sábado, 12 de noviembre de 2011


Nicolae Labiş (1935-1956)




Destino singular en la poesía rumana, con un debut brillante cuando

sólo contaba 16 años y glorioso a los 20, Labis es nuestra estrella

fugaz; a los 21 años, poco después de haber publicado su primer libro

de poemas, fallece bajo las ruedas de un tranvía, en circunstancias aún

sin esclarecer. La confesión lírica estremecedora del adolescente que

ha padecido los avatares de la guerra, acompañada por una madurez

política e intelectual sin par, deja lugar a toda clase de interpretaciones.

No hay duda alguna de que hubiera podido ser uno de los más grandes

inovadores de la poesía rumana. Abierto a todos los vientos, exigente

en su temprana militancia marxista, su persona parece haber incomodado

mucho a los dirigentes de turno.

OBRA: El cabrito del ciervo, Los primeros amores; La lucha contra la inercia;

La muerte de la corza; El alcatraz asesinado.

La muerte de la corza

La sequía ha matado el menor soplo de viento.

Se apagó el sol sumergiéndose en la tierra.

Ardiente y vacío quedó el cielo.

Sólo se saca fango de las fuentes

y danzan fuegos en los profundos bosques,

salvajes danzas, satánicos juegos.


Voy detrás de mi padre por entre ramas muertas.

Me hieren abedules escuálidos, resecos;

vamos juntos, a la caza de las corzas,

cacería del hambre en los montes Cárpatos.


Me tortura la sed. Hierve sobre la piedras

el delgado hilo de agua iniciado en la fuente.

Pesan las sienes sobre los hombros. Ando como

sobre un planeta extraño, gravitante y vastisimo.


Esperar en el claro lugar donde resuena

aún el ondulante cordaje de los ríos.

Cuando salga la luna, a la muerte del sol,

aquí vendrán las corzas en desfile, llamadas

a abrevar los oscuros ecos de claras aguas.


Tengo sed y mi padre me impone silencio.

¡Cómo te meces, agua mareante, cómo te meces!

Por la sed soy vecino de las bestias condenadas

a una muerte prohibida por leyes y costumbres.


Todo el valle resuena con un crujido pálido

y la noche terrible vuela en el universo.

Corre en los horizontes sangre, en mi pecho rojo

como si limpiase en él las manos ensangrentadas.


Estrellas sorprendidas miran entre las llamas

moradas como en un ara donde ardieran helechos.

¡Aquí no vengas, busca otros abrevaderos,

ay, sacrificio espléndido de mis extensos bosques!


Apareció soltando la corza, temerosa

se detuvo, mirando el bosque amenazante;

su hocico dulcemente enturbió el agua

con lentisimos círculos cobrizos.


Centellaba en sus ojos húmedos lo ignorado.

Presentía su muerte dolorosa. Creí

estar viviendo el mito en que una moza

fue transformada en una corza. La alta

luna esparció sobre ella sus flores de cerezo.

¡Ay, cómo ansiaba que, por vez primera,

mi padre errara al disparar el arma!


Retumbó el valle. De rodillas,

la corza irguió su frente, la volvió hacia los astros,

se derrumbó, por fin. En las aguas nacieron

negros racimos como collares. De las ramas

voló un pájaro azul. La vida de la corza

voló hacia horizontes lejanos, lentamente;

y no hubo más que un grito de los pájaros

que abandonan sus nidos vacíos en el otoño…


Me acerqué tambaleante, para cerrar los ojos,

ojos con pesadumbre, vigilados por cuernos,

y me quedé callado, pálido, cuando el padre

gritó con alegría: ¡Tenemos qué comer!


Tengo sed y mi padre me permite saciarla.

¡Cómo te meces, agua mareante, cómo te meces!

La sed me hace vecino de la bestia que ha muerto

en una hora prohibida por leyes y costumbres…


Mas la ley es inútil y extraña cuando hay hambre,

y piedad y costumbres son extraños también

cuando mi hermana hambrienta agoniza en su lecho.


El arma de mi padre humea todavía.

¡Ay, sin haber viento corren las hojas por la senda,

y mi padre atiza el fuego horrible!

¡Cuánto cambió el bosque! De las hierbas recojo,

sin saber, campanillas de plateado sonido…

Y de las brasas saca mi padre, con las uñas,

el corazón y los riñones de la corza.


¿Qué es un corazón? ¡Tengo hambre! Quiero vivir, quería…

¡Perdóname, tú, moza! –¡Tú, mi corza!

Tengo sueño. ¡Qué alto el fuego, qué hondo el bosque!

Lloro. ¿Qué pensará mi padre? Como y lloro. Como.

Confesiones

I

Acaricia mi pelo que es áspero y salobre,

que ha sido siempre áspero y salobre… Nevado

por el polvo, mezclado con las lluvias y el viento,

bañado por la escoria de los trenes y por la sal marina.


¡Ah, qué vasto me siento, qué insaciado, qué ávido!

Con mis pupilas sorbo el mundo, y por mi oído

secretamente, ardiendo antes copas de vino

que dejan en mis labios sus gotas centelleantes.


Como un ovillo, en mí reúno tantos caminos;

el tamtam de los cascos suena salvaje en mi alma,

y sin embargo anhelo salir aún y aún llamo

aquellas cintas blancas empolvadas de luna.


Me entrego a ese fuego que arde bajo mi frente

como se dan las nubes al vendaval, ansiosas

del roce de montañas, que al pasar sobre los pinos

pagan con los jirones que arrancan a su ser.

VI

¿Por qué creí tantas veces

que me gusta solamente una flor entre tantas?

¿Por qué creí que la quiero y después

encontraba otra de hojas más suaves?


Ay, ¡qué ancho es el mundo! amado y contestado

lo busco y lo acaricio, hilo por hilo, por turno,

sin preguntar una vez si solamente a mí

me mostró el frágil crisantemo su poder entero.


Tenerlo todo, me basta una vez

besar el frágil crisantemo.

Estoy condenado a nunca ser el ramo

sino una blanca manada de nubes, nunca tranquila..

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R. Antologia de la poesia rumana contemporanea

Editorial Verbum - Madrid 2004