Bajo la luz del otoño
Llego una vez más delante de la casa donde,
sin saberlo, me he de mí mismo despedido.
El anochecer es suave y de las heridas
ninguna me duele. El murmullo de las hojas
me dice que era el tiempo para volver. El silencio
ha subido de precio y las palabras sangran,
al intentar, tan tarde, aventarlo.
La hora se está colmando con el rumor del recuerdo
y las flores empiezan a alumbrar el jardín.
Como un emperador humillado, el maíz
entra en la comarca llevado por yuntas de vacas.
Encima de él, los faroles de calabaza y alubia
acompañan el cortejo. De alguna parte, el silbido
de serpiente en la guadaña. La brasa
de las quitameriendas se apaga en el renadío segado.
El último cuerpo del verano se arrodilla en los oteros
y se deja fecundar por el grito azul de las grullas.
Ciervo yaciente bajo el alero de la casa, nuestro arado
está soñando el canto del mirlo. Descalza,
la infancia siembra maíz en los surcos de las nubes.
El bosque se da a la vela y se va solo hacia noviembre.
En sus lindes, el cencerro del rebaño desafía
la inclemencia de la balada de los tres pastores
y reconstruye en bronce el paraíso de antaño.
EL MAR
Sobre esta orilla donde jamás
haya arribado barco alguno,
merodea desde siempre mi alma
engañada por el rumor de las olas
que nadie más que ella está oyendo.
- No llegará. No llegará jamás,
le digo cada vez más apiadado.
¿ Qué puede buscar un barco ahí,
donde el mar ya no existe desde hace mil años ?
Pero mi alma sigue merodeando por las orillas,
levanta muros de niebla, tapia los valles,
junta nubes y disfraza las colinas,
esconde los maizales, lleva los ganados
a las montañas, protege los árboles.
Después hace borrar sus propios pasos
y regresa a casa para decirme :
- Nada espero. Tienes razón, no llegará.
Pero el mar existe : hoy mismo
se nos ha ido un barco más.
MONUMENTOS
Tan sólo el que ha recorrido el mundo a pie
sabe el precio del agua y de la sombra.
Un semilla de luz líquida sobre los labios
y la mano de sombra de un árbol
acariciándote la frente.
La eternidad no puede ser más cara.
- No te hagas tallar tu propio rostro,
murmuraba mi abuelo, tallando en madera de roble
unas hermosas cabezas de caballo.
En parejas, como si fueran un carruaje,
los caballos escoltaban un manantial.
Pòr todo el camino que sube a las montañas,
la efigie de sus fuentes y sus carruajes.
Entre los caminantes de ahora
nadie conoce su rostro.
EL CÍRCULO
Dibujaba un círculo con el dedo en el aire
y lo trasladaba al borde de la cama.
Nadie podrá salir más;
una vez cerrado, rodará por sí solo
y se irá a detener en cualquier sitio,
contigo adentro.
Aquel círculo que nadie entendía
era su círculo. Solo,
se retiraba y s encerraba en sí mismo,
tal como lo ha hecho toda su estirpe campesina.
- No sean mujeres. Cuidad las bestias
y enderezad la tapia que os viene encima.
En primavera, no os metáis a arar
con los Pampu. Tienen mucha tierra
y nuestra yunta está muy flaca.
En la ventana, los geranios daban flores
y se marchitaban; gotas de luz
fluían sobre las hojas ásperas.
“No sean mujeres...” Manantial apagado, su voz
corría sosegada al sentir la cercanía del mar.
Hacia la madrugada, alguien le había metido
una balanza debajo de la almohada
y el sol habrá de hallar nada más que su cuerpo.
INSOMNIO
Alguien se sienta en las orillas de mi sueño
con una caña de pescar en la mano.
Amarillo, el flotador de corcho cabecea
cerca de mis párpados, mientras allá, abajo,
en la profundidad de las aguas de mis sueños,
clavado en el anzuelo, se mueve el cebo.
Todo está perfecto, calculado con precisión,
el tic-tac del reloj sigue royendo
el fósforo de los instantes encerrados en las cifras
y el hombre que está sentado en las orillas
tiene una paciencia de búho viejo y astuto.
Sigo hundiéndome cada vez más
hacia el fondo de mis ilusiones,
las convierto esta vez en tigres y gacelas
y las dejo sueltas para que conozcan
por sí solas el fin o el signo del futuro.
Desciendo por las amarras de hiedra en flor,
por entre las mudas campanas verdes de las medusas
y consuelo a las sirenas que siguen llorando
por su eternidad estéril, arrellanadas
sobre las cubiertas de naves podridos.
Amarillo, el flotador de corcho cabecea
muy cerca de mis párpados,
mientras en las orillas, mujeres jóvenes
se desnudan de sus soledades enlutadas
y se abandonan a la voluntad de las olas
fecundadas por el largo relincho del viento.
Los cuchillos de la arena despanzurran
la paciencia del búho. Siento
que le hace falta un poco de esperanza
y muevo el anzuelo,
luego reúno las gacelas y los tigres.
Pongo todo a salvo, al saber que, siempre,
incluso en el sueño se puede morir
Oriento las escopetas de los cazadores
hacia donde está el hombre-búho.
Me cubro los ojos, me tapo los oídos
y sigo soñando mi sueño hasta el final.
CODALBA
Mi madre le había desatado la soga de los cuernos
y, acariciándole el moro, la seguía besando
e implorando : perdóname por abandonarte...
Atónito, me miraba por última vez
en el blando espejo de sus ojos. La casa
y el jardín se habían sumergido en sus miradas.
El silencio nos cubría
y nos desgarraba la carne. Todas las palabras
morían en un poema sin escribir.
- ¡Dále la mazorca!, me había dicho mi madre.
Era la última. Como si fuera moneda de plata
enfriada en la palma del muerto.
Se ha subido por sí sola en la báscula:
- “Con la pérdida, 368 kilos de segunda...”
Tanto pesaba nuestro manantial de leche.
Pan de ortigas con salvado.
Infeliz alianza
entre la niñez y su ilusión.
No hemos podido mirarla una vez más.
En casa, el cigüeñal se había partido en dos,
mugido esculpiendo ausencia en el portal.
El jardín habrá de comerse él mismo el pasto,
y en el patio, por mucho tiempo, incluso ahora,
todos los recuerdos habrían de llamarse Codalba.
PIRÁMIDE Y CAÑA
Sin alma otra vez. Al igual que ayer,
no sé por dónde anda sola. Yo
estoy andando por las calles.
Nada busco: todo lo que he encontrado
apenas me ha servido para seguir buscando.
Nadie me podrá enderezar los hombros
doblados bajo tanta duda.
Entre la pirámide y la caña,
me he quedado con ésta última.
Ondulación y rumor. Flexibilidad y murmullo.
Al caer la noche, el recuerdo desata
los manantiales de lo que hubiera podido ser.
Es el instante en el que el alma abre y se va.
Nunca le digo que se quede. Sin decírnoslo,
nos repartimos las horas. El silencio
del arco bien tenso.
Sé cuando vuelve: el cuarto
se está llenado del olor de la infancia.
Suave, la luz de otoño nos junta una vez más.
- Está bien, mi alma. - Está bien, mi hombre.
El arco se destensa. El silencio
se traslada a la punta de la saeta.
ESTADO DEL TIEMPO
Si todavía en la foto que acabas de hacerte
todo resulta de lo más normal,
no te fíes mucho : la nieve
que te salpica la cejas y el cabello
es la nieve que nunca más se derretirá :
el hielo empezará por esta misma región
con un sistema frontal que afectará
sobre todo al movimiento de los deseos incumplidos.
Aumentará la nubosidad de la vista
y una llovizna nada ocasional
se hará sentir en todas las mañanas
sobre la muy débil circulación de la sangre,
empezando por las extremidades.
Algún que otro chubasco irá pasando
sobre las dulces voces de antaño;
viento que han sido amores
golpearán en las ventanas del recuerdo,
pero el frío hacinado con los años
te impedirá abrirlas y te quedarás
con la frente pegada a estos cristales invisibles
para que el rumor de las hojas mojadas
vuelva a llevarte una vez más
hacia los verdes bosques de la juventud.
Inmensos bosques velados a los demás,
para siempre y para nunca tuyos,
vasto territorio por donde desmemoriada
la vida cruza los caminos mudos
cuando haga sol en los sueños.
Ay, no te fíes mucho de esta última foto:
en las largas noches sin luna
los instantes pasan como manadas de lobos
acechando en todas las esquinas
sin que la lágrima los haga huir.
Tal vez, lo único que puedas hacer
es dejar la foto a un lado
y bajar a la calle
para que te encuentres contigo mismo
en los ademanes de los desconocidos,
los que pasan sin mirar siquiera
a las parejas de jóvenes
paradas en rincones propicios
para construir sus propios bosques.
EN EL LECHO DEL RÍO
Es hora ya de contar y observar
cómo se te han derrumbado, uno tras otro,
los grandes imperios del sueño. No ha quedado
nada sin el golpe del casco de elefante
de los años. El polvo de las horas
se ha cernido sobre toda ilusión, y la verdad
ha terminado inútilmente en los archivos de la memoria.
Haz la cuenta y fíjate cuánto ha quedado
del color de la esperanza. Cuántas palabras
han enmudecido cual piedras
en el lecho del río. ¿De qué te han servido?
Los colmillos de lobo de la soledad
han acosado todas tus noches. Disipados,
los amigos temen volver a verte.
Solamente los ciegos pueden medir aún
la distancia que separa el recuerdo de la luz.
Carece de sentido enviar tu pensamiento atrás
si no puedes irte tú mismo con él.
El delicado punto
desde donde no hay retorno, ha sido alcanzado.
Haz la cuenta y fíjate: todo lo que has sumado
no es más que sustracción. Solamente pérdida.
Haz la cuenta y alza el muro
y deja que la añoranza suba por sí sola
como planta exotica cubriendo toda tu casa.
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Los poemas reproducidos aqui pertenecen al libro El estado de tiempo,
Premio Internacional de poesia iberoamericana Luis Rosales, 1993