domingo, 6 de junio de 2010

En el infierno se habla rumano

Aunque surgió así de entre los papeles que abultan mis carpetas con textos sin nunca acabar, el título de estos apuntes no es ninguna figura poética, sino una verdad que hay que verla desnuda: sí, desde hace algunos años, en el infierno se habla rumano. Porque para nosotros el infierno es un lugar cualquiera, real y concreto, donde el cuerpo sufre y aguanta una vida de penas, dolor y penurias. Para el otro infierno, el imaginado, donde sufren castigo eterno las almas de los réprobos, tenemos (y lo vivimos a nuestro modo) la palabra iad - la transcribo en rumano - herencia cristiana de otros tiempos, que, nada casual, viene del eslavo jadû.
Por interesante e instructivo que sea el imaginado, prefiero hablar del real el nuestro, donde - dice un filósofo – hemos tratado de transformar lo insoportable en soportable y vivirlo como tal, buscando siempre salidas para salvarnos de tormentos, padecimientos y martirios inmerecidos.
La insurrección popular (22 de Diciembre de 1989) hubiera podido ser una de estas salidas. Hablo de la real y verdadera y no de la conspiración que la ha suplantado, bajo el nombre falso de revolución, para amurallar y tapiar esta puerta - que esperábamos de hace medio siglo - y abrirnos las suyas. Que es así cómo hemos logrado trasladarnos de un infierno al otro, sin cambiar del lugar. Es así cómo, en este otro infierno, que no esperábamos, ni barruntábamos que podría existir, se habla rumano.
Tan grande era nuestra ilusión de vernos libres, que no nos hemos dado cuenta que en los primeros 6 meses del ‘90, el país se había quedado sin puerta ninguna, toda persona teniendo la libertad de entrar y salir, hasta varias veces al día, llevándose todo lo que quisiera.
Un tráfico que saqueará el país vaciándole de bienes de consumo y productos de primera necesidad. Tantos productos, que en todo este periodo los precios del mercado en los países vecinos – hasta los clavos – han sido dictados por las mercancías rumanas.
Sin ningún control, sin policía de fronteras, sin aduana, los saqueadores se han llevado también obras del patrimonio cultural e industrial y gran parte de la riqueza económica. Fortunas que ni sabíamos que tuviésemos.
Desconocido por nosotros mismos y sin nunca disfrutar de sus verdes colinas, transportado en maletas, fardos, talegos y bolsillos, nuestro paraíso ha desaparecido del país dejándonos a disposición exclusiva los llanos sin lindes del infierno terrenal.
Por extraño que parezca, en diciembre del ‘89, Rumanía era un país muy rico, sin un céntimo de deuda externa, con un depósito líquido de 2 mil 300 millones dólares en la Caja Fuerte y créditos concedidos por doquier, sobre todo en África, en los países árabes e inversiones hasta en Australia (hierro), Chile (cobre), Estados Unidos (carbón). Un país muy rico y un pueblo empobrecido, arrodillado por la dictadura roja totalitarista más despiadada de toda Europa del Este. De donde su trágico e inevitable final.
El repentino empobrecimiento es tema aparte, cuento largo de nuestra transición mal conducida hacia el estado de derecho, libertades y democracia. Los valores históricos de nuestra permanencia no habían caducado, ni los nuevos cambios han sido falsos, sino doblemente inadecuados, por requeridos (desde fuera) y aceptados (desde dentro) sin sopesarse las condiciones particulares de su aplicación. Lo que sirve para algunos no es necesariamente bueno para todos. Entregar a un beduino un automóvil a cambio de su camello, significa quitarle la vida. Y esto está sucediendo hoy en día en muchos lugares del mundo. Mientras, en nuestro caso, solamente se nos han prometilos coches y se nos han llevado todos los camellos.
En el pasar de una sociedad desde el totalitarismo rojo a la democracia no hay arquetipos por seguir. La transición española ha sido modélica sin ser un modelo. Se trata de la participación determinante de las fuerzas de izquierda, la implicación activa de las del centro y la expectación de las de derecha. Todo bajo la voluntad de La Corona y la actuación sabia del Rey que ha llevado el timón de la restauración de la democracia.
Se trata también de una sociedad “bien atada”, pero no arrodillada, donde la propiedad privada tenía cierto margen de libertades. Puedo equivocarme en parte u olvidarme algunos factores (el consenso político consagrado por los Pactos de la Moncloa) o más componentes comprometidos con el aperturismo democrático, pero así veo y así entiendo la transición española. Un proceso singular, dentro de un contexto internacional favorable al cambio.
Nada de este admirable cambio de rumbo hubiera podido funcionar en Rumanía, donde hemos inaugurado la transición incriminando a los comunistas con la más inadecuada de las injurias - ¡comunistule! -, olvidando que, con o sin carné de militante,
todos lo hemos sido, haciendo que el país funcione. Y, lo peor de todo, aceptando consejos ajenos, de modo especial en el proceso de la privatización de la economía e industria. Donde todo era del estado, pero también era nuestro; resultado del trabajo, donde los comunistas representaban la mayoría de la gente activa. En los últimos años, el carné era como la segunda certificación profesional. Un carné de conducir el coche, o llevar los trenes únicamente por la vía férrea - nos burlábamos.
Ninguno de los consejos aceptados sin más era desinteresado. Primero, hemos cambiado los nombres de las más grandes fábricas industriales. Así, por poner un ejemplo, la empresa 23 August – 12 mil obreros – ha pasado a llamarse Faur, luego ha sido desmantelada en departamentos, sectores, secciones, talleres, etc., y privatizados al granel a precio de ganga. De este modo, nos hemos saqueado a nosotros mismos a favor de los otros. No han faltado los compradores. Con medio millón de dólares, los suecos se han hecho con la IMGB – empresa de máquinas pesadas que fabricaban otras máquinas. Con 15 mil obreros. Con un torno – el segundo en el mundo – fabricado por los japoneses y comprado por nada más que 20 millones de dólares (¡!).
Unos 35 técnicos y obreros de alta calificación trabajaban simultáneamente en sus pupitres de comando. Para producir, por ejemplo, turbinas eléctricas con un eje de hasta 120 m. Y después de dos semanas de la “privatización”, los suecos han vendido el edificio del club de la empresa – restaurante en los días laborales, reuniones en los festivos – con, exactamente, 1,5 millones de dólares. Mientras que la mitad de los trabajadores se había quedado en la calle. Nuestros primeros emigrantes.
Dispuesto a aliviarnos la carga del pasado, invirtiéndola con buen provecho en su futuro, el Occidente no estaba preparado para recibir los oleajes de la inmigración. Ni tan siquiera había pensado en ello. Tanto menos ha sido capaz de entrever en estas crecidas humanas una maná del cielo, puesto que los que llegaban a sus orillas lo hacían para sobrevivir y su única salvación constaba en vender lo último que le quedaba del pasado, la fuerza de trabajo. Sea cual sea el trabajo, fuera el que fuera el precio.
Nada extraño, por ende, que la primera reacción frente a la embestida ha sido el rechazo y la autodefensa, blindando las fronteras con leyes y reglamentaciones ridículas y poniendo así, en bandeja de plata, el mejor negocio para las mafias. Que no han tardado ni un instante en poner en marcha las herramientas adecuadas para la primera esclavitud del siglo. Siempre en los límites de una legislación que los gobiernos la han ampliado con nuevas medidas de urgencia, aparentemente justas, correctas y necesarias.
Y es así cómo los intrépidos (¡no los empresarios!) de las dos orillas han hecho la mayor inversión nunca soñada: desde los albores del siglo, una bien organizada caravana de autobuses - chatarra con video y aire acondicionado – ha puesto rumbo hacia los Cárpatos, trayendo a los desamparados a España. Les conseguía todo lo que hacía falta: pasaporte, visado, seguro médico. Todos los papeles exigidos, más el firme espejismo de las promesas de un buen trabajo. Y les cobraba, para un viaje de más de 3.500 km., la friolera de 120 euros. Menos que un par de zapatos de calidad mediana. Dinero que te adelantaban, si es que no lo tenías, tal como te adelantaban la suma necesaria para los tres meses de estancia, cantidad que, habitualmente, no la veían ni las autoridades de la frontera y de la aduana, pero creían en lo que se les decía “el empresario”, presentando los documentos y, debajo de ellos, el soborno convenido en euros, que era cuando los funcionarios del estado, corruptos como el estado mismo, cerraban los ojos y abrían los bolsillos y las barreras, saludando con todo respeto.
Así se iban los rumanos

.....y regresaban en ataúdes.

Hoy las cosas han cambiado. No porque Rumanía es un país miembro de la UE. sino porque los manantiales de la inmigración se están agotando. Ahora sí los rumanos pueden salir y moverse de un país al otro, con una libertad que no les sirve para nada, puesto que se han apagado también los años de la bonanza y del dinero fácil. Y, por barata que sea la mano de obra, casi nadie contrata inmigrantes, rechazados esta vez por preservar los puesto de trabajo para los nativos.
Queda pendiente, sin embargo, el problema de las primeras oleadas migratorias, que ya se han asentado en España, gozan de más derechos y no piensan regresar, puesto que no tienen donde, tampoco encuentran trabajo porque la crisis global económica y financiera ha marchitado por doquier todas las ilusiones.
He seguido, paso a paso, los destinos torcidos de los primeros inmigrantes, sin poder hacer nada concreto por ellos. Ni tan siquiera convencer a la opinión pública y a
las autoridades del estado que la imagen que se cultivaba por doquier sobre ellos y sobre el país era injusta, falsa y, muchas veces, interesada. He escrito sí mucho con este fin, pero nunca se me ha hecho caso, quedándome con las carpetas repletas con recortes de prensa y textos sin publicar. Abro una, la del año 2004, cuando la matanza terrorista de Atocha, donde han fallecido 16 rumanos y 96 han sido heridos. Todos sin papeles. O sea - como los demás 300, que estaban en los mismos trenes, salvados por milagro -, vivos no existían para las autoridades del estado. Pero sí muertos eran legales...
Abro la carpeta y voy narrando sucesos, cambiando solamente la conjugación. Me froto los ojos y leo de seguida una treintena de toponímicos rumanos, noto los días de salida - luni, miercuri, joi, sâmbata - y las localidades españolas de llegada, miro los mapas de los dos países y observo lo acertado del negocio en las dos partes. Una red perfecta que recorre ciudades, villas, pueblos y hasta aldeas, donde sobraba la mano de obra y llegaba a España, justo donde más falta hacía. Una telaraña que funcionaba 24 horas, mantenida por una cadena de diecisiete oficinas en España y otras tantas en Rumanía - dice el prospecto que tengo a la vista. Tantas agencias, agentes, operadores o simplemente “taquillas”, en servicio permanente, con teléfonos y direcciones, más la imprescindible mención se vorbeşte româneşte - se habla rumano.
Tantos sartenes agujereados donde se freían adolescentes, y adultos -¡nadie por encima de los cuarenta años!- mientras las mafias rumano-españolas sostenían bien el mango, desafiando conceptos, reglas, moral. Desafiando al Estado mismo que, gracias a las mafias, contrataba inmigrantes ilegales y se los llevaba a Irak, y, del mismo modo, aceptaba que miles de inmigrantes, viviendo en cortijos abandonados, trabajen en toda clase de obras, hasta en la recolección de legumbres y frutas, a precios vergonzosos.
En Jaén, pongo un ejemplo, había 50 millones de olivos, donde trabajaba la mayoría de los inmigrantes, mientras había 22.000 parados y 24.000 receptores de subsidios comunitarios, que para Jaén sumaban 431 millones de euros, de los cuales 41% era para olivareros. (El País - 8 de diciembre, 2004). Unos tejen, otros se visten...
A pesar de ello, el Occidente se empeñaba en defender sus fronteras, desanimaba las entradas de más inmigrantes y perseguía a los ilegales bajo pretextos nimios. Así, entre 1 de enero y 31 de agosto de 2004, España ha expulsado 73.747 inmigrantes sin papeles, es decir, 303 repatriados por día, o un expulsado cada cinco minuto. Todos estos expulsados habían sido traídos a España por las mafias, para forrase a ellas mismas y para dar trabajo a las policías del estado.
Me pregunto si entre ellos estaban también los 59 rumanos, detenidos en la Operación Bloque por indocumentados, “víctimas de un presunto delito de tráfico de seres humanos...que vivían en contenedores en la localidad riojana de Cuzcurita del Río Tinto, que salían a las ocho de la mañana a trabajar en distintas construcciones...hasta las ocho de la tarde... [Además] ha sido detenido otro rumano que, presuntamente era el encargado de los obreros y el nexo [con] la empresa que los empleaba, Excavaciones y Canalizaciones, con sede social en Madrid.”(El País, 15 de septiembre). Sobre todo me pregunto qué ha sido del pobre gerente de la empresa, cacique de cuerpos y almas, aunque podría jurar que no le ha pasado nada feo o malo.
Seguramente que los ingleses no prohibirán la caza del zorro, mientras cuatro estados europeos practican la expulsión conjunta de 75 rumanos - 30 de Francia, 30 de España, 10 de Italia y 5 de Bélgica- con un avión del Ministerio de Interior de Francia, tal como lo publica el mismo periódico, el día 30 del mismo mes. Cacerías, rutinarias...
Me pregunto, por fin, ¿cómo se explicaría el gobierno español el hecho de que el Ministerio de Defensa ha empleado inmigrantes irregulares, entre ellos, rumanos, en la base militar que las tropas españolas tenían en Diwaniya (Irak)?
Entiendo que un cocinero iraquí hubiera podido espiar – igual podría hacerlo cualquiera – pero me pregunto porque el titular de Defensa de entonces, Federico Trillo, decía que él y su equipo “no tuvieron nada que ver con estas contrataciones, que realizaba el Estado Mayor del Ejército de la Tierra” (El País - 20 de noviembre). ¿Pertenece o no al Ministerio de Defensa el Estado Mayor? Claro, en este pedazo del imperio de lo posible, o sea, del infierno terrenal donde se habla rumano, todo es posible : el ministerio había adjudicado este contrato a UTE - Unión Temporal de Empresas - la que, a su vez, lo había pasado a dos de sus filiales - Ucalsa y Tecnove- que, según contactados que han preferido el anonimato, les han prometido 2 meses de trabajo, a 1200 euros por mes, 2 semanas de vacaciones, y la regularización de su residencia en España.
Al final, han trabajado cinco meses, sin vacaciones y sin regularización. Porque no se ha podido averiguar si eran contratos según legislación española o iraquí, ni cómo han llegado a la base militar. Tal vez, lo habían hecho directamente, los bosnios desde Sarajevo y los rumanos desde Bucarest...Por supuesto, en cooperación con el Ministerio de Corrupción, que no se ve en ninguna parte porque ahorra mucho y no tiene una sede fija, ni falta le hace al tener buen cobijo en los demás ministerios.
No ignoro la voluntad y los esfuerzos de los dos gobiernos en buscar las mejores soluciones del asunto. Tampoco pongo en duda la legalidad de la compaña de transporte. Dudo de la moralidad del negocio en sí mismo, que no la descubro por ninguna parte. En cambio, veo donde desemboca casi siempre: pasados los tres meses, los legales se convierten en ilegales, las promesas se esfuman, casi nadie trabaja en su profesión, muy pocos lo hacen a base de contrato, mientras la mayoría pasa a labores humillantes, casi siempre de mucho peligro. Porque no tienen otra solución, por haberse
endeudado, sin saber cuánto, bajo firma personal responsable y bajo amenazas de toda clase, incluido el castigo corporal, siempre cumplido, sea por compatriotas - ¡cuánta decadencia!- sea por terceros.
Desde Castellón, donde hay una colonia rumana muy importante, a uno de los endeudados insumisos, la banda de mafiosos rumanos le ha prohibido trabajar sin su “protección”. Luego, la paliza ha supuesto 3 meses de hospital y el regreso a Rumania, sin mandíbula: los médicos le han puesto una de metal. La “cabeza” visible era un rumano que controlaba hasta a los policías del lugar, ya que el mutilado, frente al comisario, ha sido convencido de retirar la queja. Y todo ha vuelto a la normalidad...
Me sobran casos: un rumano - evito los nombres-, de 22 años, detenido en Pozuelo de Alarcón, por haber robado en 15 domicilios, haciendo de spiderman - hombre araña. Una banda - 38 personas - detenida en Pedrezuela, dedicada a traer mujeres de Rumania, obligadas a prostituirse en clubes de alterne, como El Mirador. Más crueles aún, otros mafiosos, obligaban a una joven de 17 años a acostarse, durante 48 horas, con “clientes” de la calle de La Montera. Sin recibir un céntimo.
Parece ser que hay miles de rumanas obligadas a cumplir con esta “profesión”, la más antigua, como dicen todos, confundiendo el fondo bíblico con la forma pagana, tribal, de la esclavitud. No, definitivamente, no se trata solamente de esto, sino de algo más grave: es el desenfreno, la libido pervertida, que no tiene nada que ver con las teorías freudianas, sino con la pereza biológica, la degradación social y moral, la lujuria vista como quintaesencia. El engaño cultivado instintivamente por alcahuetes analfabetos, con consecuencias infaustas para la familia, donde la violencia del género es la más visible. Son, además, las falsas leyendas ibéricas del machismo o sea, la potencia física que, de hecho, es impotencia espiritual. Lo peor que está en los escaparates de las sociedades contemporáneas. Es el estado que le trae sin cuidado el futuro, instrumentando una legislación chapucera. Como chapucera es la cada vez
renovada Ley de Extranjería, que acaba siempre en “reglamentos” cargados de rencor y venganza partidista. Siento que lo digo, lo digo con dolor, pero prefiero verdades sin disfraces políticos. Hace poco, la señora Consuelo Rumí, Secretaria de Estado de la Inmigración, presenta (El País, 2 de noviembre, 2004) el nuevo reglamento de regularización de los extranjeros, invoca la mala administración del tema por los ahora en oposición, dando afirmaciones por opiniones políticas: “No, vamos a procurar que [la regularización] no se parezca (subrayamos nosotros) a lo que ellos hicieron.”
Si entiendo bien, este no se parezca quiere decir que todo será igual, vertido en otro odre. Y es verdad: vistos los pasos del proceso, me encuentro con invenciones terminológicas que parecen pensadas por las mafias mismas, escalones donde los empresarios los intermediarios y los alcahuetes se apiñan para controlar a los 800.000 inmigrantes ilegales – la cifra real podría ser el doble - atrapados en los subterráneos de la economía sumergida. Cada nuevo término un obstáculo, un parche bienvenido para los mafiosos que, por fin, disponen de toda la libertad, bendecida hasta por los sindicatos, para vender contratos ficticios de trabajo, empadronamientos ficticios, pasaportes falsos a los extranjeros . Hasta esto, vender lo que no se tiene...
Es imprescindible hacer números: multiplicad, modestamente, 800.000 con 10 euros por día y verán que las ganancias de los mafiosos representan 8 millones euros diarios. Esto significa un mínimo de 160 millones por mes, un mínimo de 1.70 millones anuales. Que no pasan nunca por La Agencia Tributaria.

***

En diciembre de ‘89, el país tenía unos 23.4 millones de habitantes, cifra mantenida por algunas fuentes consultadas, mientras otras van disminuyéndola hasta 22.3 millones, según el último censo demográfico. De éstos, se reconoce, actualmente la mitad lleva una vida que pisa el umbral de la pobreza, puesto que en los últimos quince años, se han ha perdido más de 5 millones de puestos de trabajo. No se trata de camareros, conserjes, barrenderos o administradores de cementerios, sino de gente estupenda, estupendamente preparada al nivel universitario, ingenieros, técnicos, investigadores y un largo etcétera de obreros de alta calificación que hacían funcionar una industria inviable, con tecnologías obsoletas, que les garantizaban la existencia.
Ningún país del Este se ha hundido tanto, en tan poco tiempo, como Rumanía, y de ahí las consecuencias inmediatas: baja natalidad, alta mortalidad, violencia, criminalidad, robos, saqueos, y vejaciones de todo tipo. De ahí, los efectos continuados:
degradación biológica, disminución de inteligencia, creatividad, afectividad e incluso imaginación; desequilibrio de la pirámide de las edades. Realidad que, en una de sus últimas declaraciones como presidente del país, Ion Iliescu, la reconocía afirmando que en el año 2050, Rumanía llegará a 14 millones de almas. No llegará, sino que bajará a esta cifra. Lo decía con conocimiento; más allá de su irresponsable sonrisa política.
Porque la vida del hombre, como la cultura, sigue la ley de las plantas y no se cumple sin respetar las etapas, o sea, los escalones “fatales”, posibles sólo en un sentido único: el brotar de la semilla, el desarrollo de las hojas, el florecer, el fruto y la muerte. No antes de disipar la semilla. Por esto, los pueblos no son como el agua del mar; son los ríos que se están secando paulatinamente. Y allá se asoma el desierto demográfico y los países se marchitan. La solidaridad implica una gran dimensión humanitaria pero los estados no son solidarios siempre.
Pobres en lo económico, los rumanos nos hinchamos con el léxico, donde la semántica nos ahorra espacio a cambio de más tiempo. Así, lo hemos dicho en las primeras líneas: el infierno es terrenal, diferido de iad, que es el imaginado. Verdad es que, como otros pueblos, para el figurativo usamos de las dos palabras, y otras más.
Del mismo modo, para tiempo, siglo y año, tenemos las parejas eslavas vreme, veac y leat, que dicen lo mismo, pero, según el ánimo del hablante, suponen unidades temporales diferentes a las voces latinas. Más tiempo, siempre sin precisar. Volviendo al infierno como geografía terrenal cualquiera, donde se habla mucho el rumano, creo que la burocracia comunitaria de Bruselas no se equivocaría en nada al reconocerlo como idioma oficial o, al menos lengua de trabajo, en las reuniones donde se tratan asuntos rumanos. Sé que sería inoportuno pedirle más, pero no cuesta mucho en reconocer la palabra inmigración como sinónimo de la esclavitud. Porque la verdad no va lejos del significado feudal y en su contenido real las diferencias son, a veces, meramente disfraces políticos.
Decía que unos 3 millones - algunos dicen 4 - rumanos viven como inmigrantes, diseminados en todo el mundo. Sólo entre Italia y España suman 1,4 millones (ABC - 29 de noviembre). En los Balcanes, ninguno de los 8 países - Serbia y Montenegro juntos, más Kosovo - sobrepasa la mitad de la población de Rumanía. De éstos 8, hay 3 que apenas llegan a 4 millones habitantes. O sea, los 4 millones de rumanos emigrantes son un pueblo sin patria y sin tierra. Flotante en los mares de todas las adversidades.