Don Quijote llega a Rumanía
La reconquista espiritual de los rumanos - Don Quijote llega desde Francia - El medio milenio de silencio - El voivoda Vlad Ţepeş acompaña a Don Quijote - Los sefardíes y los refranes de Sancho Panza - Las influencias de Cervantes en la literatura rumana - Un Don Quijote autóctono.
La reconquista espiritual de los rumanos - Don Quijote llega desde Francia - El medio milenio de silencio - El voivoda Vlad Ţepeş acompaña a Don Quijote - Los sefardíes y los refranes de Sancho Panza - Las influencias de Cervantes en la literatura rumana - Un Don Quijote autóctono.
Dos constataciones de principio y una tercera, de índole aparte, tratan de explicar la llegada, aparentemente tardía, de Don Quijote a Rumanía. Sin pretensión de mucha novedad y, sobre todo, sin excluir otras, siempre posibles y esperadas.
Son muy pocas las literaturas del mundo que han logrado imponerse por sí solas, únicamente desde la originalidad - lengua, estilo, tradición -, acreditando así una vocación de universalidad primigenia. Si lo pensáramos dos veces, fieles a la verdad, nos quedaríamos en el territorio de la duda, oteando horizontes cada vez más lejanos.
Hasta las antiguas civilizaciones son trasposiciones de otras, que la papirología no descubrirá jamás, porque en aquellos tiempos los pergaminos eran de piedra, el papiro de arcilla, y los escribas unos forzados a las galeras del espíritu, resignados a la caligrafía del cincel y a la del cálamo de pluma.
Sin buscar más lejos, en La Biblia hay muchos más libros, como también en La Odisea hay muchos más autores que Homero. Lo que no quiere decir que Homero no sea el autor único de La Odisea, tal como la tenemos, elaborada por él, dentro de la matriz estilística de la cultura griega.
En Don Quijote, para volver a nuestro asendereado caballero, hay muchos otros caballeros andantes, todos fundidos por Cervantes, con sus lugares y sus tiempos, en un lugar sin nombrar, de la Mancha, y en un cierto tiempo, o sea, el suyo, con sus datos específicos, bajo los horizontes de la matriz estilística de la cultura española.
Es la intuición y el sentimiento del espacio, como factor determinante, y de potencia simbólica de una cultura o de un estilo, y como acto creador de la sensibilidad consciente (Kant, Spengler, Frobenius, Jung, etc.), lo que expresa la originalidad y la universalidad de una obra. […]
Cervantes- para cerrar la primera constatación- sabía (intuitivamente) mucho de estas cosas y acaba la primera parte de su obra con la caja de plomo, rescatada por un médico “de los cimientos derribados de una antigua ermita que se renovaba.” Dentro del “sarcófago”, en los pergaminos escritos con letras góticas, estaban transcritas las hazañas del “faraón”, “noticias de la hermosura de Dulcinea, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza, y de la sepultura del mesmo Don Quijote.” Todo en su sitio - Rocinante no podría faltar- y para siempre.
Aunque afirmada con sus peculiaridades- estamos en la segunda constatación- ninguna literatura ha conseguido manifestarse plenamente, sin una comunicación con las demás, sea para tener la medida referencial de sus valores, sea para asimilar valores ajenos, propicios a su desarrollo. Proceso sin tiempo preestablecido, necesario para alcanzar la proyección universal, cuyo ritmo conoce una curva de muchas sinuosidades, con largos periodos de silencio.
Más avisados que yo, dentro de esta constatación, algunos especialistas hablan de un sentimiento de inferioridad, mientras otros sostienen la hipótesis de la vocación de universalidad propia para ciertas culturas, desde luego las culturas mayores. Las dos opiniones nos parecen igual de injustas como falsas. La primera, por introducir en el debate elementos psíquicos y somáticos que no se justifican por ninguna peculiaridad. La segunda, por recurrir a lo no visto, acreditando la idea de una predestinación, lo que para los que no la poseen representa una frustración. En esto constaría, hasta donde alcanza mi entender, la falsedad, diferente de las dos opiniones, pero de injusticia común, porque en el proceso que estamos tratando se ignora la presencia de los factores internos y externos, los que, incluso cuando accionan por separado, se condicionan recíprocamente. [….]
Cuenta mucho, enormemente - esta es la constatación de índole aparte -, el momento en que, por medio de la traducción, un libro acuñado con el sello de la universalidad, entra en el circuito de los valores literarios de un país. Idóneo, si este se da dentro de lo que llamamos contemporaneidad, no siempre es oportuno, incluso podría ser contraproducente. En esta fase, el espacio receptor actúa más bien a favor de la obra traducida, participando en la consagración de ésta, todavía incipiente y nada segura, ya que la certeza inicial no deja de ser hipotética. El tiempo, que no conoce el recurso de apelación, es el único juez que la convalidará o no. […]
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha es la mejor demostración de esta tesis. Sus primeras salidas allende la Península, son, de alguna manera, retornos ab origine: Inglaterra, Francia, Alemania, Italia. Luego, los países nórdicos. En todos estos espacios, Don Quijote tiene sus bien conocidos ancestros. Empezando con las figuras de
Lancelot o Perceval, creaciones de Chrestien de Troyes, con las del Rey Arthuro o con
Merlín, el hechicero, con los caballeros de la Mesa Redonda, hasta con los héroes de
Heinrich von Veldeke, plasmados en Eneit, primera novela del mundo caballeresco según modelo anglo-normando, e incluso con los dos personajes - padre e hijo-, del muy antiguo Canto de Hildebrand.
Nombres que el cura y el barbero no encuentran en el escrutinio de la librería del hidalgo, pero permanecían en la memoria de estos países y hacen que la llegada de Don Quijote no sea la de un extraño, sino la del hijo pródigo, cuyo retorno es como una resurrección de tiempos extintos. Nada casual que las primeras traducciones de la obra de Cervantes se dan en Inglaterra (1612), Francia (1614) e Italia (1622); tal como queda comprobado por Martín de Riquer, quien menciona también las ediciones del original en Lisboa y Valencia (1605), Bruselas (1607), Milán (1610) y Barcelona (1617), pero no así la traducción alemana, que es anterior (1621) a la italiana; pormenor que los cervantistas han dejado perdido. El bachiller Sansón Carrasco (II-3) estaba muy al día con el “calendario editorial” del Quijote y, tal vez, no se equivoca ni en el caso de la publicación de Amberes, que, hasta ahora, por incómoda, se registra como errata. […]
No, Don Quijote no hubiera podido llegar antes de 1840 a Rumanía. Y no podía entrar por otro camino que desde Francia, que es por donde nos hemos asomado al oeste europeo, reconquistando nuestra latinidad. Por el camino de las orillas mediterráneas, cerradas por la Medialuna, habían llegado los sefardíes. Expulsados de España, parte de ellos se ha instalado en Italia y Turquía. Médicos para la jerarquía osmanlí y fabricantes de las esferas (bolas) pesadas, de mármol bien pulido, para las catapultas contra los muros del imperio bizantino, se han encaminado luego hacia los Balcanes, siempre cerca de las orillas del mar y las riberas de los ríos, siendo los mejores comerciantes de la zona. Tanto que durante más de un siglo y medio toda la correspondencia comercial estaba redactada en judeo-español. Censos de la época, indican que en Rumanía los sefardíes formaban una de las colonias más dinámicas, asentada sobre todo en las ciudades ribereñas del Danubio. Gente trabajadora, bien organizada y de muchos recursos financieros, a la llegada de Don Quijote publicaban quince periódicos en judeo-español, en ciudades como Constanţa, Brăila, Galaţi, Turnu Severin, Craiova, Ploieşti o Bucureşti. Hemeroteca donde algún curioso podría encontrar muchos de los refranes que ensarta Sancho Panza, coetáneo de los sefardíes que, supuestamente, han sido los más contentos lectores por la traducción rumana, cuya portada colocaba primero al personaje y luego al autor: Don Chishot dela Mancha. Din scrierile lui M. Cervantes, traduse în româneste din franţuzeşte, după Florian, de I. R. O sea, Don Quijote de la Mancha. De los escritos de M. Cervantes, traducidos al rumano del francés, según Florian, por I[on] R[ădulescu].
No era Florian un buen traductor de la literatura española, como sus antecesores, César Oudin (1616) y, sobre todo, François de Rosset (1618), cuya versión ha servido a los editores españoles para esclarecer “oscuridades” del original cervantino. Su único mérito es el de mantener el interés de los lectores y el de los futuros traductores que, hasta 1996, sumaban sesenta y dos versiones.
Hombre de mucha cultura, protagonista en el desarrollo de nuestro humanismo tardío, Ion Eliade Rădulescu había fundado con otros intelectuales, en 1829, la primera revista-periódico de literatura, Curierul Românesc, teniendo entre sus principales metas
“el acrecimiento de la literatura rumana” y promoviendo en igual medida las obras maestras de la literatura universal. Queda célebre su exhortación publicada en el primer número: “No es el tiempo para la crítica, muchachos; es el tiempo para escribir; escriban cuanto pudierais y como pudierais, pero no con malicia; haced, no deshacéis, porque la nación recibe y bendice al que bien construye y maldice al que malogra. Escriban, muchachos, solamente escriban.”[…]
El hecho de que Eliade traduce del francés no les encanta a los hispanistas de hoy, olvidándose que en aquellos tiempos no había una escuela de hispanística. Olvidando que todas las tres primeras obras de la literatura española se habían realizado también partiendo de una versión intermediaría: Libro llamado Relox de Príncipes o Libro áureo del emperador Marco Aurelio- 1714; Critil y Andronicus [El criticón] - 1794 y Lazarillo de Tormes - 1839. Para la obra de Antonio de Guevara, el cronista rumano Nicolae Costin (1660-1712), había aprovechado una versión latina, mientras para la traducción de Gracián el idioma intermediario ha sido el griego. Del francés nos llega la obra de Hurtado de Mendoza, Lazarillo de Tormes, traducida por Scarlat Barbu Tâmpeanu , impresa en totalidad con letras cirílicas. […]
Años más tarde, en 1887, será Ştefan Vârgolici el intérprete rumano de Don Quijote, esta vez sin versión intermedia. Vârgolici había estudiado en la Facultad de Letras de Madrid y se le considera, con razón, el fundador de la hispanística rumana, al ser catedrático de filología románica en la Universidad de Yassy.
Vendrá, en 1936, la tercera traducción, de Al. Iacobescu, la primera completa - dos tomos, 593 y 597 páginas -, que es su único mérito, puesto que otra vez, para verterla al rumano, el traductor ha seguido las pautas de una versión francesa. Recurso explicable, teniendo en cuenta la buena comunicación que teníamos con la cultura francesa y, sobre todo, el número reducido de los que aprendían el español.
No se puede, sin embargo, pretender que un traductor, por capacitado que sea, pueda transmitir las bellezas estilísticas de un original, partiendo de un producto de segunda mano. Más aún, cuando se trata de Don Quijote. Más todavía, cuando el “filtro” idiomático es francés. […]
Respetuoso con la tradición, Al. Popescu Telega no realizará la versión íntegra, deteniéndose en el capítulo 41, de la primera parte. Parece ser que el arte cervantino dejaba pronto exhaustos de recursos estilísticos a sus intérpretes rumanos.[…]
A diferencia de las hasta allí mencionadas, la quinta traducción rumana ha llevado a puerto final la labor, la primera íntegra, directamente del español, publicada en 1965 por Editura de Literatură Universală, de Bucarest. Íntegra, debido al esfuerzo común de dos traductores: Ion Frunzetti traduce la primera parte, mientras Edgard Papu realiza la segunda. Labor común, sin conseguir lo ideal - no hay dos Cervantes - pero sin que las desarmonías se notasen, ya que la sensibilidad de los dos intelectuales se ejercita por separado sobre los dos “edificios” de la historia de Don Quijote. […]
Otro dato, más significativo que las traducciones en sí, lo representa la presencia del personaje cervantino como factor externo influyente en la literatura rumana. Con sus dos vertientes: la invisible, o sea “fundida” en obras literarias rumanas que no tienen
nada que ver con el original cervantino y la transparente, es decir, que arranca de la
obra de Cervantes y así lo confiesan. Difícil, desde luego, y arriesgado el rastreo de la primera vertiente, al tratarse de la influencia que ha ejercitado Cervantes, en general, en la literatura universal, sobre todo en la novela moderna. Nuestros mejores narradores, cuentistas o novelistas, están endeudados, en lo primero, con el entorno espiritual más cercano, que sí se puede identificar, pero no así cuando se trata de geografías más lejanas, siendo éstas, más de las veces, contaminaciones involuntarias, simples coincidencias de situaciones o temas y motivos peregrinos.
El ejemplo que más me gusta ofrecer, en este sentido, es la asombrosa semejanza entre el tan conocido y alabado cuento de García Márquez, El ahogado más hermoso del mundo, que parece trascripción directa de una “tablilla” de Tudor Arghezi, El volador, escrita unos setenta años antes […]
Existe en la narrativa rumana del fin del siglo XIX, un cuentista fabuloso Ion Creangă (1839-1889), muy superior al danés Hans Christian Anderesen, que también recogía mitos y leyendas populares para elaborar sus cuentos, que, por desgracia nuestra, no han conocido el derecho a la universalidad. En uno de estos, El cuento del cerdo, se podrían identificar muchísimas semejanzas con los sucesos que conoce Don Quijote al sumergirse en la cueva de Montesinos, hasta entre la figura de Montesinos y la del viejo emperador “blanco como la nieve y apesadumbrado como el tiempo” o entre Belerma y la hija de otro emperador. Casada con el cerdo, que era también retoño real, convertido, de día, en el pobre animal por una bruja, ésta llega a la “cueva” que aquí se llama el Monasterio del olíbano, que se halla al fin de un mundo desconocido, y logra desencantar a su marido. La atmósfera, las observaciones, hasta la narración en sí recuerdan muy de cerca el texto cervantino, pero descarto toda probabilidad de una influencia, ya que seguramente Ion Creangă no ha conocido jamás la segunda parte de la historia de Don Quijote. […]
Más probable sería, riesgos asumidos, la influencia del texto cervantino en nuestro gran dramaturgo I.L.Caragiale (1852-1912), precisamente en su comedia Una carta perdida. En la primera escena de la obra, Ştefan Tipătescu, intendente de departamento, le reprocha a Ghiţă Pristanda, comisario de policía, la falta de algunas banderas que hubiera debido colocar en el umbral de las elecciones. Pristanda jura que las ha colocado a todas cuarenta y cuatro, una por una y empieza a nombrar los sitios, mientras Tipătescu sigue sumando: - “Dos en la prefectura - dos. Dos en la Plaza Once de febrero - cuatro. Dos en la municipalidad - seis.[…] Dos en la prefectura…- Las de la prefectura ya las contaste.” El total no pasa de catorce.
No está nada lejos Caragiale del cuento del pastor cabrerizo Lope Ruiz (I- 20), que tenía que pasar las cabras a la otra ribera del Guadiana, en un bote humilde de un pescador - “tan pequeño, que solamente podía caber en él una persona y una cabra.” Es de noche, Don Quijote lucha con el sueño bajo el ruido ensordecedor de los mazos de los batanes. Sancho cuenta y Don Quijote suma: “-¿Cuántas han pasado hasta agora? - dijo Sancho. - Yo ¿qué diablos sé? respondió Don Quijote.”
Aceptando que la escena es muy habitual, apreciando que es mucho “esfuerzo” el convertir trescientas cabras en cuarenta y cuatro banderas, admitiendo, sobre todo, la capacidad imaginativa desbordante, no es imposible “la marca” cervantina. Sea de una versión alemana, sea de las dos versiones rumanas existentes, en 1884, cuando escribe Una carta perdida, Caragiale había leído, con toda certeza, la historia de Don Quijote, con mucha agudeza crítica y buena memoria. La prueba fehaciente es su interpretación
de la novela Curioso impertinente, las tres partes, en el periódico literario Românul, de la ciudad de Arad (Transilvania), en el mes de mayo de 1909. Adaptación libre que merecería ser retraducida al español para conocer la circulación del motivo y el tratamiento que se ha dado hasta por Shakespeare. […]
La influencia más transparente y curiosa de Cervantes en la literatura rumana, no es solamente su obra literaria, sino el autor mismo, quien resucita y reencarna al caballero andante: Calistrat Hogaş (1848-1917). Hombre humilde y curioso, profesor en la ciudad moldava de Tecuci, más allá de haber recorrido Italia en bicicleta, según un itinerario estrictamente literario, Hogas publica, en 1914, su fundamental y única obra: Pe drumuri de munte - Por los caminos de las montañas - que es nuestro Quijote autóctono. Cabalgando en Pisicuţa (su Rocinante), en compaña de un fiel escudero, glotón y perezoso, mitad vestido de militar, suben y bajan las montañas de Moldavia, contando toda clase de sucesos, en un lenguaje homérico, fascinante.
Libro de texto y de gloria, preferido por muchas generaciones de adolescentes, que, quizás sin saber nada de Don Quijote, lo leían en versión rumana, original.[…]
Fragmentos del libro inédito El reloj de Don Quijote.
A la espera de un editor generoso y avisado.