miércoles, 5 de octubre de 2011

LOS GITANOS, ENTRE NOMADISMO E INMIGRACION



.. Por el olivar venían

Bronce y sueño, los gitanos.


De noche a la mañana, cavando en sus sueños dorados, los políticos occidentales han dado con una verdad de tamaño inusual y no han vacilado en pregonarla a los cuatro vientos: han llegado los gitanos y andan por doquier, como Pedro por su casa.

Revelación tardía - hace siglos que los gitanos estaban allí - pero esta vez apremiante, ya que nunca se han movido tanto de un país para el otro, hasta hace algunos pocos años, al descubrir que pueden hacerlo, que pueden viajar, como todos, al disfrutar de las mismas libertades y derechos humanos. No para admirar las estatuas de los próceres en las plazas de las grandes ciudades, sino para encontrar mejor cobijo que los que piensan dejar atrás, donde ya no queda nada al descuido, nada suelto, ni siquiera chatarra; ni, sobre todo, beneficio sin oficio que para esta gente es imprescindible.

Mientras tanto, mientras que los medios de comunicación retuercen el pregón de los políticos en pasquines ilustrados, avisando del peligro social que los gitanos representan en cuanto al bienestar individual y comunitario, desequilibrando ilusiones, estadisticas, graficos, musica y sillones parlamentarios, mientras los regidores municipales y las fuerzas del orden los acosan y ahuyentan, les derriban las chabolas y les apisonan los campamentos, mientras todo esto y lo por venir, la historia cumple con su deber de siempre y registra un acontecimiento unico en sus anales: por primera vez desde su éxodo, cuyo principio se desconoce y su fin se ignora, por primera vez después de una vida errante, llevada por separado durante mas de medio milenio, sin mas convocatoria que la pobreza globalizadora, los gitanos vuelven a encontrarse, los unos con los otros, casualmente en las orillas del Mediterráneo, se miran en los espejos líquidos de la cuenca y descubren que se asemejan, que son, asombrosamente, los mismos pero un poco mas viejos.

Casualmente y no tanto, porque la última noche del éxodo la habían consumido juntos, en los acantilados del Caspio, y en la siguiente se han topado con los del Mediterráneo. Un muro de agua infranqueable para los caminantes de a pie, que no entendían de barcos, pero sabían leer las distancias terrestres en la claridad del cielo.

Ir bordeando la muralla azul era todo lo que podían hacer y es así como, sin mediar palabras, algunos se han encaminado hacia el norte y otros hacia el sur, llegando los primeros, a través de Bizancio, a los Balcanes y los segundos, desde Jordania y Egipto, cruzando el estrecho de Gibraltar, a España.

No hay constancia de otros caminos, pero sí la certeza de que los demás, los restantes - que no eran pocos - se han quedado en las estepas caucáseas, yendo desde allí hacia otras tierras, sin ignorar las laderas de los Urales, ni las llanuras de Ucrania y Rutenia, tampoco las mesetas de Polonia o las suaves colinas de Moldavia.

La historia menciona las dos penínsulas como puentes incuestionables por donde los gitanos han llegado a Europa, y desatiende esta tercera ruta, la más norteña, dejando que otras disciplinas resuelvan las muchas incógnitas sembradas por los mismos a lo largo de sus caminos y a lo ancho de los tiempos. Las cuales, lógica y algebra por medio, no han tardado en solucionar a las sencillas, multiplicando a las difíciles.

Dejemos las difíciles a los que saben más que la Biblia, para escudriñar a las sencillas, a la vista y al oído, que no son nada deleznables. Así, las primeras - vestidos, hábitos, costumbres etc. - llevan un denominador común, en todas partes, mientras las segundas - el habla y el canto - se quedan a la mitad del camino: se parecen pero no se asemejan. Son las otras de las mismas. Dicho de otro modo, las primeras unifican, las siguientes particularizan. Son las que llevan más misterio, puesto que vienen desde las entrañas del ser humano, cuya primera casa es la voz, el sonido, el habla y el canto.

Así, el sinto - Austria, Alemania, Francia, Italia, etc. -, el romani - Europa del Este - y luego el caló, en la Peninsula Iberica. Tres idiomas que son uno solo. Como el canto: en la vastedad de las estepas, a lo largo del Volga y Don, hasta Moscu, la musica vocal; la voz que sube y abre las puertas del cielo. Mientras que en los Balcanes, en los Cárpatos y en los Alpes, remontando el Danubio y el Rin, la silueta frágil del violín que se quema bajo los relámpagos del arco y desata lluvias de luz sonora sobre valles, colinas y bosques, dejando para las orillas mediterráneas el rasgueo de la guitarra.

En su éxodo, los gitanos venían por los caminos de los cimerios, escitas y sármatas, pero a diferencia de estos no era ni guerreros de los asirios, ni mercenarios de los romanos, ni tan siquiera pastores, sino simplemente nomadas. Caminando por donde había caminos, los gitanos han logrado sobrevivir; por encima y a pesar de todo.

Que los políticos se enteran ahora que los gitanos existen, no significa nada. Que los medios de comunicación se enteran de lo enterado, tampoco es una novedad: siempre se enteran de otras fuentes. Porque no hacen, sino deshacen noticias.

Aún asi, juntando las dos revelaciones, por irrelevantes que sean, salimos ganando, puesto que estamos en lo cierto de una realidad que no exige absolutamente nada más que sea reconocida como tal. Lo que, dicho sin tapujos parlamentarios, resulta sumamente embarazoso. Porque reconocerla, supone aceptarla, medirla con sus propias unidades y no con las universalmente consagradas. De donde, lo imposible: especificas y peculiares, las unidades de esta realidad no existen, son la realidad en sí. Un gramo, en la realidad gitana, pongámoslo como ilustración, no es un centímetro cúbico de agua a 4 grados centígrados, sino uno de lágrimas vertido en lo profundo de una guitarra flamenca que llora en Andalucía o en el vacío de un violín de Transilvania, que es donde la madera nunca pierde el sonido de la memoria primigenia.

Entre Andalucía y Transilvania no hay más fronteras que la musica, diferente pero parecida. Siento que me he adentrado por este camino, que es justo por donde salen los gitanos e invaden nuestras realidades como si fueran de ellos. Y, de hecho, lo son, han sido y seguirán siendo, ya que su realidad las incluye a todas, todidiitas.

En esto, se me antoja, reside la supervivencia gitana. En esto y en algunos pocos pormenores, que es bueno saberlos y nombrarlos, no antes de desandar lo que los gitanos han andado, que es como procede la política: detrás de las ciencias legítimas

Las ciencias, en este caso la arqueología, para explicarse lo que no debiera interesar a la política, se ha ido a los orígenes, a la cuenca norteña del Indo, desde donde se supone que había empezado el éxodo. Y no se han equivocado, desenterrando dos ciudades, Harappa y Mohenjo-Daro, que los recuerdan y testimonian la salida. Pero nada más. Han encontrado la muerte, pero no la vida. Han encontrado juguetes para niños, pero no han dado con ninguna cuna porque, al salir, los gitanos se las han llevado dentro de las palabras sin escribir. Que es donde mejor se conserva el tiempo; en los colores, que reflejan el espacio; y en el llanto, que se hace canto y destila todo en el alambique fabricado por ellos mismos con el cobre de la luna, hierbabuena y conjuros.

El cobre y la madera han sido las materias primas para sus industrias de pueblo errante. El cobre se forja en frío, sobre el yunque; la madera se corta fácilmente y se puede doblar bajo agua. Oficios y menesteres diversificados una vez llegados a las estepas caucáseas y han descubierto el caballo.

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Nadie hasta ahora ha sido capaz de explicar el por qué del abandono de las dos ciudades – casas de tres pisos, acueductos, baños, alcantarillas, etc.- muy parecidas a las de Mesopotamia y Egipto. Todas las suposiciones tienen buenos argumentos, pero el motivo más convincente de la salida tiene que ver algo con la hostilidad de la naturaleza en sí – movimientos tectónicos, sequías, frío, desertizaciones, etc.-, puesto que no hay huellas de confrontación con otras castas, ni armas de carácter ofensivo, ni de defensa organizada. Solamente aperos agrícolas, utensilios de cocina, alfarería, fragmentos de joyas de oro, plata y pedrería, sin talleres propios, lo que prueba un comercio activo con otras tierras.

Los antropólogos no hablan de comunicaciones a distancias largas, puesto que no se conocía el caballo y el único transporte se hacía con carros rudimentarios tirados por yuntas. Es así, se supone, que ha empezado el éxodo. Lento, difícil y sin norte. Itinerarios establecidos luego por los etnógrafos y lingüistas, según costumbres y palabras adquiridas durante el viaje. Es así, se supone, que han optado por altos más largos en lugares que les aseguraban mejor comida; asentamientos pasajeros, específicos de un nomadismo forzoso pero soportable que luego se convertirá en normas y reglas; tradición y vivencias para sobrevivir. El largo caminar les ha borrado la memoria de las orillas, pero no el tiempo.

Prescindimos de la más descabellada suposición, la de una catástrofe nuclear. Si hubiese ocurrido tal evento, hubieran perecido todos. Y no hubiera habido alma alguna para ponerse en camino hacia otras tierras.

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Que los políticos occidentales, al amparo parlamentario, hablan de integración o inserción no me sorprende: la demagogia sirve para colectar votos, los votos sirven para hacerse con el poder, el poder sirve para enriquecerse. Mientras tanto, les allanan los campamentos, les toman las huellas digitales, les hacen subir en vuelos gratuitos, incluso les ofrecen ayudas: 300 euros para cada adulto y 150 para los niños. Y esto, a sabiendas que, plantado en la esquina de una calle, con o sin el acordeón, un gitano gana, en un solo día, al menos la mitad de este dinero. Una mendicidad agresiva, a veces, pero sin violencia.

Que entre los países del Este, Rumanía tiene más gitanos que todos los demás juntos, significa que en estas tierras se han sentido mejor que en otras. Desde 1416, cuando aparece en la ciudad transilvana de Kronstadt –Sibiu- el señor Emaús de Egipto y sus ciento veinte compañeros, los gitanos – primero como esclavos, robi - han sido una presencia constante. Mientras en Prusia o Francia estaban cazados, ahorcados y expulsados, en las tierras rumanas gozaban de muchos derechos y libertades.

Los he visto un día, muy de mañana, harán unos diez años, en el Paseo del Prado, frente al Museo. Iba yo a Cuesta de Moyano a ver libros y ellos iban a sus quehaceres. Eran siete, hablaban por ademanes y a media voz. Dos hacían de barrenderos, juntando ramas secas, dos oteaban los alrededores, y los otros tres estaban sentados en un banco de hormigón, uno agitando en las manos una cazuela de hierro colado y uno otro doblando y cortando con un alicate pequeño varitas de latón, de las que se usaban hace tiempo para medias cortinas.

Me había olvidado de libros, disfrazado de transeunte sentado en un banco cercano: en media hora, las varitas se habian licuado en la cazuela. Me he levantado reconfortado como nunca, diciéndome sin voz las voces lorquianas: Huye luna, luna, luna. / Si vinieran los gitanos, / harían con tu corazón/ collares y anillos blancos...

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Extracto de un estudio con el mismo titulo

Ilustracion - Nicolae Grigorescu