Nicolae Labiş (1935-1956)
Destino singular en la poesía rumana, con un debut brillante cuando
sólo contaba 16 años y glorioso a los 20, Labis es nuestra estrella
fugaz; a los 21 años, poco después de haber publicado su primer libro
de poemas, fallece bajo las ruedas de un tranvía, en circunstancias aún
sin esclarecer. La confesión lírica estremecedora del adolescente que
ha padecido los avatares de la guerra, acompañada por una madurez
política e intelectual sin par, deja lugar a toda clase de interpretaciones.
No hay duda alguna de que hubiera podido ser uno de los más grandes
inovadores de la poesía rumana. Abierto a todos los vientos, exigente
en su temprana militancia marxista, su persona parece haber incomodado
mucho a los dirigentes de turno.
OBRA: El cabrito del ciervo, Los primeros amores; La lucha contra la inercia;
La muerte de la corza; El alcatraz asesinado.
La muerte de la corza
La sequía ha matado el menor soplo de viento.
Se apagó el sol sumergiéndose en la tierra.
Ardiente y vacío quedó el cielo.
Sólo se saca fango de las fuentes
y danzan fuegos en los profundos bosques,
salvajes danzas, satánicos juegos.
Voy detrás de mi padre por entre ramas muertas.
Me hieren abedules escuálidos, resecos;
vamos juntos, a la caza de las corzas,
cacería del hambre en los montes Cárpatos.
Me tortura la sed. Hierve sobre la piedras
el delgado hilo de agua iniciado en la fuente.
Pesan las sienes sobre los hombros. Ando como
sobre un planeta extraño, gravitante y vastisimo.
Esperar en el claro lugar donde resuena
aún el ondulante cordaje de los ríos.
Cuando salga la luna, a la muerte del sol,
aquí vendrán las corzas en desfile, llamadas
a abrevar los oscuros ecos de claras aguas.
Tengo sed y mi padre me impone silencio.
¡Cómo te meces, agua mareante, cómo te meces!
Por la sed soy vecino de las bestias condenadas
a una muerte prohibida por leyes y costumbres.
Todo el valle resuena con un crujido pálido
y la noche terrible vuela en el universo.
Corre en los horizontes sangre, en mi pecho rojo
como si limpiase en él las manos ensangrentadas.
Estrellas sorprendidas miran entre las llamas
moradas como en un ara donde ardieran helechos.
¡Aquí no vengas, busca otros abrevaderos,
ay, sacrificio espléndido de mis extensos bosques!
Apareció soltando la corza, temerosa
se detuvo, mirando el bosque amenazante;
su hocico dulcemente enturbió el agua
con lentisimos círculos cobrizos.
Centellaba en sus ojos húmedos lo ignorado.
Presentía su muerte dolorosa. Creí
estar viviendo el mito en que una moza
fue transformada en una corza. La alta
luna esparció sobre ella sus flores de cerezo.
¡Ay, cómo ansiaba que, por vez primera,
mi padre errara al disparar el arma!
Retumbó el valle. De rodillas,
la corza irguió su frente, la volvió hacia los astros,
se derrumbó, por fin. En las aguas nacieron
negros racimos como collares. De las ramas
voló un pájaro azul. La vida de la corza
voló hacia horizontes lejanos, lentamente;
y no hubo más que un grito de los pájaros
que abandonan sus nidos vacíos en el otoño…
Me acerqué tambaleante, para cerrar los ojos,
ojos con pesadumbre, vigilados por cuernos,
y me quedé callado, pálido, cuando el padre
gritó con alegría: ¡Tenemos qué comer!
Tengo sed y mi padre me permite saciarla.
¡Cómo te meces, agua mareante, cómo te meces!
La sed me hace vecino de la bestia que ha muerto
en una hora prohibida por leyes y costumbres…
Mas la ley es inútil y extraña cuando hay hambre,
y piedad y costumbres son extraños también
cuando mi hermana hambrienta agoniza en su lecho.
El arma de mi padre humea todavía.
¡Ay, sin haber viento corren las hojas por la senda,
y mi padre atiza el fuego horrible!
¡Cuánto cambió el bosque! De las hierbas recojo,
sin saber, campanillas de plateado sonido…
Y de las brasas saca mi padre, con las uñas,
el corazón y los riñones de la corza.
¿Qué es un corazón? ¡Tengo hambre! Quiero vivir, quería…
¡Perdóname, tú, moza! –¡Tú, mi corza!
Tengo sueño. ¡Qué alto el fuego, qué hondo el bosque!
Lloro. ¿Qué pensará mi padre? Como y lloro. Como.
Confesiones
I
Acaricia mi pelo que es áspero y salobre,
que ha sido siempre áspero y salobre… Nevado
por el polvo, mezclado con las lluvias y el viento,
bañado por la escoria de los trenes y por la sal marina.
¡Ah, qué vasto me siento, qué insaciado, qué ávido!
Con mis pupilas sorbo el mundo, y por mi oído
secretamente, ardiendo antes copas de vino
que dejan en mis labios sus gotas centelleantes.
Como un ovillo, en mí reúno tantos caminos;
el tamtam de los cascos suena salvaje en mi alma,
y sin embargo anhelo salir aún y aún llamo
aquellas cintas blancas empolvadas de luna.
Me entrego a ese fuego que arde bajo mi frente
como se dan las nubes al vendaval, ansiosas
del roce de montañas, que al pasar sobre los pinos
pagan con los jirones que arrancan a su ser.
VI
¿Por qué creí tantas veces
que me gusta solamente una flor entre tantas?
¿Por qué creí que la quiero y después
encontraba otra de hojas más suaves?
Ay, ¡qué ancho es el mundo! amado y contestado
lo busco y lo acaricio, hilo por hilo, por turno,
sin preguntar una vez si solamente a mí
me mostró el frágil crisantemo su poder entero.
Tenerlo todo, me basta una vez
besar el frágil crisantemo.
Estoy condenado a nunca ser el ramo
sino una blanca manada de nubes, nunca tranquila..
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R. Antologia de la poesia rumana contemporanea
Editorial Verbum - Madrid 2004