 módulos ha sido labrado en los talleres de fundición de ferrocarriles de la ciudad vecina, Petrosani, con su directa participación e ingenieros de la casa, en 1937.
No entramos en más detalles: el número de oro o la proporción divina, es decir la constante euclidiana (1/ 0,618 = 1,618), la simetría del 4 orden, etc.etc.
En el proyecto de Calatrava los 16 módulos se tranforman en 12 añillos de 10 m. “de forma triangular redondeada” (subl.ns). De hecho, un achatamiento burdo de los rombos brâncusianos, donde la santa geometría desaparece bajo la tela sedosa del agua y el infinito se sustituye por la desmesurada verticalidad del fuste. Fuste o mejor pilar, porque la columna y el obelisco son otra cosa.
En la obra de Brâncusi, Ezra Pound , tal vez conociendo el equivocado e injusto elogio supremo que hemos mencionado, encontraba los principios de una nueva civilización espiritual (Op.cit.). Mircea Eliade, que escribe sin terminar una obra de teatro, apunta en Fragments d’un journal - Gallimard, 1973 - Parece increíble. Sin embargo, si se acepta mi punto de vista que Brâncusi ha sido un campesino que ha logrado olvidar lo que ha aprendido en la escuela y, de este modo, a reencontrado el universo espiritual del Neolítico - esta creatividad excepcional tiene su explicaciön. Poco después, Eliade vuelve para hablar sobre la columna del cielo del folclore rumano - la que sostenía el cielo, como decía Brâncusi - considerándola como una Axis Mundi : Lo que quisiera saber es ¿cómo ha llegado a redescubrir esta concepción megalítica desaparecida de los Balcanes desde hace dos milenios y no sobrevivía más que en el folclore religioso? Y más en adelante: Después de acabar esta obra maestra, Brâncusi no ha creado jamás nada digno de su genio y trata de explicarse a sí mismo: 1. Sea que tras La columna infinita consideraba que era inútil entregarse a una obra mayor; 2. Sea por pesadumbre por la muerte del maharajá de Madhya Pradesh, circunstancias que le han impedido crear el mausoleo de Indore, en en las riberas de Sarasswali, y, en el mismo lugar, el Templo de la Meditación.
En el mes de noviembre de 1955, un gran personaje americano, el abogado Barnet Hodes, que le visitará dos veces en Paris, le propone una Columna sin fin que debería ser levantada en la ciudad de Chicago, y según las cartas por correo revelan la disposición del artista, estableciendo el material - bronce o acero inoxidable - y haciendo los cálculos conformes a la alturas que pasarán desde 61 m ( 200 pies) hasta 91,5 m., luego a 122 y acaban en 400 metros. Correo cerrado y proyecto abandonado, una vez que Brâncusi se apaga el 16 de marzo de 1957. Después de haber perdido, uno tras otro, a sus grandes amigos : Rousseau, Apollinaire, Rodin, Modigliani, Joyce, Léger, etc. Modigliani había trabajado y vivido dos años en el taller Brâncusi. Joyce le ha salvado de las maldades “artísticas” de la aduana americana, en el famoso proceso de 1927.
Para conseguir su columna, Brâncusi ha trabajado más de veinte años ( treinta había investido en la serie de sus pájaros, disipados en los más famosos museos del mundo) demostrando que el infinito no depende de ningún modo de la altura en metros, sino de la estructura de ésta. Modestamente, el arquitecto Minoro Yamasaki ha asentado los 157 m de La Torre Picasso casi en un valle. Calatrava ha elegido para su obra la cota más alta de Madrid. Opción que no la contesto en sí misma y no me molesta en absoluto. La menciono porque, en su gran soberbia, ignora un hecho comprobado: si en algún lugar, el sol sale antes que en otros, no quiere decir que en este lugar el día sea más largo...
No, definitivamente, no. La obra de Santiago Calatrava no “sostiene el cielo de Madrid”, sino que lo taladra. Lo está agujereando con una barrena inmensa, patente Black and Deker, fabricada por la Caja de Madrid en sus talleres de cultura.
Pero mi inútil voto en contra no se apoya en este motivo. En el arte, lo decía Schiller, no existe el octavo mandamiento si de lo robado se consigue un producto mejor. Si por robo entendemos también plagio, tenemos un ejemplo significativo en el cuento de Borges Pierre Menard el autor de Don Quijote. Las influencias o las
inspiraciones , si se quedan en esto, son tan inocuas como obligatorias. No es el caso
de Calatrava, quien ha conseguido todos los términos, menos uno : su obra es un hurto por deformación. Así aplastada, La columna sin fin de Brâncusi se muere en sus manos, tal como La Gioconda - hablo de la auténtica - con bigotes añadidos.
Confieso, para entendernos mejor y para pedir todas las disculpas al artista, que mi preparación en materia no pasa más allá de la de un bachiller aplicado, reducida poco a poco a la misma contemplación experimentada por los navegantes griegos que regresaban a las orillas mediterránea para poder admirar, hechos realidad, sus largos sueños del altamar...
Con la suerte añadida de que mis “orillas mediterráneas” han sido (y siguen) las tierras del distrito de Gorj, que nosotros llamamos la Oltenia Alta. Orillas mías y también de Brâncusi, puesto que la distancia entre nuestras comarcas es “obra de pocas leguas” como dice Quijote, o como dicen mis lugareños, cosa de algunas cuatro sulitzi ( jabalinas ), o sea seis horas de caminar a pie. Los primeros sueños míos hechos realidad han sido sus tres obras que están en Târgu Jiu : La columna sin fin, La Puerta del beso y La mesa del silencio, con sus doce sillas. Me acuerdo que para llegar a Paris, Brâncusi a recorrido la distancia a pie. Y no me olvido que también a pie, pero con un metro en sus manos, un americano, célebre crítico de arte, como él mismo se presenta, ha medido la distancia que hay entre el Obelisco de la Place de la Concorde y el Arco de triunfo del Carrousel, en Paris. Queda claro: es la misma distancia que hay entre La columna sin fin y La Puerta del beso, las obras de Brâncusi, en Târgu Jiu. Lo que, según un libro del crítico americano, Brâncusi ha robado la distancia....
Razón de más para que Lucian Blaga, en un poema (El santo pájaro) dedicado a Brâncusi, escriba : ¿Eres pájaro o una campana llevada por el mundo ? / Desde lo alto del cielo de tus abovedadas mediodías / adivinas todos los misterios de las profundidades. / Álzate sin fin, / pero no nos digas jamás lo que estas viendo...




Octubre, 2004




Nota: enviado a los mencionados periódicos, ninguno no le ha hecho caso. Enviado también a Caja Madrid, se me ha contestado que lo han recibido y que aprecian mi buen español…