La muy sana enfermedad de Don Quijote
Las seis enfermedades del espíritu - Esencia de la existencia de Don Quijote - La horetite de Don Quijote- Senderos y caminos. Culturas menores y cultura monumentales.- Las génesis fracasadas - La enfermedad de los tiranos. La catholite de los celtas - La acatholia inglesa - La horetite crónica de los árabes.
Entre los estudiosos de la figura del ingenioso hidalgo manchego, que han dejando juicios de mucha hondura, proponemos un nombre más, cuya aportación al tema la consideramos de importancia aparte. Es de los pocos que han mirado con más conocimiento el reloj sin tiempo de Don Quijote, logrando leer las cifras supuestamente borradas.
Rumano por más señas, cervantista por donquijotesco toda su vida dedicada a la filosofía de la palabra, su obra se conoce poco al ser elaborada en rumano, a pesar de los muchos idiomas que dominaba, incluidos el griego de las estatuas y el latín de los cementerios. Porque “solamente en las palabras de tu lengua recuerdas cosas que nunca has aprendido”, donde “cada una es un olvido y en casi todas hay sentidos que ya no sabes.”
Ventaja hacia adentro y desventaja hacia fuera, cada vez más fuerte, para las culturas que, a pesar de sus muchas edades, siguen consideradas menores, mientras las mayores ostentan una edad única, la de los monumentos; por lo que se les llama monumentales. Caminos y senderos, montañas y valles. La comunicación fluyente se realiza desde senderos y valles, nunca al revés. Ahondamos los valles para que se vean más altas las montañas.
De este modo, una de las más originales contribuciones al temario cervantista, al llegar por un sendero, sigue desconocida. En esto no hay exageración ninguna: desde 1978, cuando el filósofo rumano Constantin Noica publica, en Bucarest, Seis enfermedades del espíritu contemporáneo, casi nadie la conoce más allá de nuestros callados senderos.
Desconocido (o asimilado subrepticiamente), Noica no figura entre los egregios en materia de del último siglo. Ni siquiera entre Eliade y Cioran, sus colegas de generación, quienes, en los años ’40 han elegido la libertad del exilio, mientras él, asumiendo el riesgo de
perderla - como, en efecto, ocurrirá - ha optado por “desaparecer” dentro del país.
Parte modesta (capítulos 21-26) de su monumental Tratado de Ontología, en Seis enfermedades del espíritu contemporáneo Noica no descubre continentes nuevos, ni levanta polémicas entorno al tema, sino redescubre a los menos conocidos y trata de poner “un poco de cientificidad en el desorden bajo el cual ha vivido y vive el hombre”, sintetiza las ganancias del conocimiento al día y propone un esquema general para clasificar la “precariedades” del espíritu, identificadas en sus seis “enfermedades” posibles.
Dentro del esquema propuesto, para definir la horetitis, una de las seis enfermedades - no existe la séptima, la suma de seis siendo el “total general” de las que se conocen-, Noica elige a Don Quijote como el ejemplo más significativo. También de más circulación universal. Gloria que, para ser justos, es de Cervantes, pero que Don Quijote, como personaje parricida, se la ha asumido.
Con esto, en lo que atañe a los cervantistas, todo queda como hasta ahora. Noica no invalida las opiniones consagradas y bien asentadas en el cuadro-marco, puesto que su investigación se desarrolla en otro campo, bien diferente. Y desde allí, indirectamente, algunas de estas opiniones salen ganando, matizadas e incluso consolidadas.
Al margen de la teoría y ciencia de la literatura y de la psicología, con Noica tenemos una visión nueva sobre el personaje, en nuestro entender la más acertada de todas que se conocen. Esencia de la existencia de Don Quijote. Una visión que se asoma a las grandes “rutas” de la interpretación del personaje desde un sendero de la cultura rumana, capaz de sobrevivir dentro de una preposición, como decía con orgullo, mientras las monumentales van por las autopistas sin cambio de sentido.
Con obligado respeto, Noica aprovecha un “paso a nivel” y lo señala plantando un árbol, un olivo mediterráneo de La Mancha, llamado Don Quijote. O sea, el justo reconocimiento de su destino en la galería de los inmortales, y no el que le han reservado los cervantistas en sus expedientes clínicos.
Importa saber que Noica publica su obra a los 67 años de edad, catorce después de ser liberado (1964), y con quince de ausencia de la vida activa, bajo arresto domiciliario (1949-1958) o detenido político (1958-1964), en las cárceles del gobierno comunista.
Entre las culpas, la confesión de haber leído libros que, sin entender la gravedad que esto suponía, Eliade y Cioran le enviaban desde Paris…
El periodo más fértil de su vida ha sido aniquilado, y el esfuerzo para recuperarle está reservado a los seres de una naturaleza fuerte, como la suya. Así lo sugiere el título mismo de la obra, que no por capricho le ha entresacado del Tratado de Ontología y le ha dado un enfoque aparte, ampliando el contenido y profundizando cada nuevo pensamiento.
En mejores condiciones, el tratamiento hubiera sido diferente, puesto que no cubre toda la temática enunciada en la parte introductoria. El término enfermedad, como él mismo lo precisa, es impropio y aproximativo: las enfermedades son siempre destructivas, pero las enfermedades ónticas, es decir, la “precariedad” del ser, se muestran a veces creativas, verdaderos estímulos ontológicos.
Sus traducciones de los más importantes filósofos - Platón, Plotino, Kant, Nietzsche, Freud, Kierkegaard, Heidegger - le han familiarizado con los sistemas filosóficos fundamentales y su pensamiento escudriñador, siempre ansioso de ir más lejos, le han ayudado en vislumbrar los fallos, los errores o los silencios de la palabra. A diferencia de Heidegger, cuya filosofía ha tenido como principal objeto el Ser (Sein), abriendo camino al existencialismo, su preocupación fundamental ha sido la palabra, que es “la casa del ser”, espacio donde se desarrolla y manifiesta. Primero la palabra; luego las ideas, el pensamiento, los conceptos y las categorías.
Noica, en un primer boceto de su retrato, es el Euclides de la filosofía. Sus ideas se desenvuelvan siempre dentro del pensar geométrico, donde impera el equilibrio y no falta ni sobra nunca nada. Para demostrar su teoría, se apoya en los datos que le ofrecen la historia, la ciencia, la literatura, el conocimiento en general, y se detiene solamente en los ejemplos trascendentes. Con erudición y sensibilidad, atraviesa épocas tras épocas, abriendo una alameda de estatuas, como la de los reyes visigodos en la Plaza de Oriente, indiferente al ruido de las grandes autopistas. “Nosotros sabemos que somos lo que se llama una cultura menor. Sabemos también que esto no significa, necesariamente, inferioridad cualitativa.”
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Creemos que Seis enfermedades del espíritu contemporáneo representa una de las más originales reflexiones de la filosofía de fines del siglo pasado, y la prueba es el libro en sí, del cual, al no conocer versión española, traduciremos los párrafos que apreciamos imprescindibles para el caso que nos interesa. Trozos de un sendero por donde pasan los pastores, las estrellas y los mitos.
En la “triada ontológica” que se nos propone, Don Quijote es uno de los ángulos, y su enfermedad no está en el cuerpo, ni tan sólo en su alma, sino en el espíritu, más exactamente en su ser. En “lo que es, existe o puede existir”, según la acepción más escueta del diccionario. Término propio, primeramente, de la filosofía griega, y, luego de toda la filosofía europea, hasta el siglo XVII, “para nombrar la realidad absoluta o lo que queda inalterado, más allá de las alteraciones aparentes”, según enciclopedias más generosas.
Para definirla es necesario conocer los ángulos restantes, aceptar la validez de la hipótesis y reconocer en Don Quijote una presencia significativa para la estructura del edificio que se está levantando. Hace falta trazar rectas, círculos, coordenadas. Cargar todo de ideas, poner ejemplos y argumentarlos. Resumiendo las palabras de Noica, notas como el cielo se queda sin sus luces. Te sientes frustrado y frustrando a los demás, sin remedio.
Como un boticario de la Edad Media, Noica sufre la falta de términos adecuados para cada estado del espíritu y recurre al griego antiguo, proponiendo tres denominaciones principales que luego multiplica por dos para diagnosticar lo contrario.
De este modo, según orden establecido, tenemos: la catholitis < katholou- que significa “en general”, pero “incluso en griego se usa como sustantivo para definir las anomalías producidas por la carencia de lo general”; la todetitis < tode ti - “esta determinada cosa”, que define la carencia de lo individual y la horetitis < horos - “determinación”, anomalías provocadas por la carencia (o la irregularidad) de determinaciones adecuadas, tanto en el primero como en el segundo de los casos.
Si las carencias representan un rechazo deliberado, tenemos las tres enfermedades
de la lucidez: la acatholia, la atodetia y la ahoretia.
Así transcritas, como en un vademécum, las definiciones quedan bien truncas. Noica mismo se da cuenta de ello, y construye un preámbulo-guía para toda la casuística en materia. He aquí, traducidos, los párrafos que estimamos como imprescindibles.
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“Además de las enfermedades somáticas- leemos-, identificadas desde hace siglos, y de las enfermedades psíquicas, identificadas en tiempos más recientes, deben existir otras, de orden superior, que llamaremos enfermedades del espíritu. (Las cursivas son nuestras, dejando las negritas para el autor). Ninguna neurosis puede explicar la desesperación del Eclesiastés, el sentimiento del exilio sobre la tierra o de alienación, el tedio metafísico y el sentimiento de vacío o del absurdo, la hipertrofia del yo y el rechazo de todo, la contestación sin objeto, así como ninguna psicosis puede explicar el “furor” económico y político, el arte abstracto, el “demonismo” técnico o el formalismo extremo en la cultura, que conduce a la primacía de la exactitud a ultranza.”
“No cabe duda de que algunas de estas orientaciones condujeron y conducen a grandes creaciones, pero no menos a grandes desarreglos del espíritu. Sólo que, mientras las enfermedades somáticas tienen un carácter accidental (hasta la muerte, se ha dicho, es un accidente para el ser viviente), y las psíquicas son de cierta manera, contingentemente necesarias, por estar vinculadas al condicionamiento individual y social del hombre, y son por tanto como éste, accidentales, las enfermedades del espíritu parece que se manifestaran como enfermedades constitucionales.”
“Lo que queremos decir- seguimos leyendo- en estas páginas y las siguientes es que las enfermedades del espíritu son en realidad enfermedades del ser, enfermedades ónticas, y que por tanto, a diferencia de las otras, bien podrían colocarse, en el caso del hombre, entre las enfermedades constitucionales; porque, si el alma y el cuerpo participan del ser, sólo el espíritu lo refleja plenamente, ya sea en su fuerza o en su precariedad. También el espíritu está enfermo en alguna de sus versiones. Las cosas inanimadas y animadas pueden encubrir alguna enfermedad del ser, que éstas, con su aparente estabilidad, esconden; mientras el hombre, con su inestabilidad superior, revela la propia enfermedad. En suma, el ser puede revelarse no sólo enfermo, sino también falso.”
“Si un científico pudiera conseguir, por ejemplo, prolongar la vida a lo infinito y si pusiera el procedimiento a disposición de los hombres, en el primer momento habría que glorificarlo, para luego, en el segundo, llevarlo ante el juicio. Éste sería un falsificador de valores, respectivamente falsificador del ser. Así como existen falsificadores de dinero, pueden existir también los falsificadores de otros valores distintos al dinero, por ejemplo falsificadores de la verdad o de la belleza y, sobre todo, del bien.(Se nos puede preguntar si una parte de la tecnología moderna, al producir ciertos tipos de bienes inútiles, no está falsificando la idea del bien.) En la medida en que el ser sea un valor, o sin más “el valor”
en el seno de lo real, podría por lo mismo incurrir en una falsificación; aquel científico nos
ofrecería un ser falso, del mismo modo en que los falsarios hacen circular billetes falsos”.
“Es probable, sin embargo, que no podamos abstenernos de emplear el ser falso obtenido, aunque nos abstenemos de usar billetes falsos, por lo que los falsificadores no sufrirían condena alguna. Al contrario, emplearemos el ser falso para intentar darle sentido y plenitud ontológica a una existencia que, dentro de sus límites normales, no abarca su propio
ser. En otras palabras, con un ser falso - similar a la existencia de la ameba, que supera en duración a todas las demás existencias terrestres - tendremos a compensar un vacío del ser”.
“Pero sólo ahora, extendiendo la vida humana en el tiempo, veremos nuestro vacío de ser, como en la fábula rumana Juventud sin vejez, que muestra de modo admirable cuán insulsa es la vida humana proyectada sobre el plano de la eternidad. No tienes el derecho de pedir el prolongamiento de una vida parecida, que sufre de una anemia crónica o de una verdadera y auténtica hemofilia espiritual. No puedes recibir como regalo su prolongamiento. Pero puedes preguntarte, en el instante en que comprendas que la eternidad no es condición suficiente para acceder a la plenitud del ser (tal vez ni siquiera la necesaria), si será algo más, aparte del hecho de ser “efímero”, que hace del hombre un ser enfermo por excelencia, como se ha dicho. Más allá de la enfermedad crónica de un ser humano - si de enfermedad se trata-, medida en el tiempo, verían la luz las verdaderas enfermedades del hombre, un ser que existe en el tiempo, pero que no encuentra su medida dentro del tiempo.”
“El prolongamiento de la vida hasta el infinito representa sin duda un ejemplo extremo para evidenciar la carencia del ser en el hombre; escojamos uno más plausible, que en un futuro próximo estará a la vista de todos. Las enfermedades ónticas, que se reflejan en el hombre como enfermedades del espíritu, se manifestarán en él, de modo sorprendente, cuando habite, como se prevé, por largos periodos en las estaciones espaciales. Este hombre carecerá de algo que de pronto nos damos cuenta debe constituir un elemento esencial para la plenitud del ser: lo individual. Respirará aire, pero será un aire acondicionado y general, no este aire, siempre determinado, de su tierra; se nutrirá, pero de sustancias generales: concluirá experimentos y enriquecerá su conocimiento; pero será un conocimiento que se fijará en la esencia antes que en las realidades particulares; se deleitará mirando cualquier planta, pero será tan sólo una planta de laboratorio. Así pues, le faltará algo: la realidad individual, “esta cosa determinada”, el tode ti como decía el filósofo griego. Sufrirá de una enfermedad que podemos llamar todetite. Ni las cosas que lo rodean, ni él mismo tendrán características de la realidad determinada, sino más bien de aquellas cosas generales. El hombre tendrá que regresar a la tierra de vez en cuando o definitivamente para curarse de su todetite.”
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Abreviando, “la todetite es tan antigua como el mundo, como lo son las demás enfermedades. Es una enfermedad típica para la mitad de la humanidad, de la mujer que persigue fijar lo general en la especie de lo individual; un amor, un niño, una casa.” Platón padecía todetite cuando insistía en encontrar una cierta ciudad [Siracusa], es decir, una realidad individual, para materializar su idea general del estado.”.
“Los enfermos de todetite existen hoy, como han existido siempre entre las grandes naturalezas teoréticas, como los personajes de Los endemoniados, de Dostoievski, o ciertos héroes de Thomas Mann, de los cuales la sociedad ofrece ejemplos abundantes.”. La todetite es, de alguna manera, “la enfermedad de la perfección o, en el caso del hombre, de la disposición teórica en la que lo instala su confiscación por un sentido general, en el que no encuentra lo individual adecuado.”. “La conciencia religiosa del hombre, pensando en la perfección de la divinidad, ha sentido más a menudo el sufrimiento de no reconocerla encarnada en nada, buscándola en los meteoritos caídos del cielo o en las realidades que se le antojaban milagrosas sobre la tierra. Si ha conseguido una situación histórica aparte entre las religiones, el cristianismo se la debe al hecho de haber sostenido hasta las últimas consecuencias la encarnación individual de la divinidad.
“Le ha sido, probablemente, difícil incluso a la naturaleza recoger las diversas manifestaciones de la vida dentro de una variedad biológica y materializarlas luego en las
especies. Y ¿no sería otra dificultad tratar de implantar las especies en los individuos?
Del mismo modo, le ha sido difícil a Balzac entrever una Comedia Humana en los personajes y en los sucesos de la sociedad francesa de principios del decimonoveno siglo. Pero después de haber percibido este sentido general y se ha dado cuenta, con espléndido candor, que está a punto de llegar a ser un genio - como le decía a su hermana-, ha entendido también que la genialidad no consiste en la intuición de lo general vacío, sino en su implantación en realidades y situaciones individuales.”
“Los utópicos pueden quedarse dentro de las formas más suaves de la todetite, pero los visionarios están bajo el demonismo de Los poseídos de Dostoievski o en el “furor” político de los reformadores descontentos, que llenan las páginas de la historia.”
“Estados enteros pueden alzarse a la generalidad de una idea, sin ser capaces de materializarla ni dentro ni fuera. Así, en ausencia de una identidad histórica, el continente norteamericano se ha colocado desde al principio, por una simple Constitución, en lo general; se ha atribuido por sí solo un sentido histórico, una idea que no consigue encararla por entero en su vasta comunidad, ni transferirla a otras comunidades (“el modo de vida americano”). En cambio, otras comunidades históricas, como ha sido la Roma imperial, o como lo es hoy en día Francia, el sentido general, es decir, la idea de la civilización y de la cultura alcanzan expresarse igual de bien hacia adentro como fuera., tanto que cualquiera
se siente como en su casa.”
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Volviendo sobre la catholitis, es fácil entender que “representa la enfermedad típica del ser humano torturado por la obsesión de alzarse a sí mismo al nivel de una forma válida de universalidad. Cuando, en un acto elemental de lucidez, el hombre sale de la anestesia de los sentidos generales por los que se le manipula desde siempre, en el interés de la especie y de la sociedad, busca por todos los medios sanar de la insatisfacción de ser una simple existencia individual, sin ningún significado particular de orden general.”
Somos seres viudos de lo general, y “no todo general acoplado a lo individual trae el equilibrio (…). Tienes que salir de tu condición individual y, al mismo tiempo, tienes que reconfirmarla. Tienes que encontrar un cierto general. La tensión de la catholitis nace desde allí, de la necesidad de un cierto general. Pero también desde allí, en tanto que no esté identificado, nace el riesgo de no saber que te falta el general.”.
“…los grandes mutilados del espíritu, como Napoleón, arriesgan desfigurar, en lo último, las cosas. Este hombre, cuya propia persona estaba hipertrofiada, no negaba los generales, ni siquiera aparentaba desistir de ellos, sino que se los aliaba indivisamente: los sentidos revolucionarios, el destino histórico de Francia, la idea europea, hasta la Iglesia. Pero por esto mismo, por aliárselos y, respectivamente, por subordinarlos a su propia persona, mostraba que no era conciente de ello…Ha abandonado fácilmente la idea revolucionaria; a Francia no le ha podido dar más que una buena administración ( y una vana soberbia); la idea europea ha sido desacreditada, indiferentemente cuantas consecuencias hubiera supuesto su aventura histórica…Las únicas determinaciones efectivas que ha logrado atribuirse han sido las campañas militares - simples triunfos. La carencia de lo general, en su caso, lo ha llevado al síndrome de la catholitis típica para todos los grandes dominadores: la necesidad ciega de acción. Y, en efecto, bajo esta manifestación, la catholitis es la enfermedad de los tiranos.”
“El ejemplo más relevante en la historia, en cuanto a la imposibilidad de salir de la precariedad de las manifestaciones ciegas, y obtener un sentido general (incluso un estado), nos está ofrecido por algunas estirpes como los celtas, que, siglos antes de nuestra era y hasta hoy, en el espacio que habrá de ser el rumano, luego en Francia, España, Inglaterra, han intentado socavar todo lo que era estado constituido, sin poder llegar, por sí mismos, a la idea y a la realidad de una orden más general de algunos de estos estados.
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“Las carencias de lo general adecuado en la catholitis, y de lo particular en la todetitis, no representan los únicos motivos de crisis espiritual en el hombre. Éste también necesita determinaciones adecuadas, o sea, manifestaciones que correspondan de modo armonioso, sea a su ser individual o al sentido general al que tiende. Y puesto que, en este caso, la enfermedad depende de la imposibilidad de obtener las determinaciones, podemos llamarla horetite, pensando en el término griego horos, “determinación”.La enfermedad expresa el tormento y la exasperación de no poder actuar de acuerdo con el propio pensamiento. En la cultura europea existe un modelo extraordinario de horetite: Don Quijote. Todo su trabajo consiste en darse determinaciones; pero su verdad le resulta refutada, en la primera parte de la obra (se trata de molinos de viento y rebaños), porque él mismo se las inventa, mientras que en la segunda parte no son determinaciones reales para él porque todo depende de las invenciones de los otros.”
“De horetite padecen los grandes impacientes o, al contrario, los grandes sufridos y la mayoría del mundo. Si el desarreglo de las manifestaciones está provocado, en primer término por la voluntad, puede acelerar o desacelerar su curso. Por esto, la horetite aparecerá mucho más que las dos primeras, incluso a la escala de la historia, y puede tomar, tanto en el hombre como en ésta, sea una forma aguda, sea una forma crónica.”
“Si piensas en la horetite de la persona - todavía no en la de la historia -, por lo pronto te acuerdas de los grandes impacientes, como Don Quijote o como Fausto, o de algunas figuras reales de la historia de la cultura, como Nietzsche, por ejemplo.”
“Si piensas en dioses, recuerdas el Véspero, plasmado por la fábula popular y luego por nuestro poeta [Eminescu]. Todos estos padecen la enfermedad espiritual de la impotencia de atribuirse manifestaciones adecuadas a su voluntad. La impaciencia del Véspero en conseguir determinaciones terrenales es, de algún modo, simétrica a la de Fausto, que aspira a determinaciones sobrenaturales.”
Para la enfermedad de Nietzsche es más que significativo el hecho de que a Zarathustra, el héroe en el que se ha idealizado a sí mismo, no le sucede nada cuando baja de las montañas. Más exactamente, no tiene actos y no puede darse determinaciones adecuadas y organizadas, entrando en una forma atroz de horetite. Detrás de las palabras, algunas extraordinarias, hay una carencia total, casi increíble. Después de diez años de recogimiento, Zarathustra baja de las montañas como encarnación de una vasta naturaleza general, predicando en el vacío y vagando al azar.”
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“De un modo totalmente otro se manifiesta la horetite de Don Quijote. Su impaciencia de realizarse como naturaleza general le lleva efectivamente a determinaciones que, aunque no logren definir un destino individual real, terminan por ser edificadoras de grandes sentidos. Frente a lo real, todo es como una génesis fracasada.”
“El hombre no alcanza su ser propio, ni trae orden en el mundo, con la simple armadura de lo general, sino tan sólo con determinaciones a su medida. El padecimiento de la horetite, en este caso, en su forma aguda, no es la falta de las determinaciones, sino la naturaleza de éstas de ser símil-determinaciones, justo como la celada de cartón que Don Quijote añade al morrión y la somete a prueba para saber si era resistente, se da cuenta que
no lo es, pero declara que sí sirve y sale para sus aventuras. Por doquier, en la primera parte del libro, donde todo lo que le sucede está bajo el signo de su propio embaucamiento, y, luego, en la segunda parte, donde las cosas están bajo el signo de embaucamiento de los otros (el duque y la duquesa), las determinaciones están desarregladas. Aunque así, porque estas determinaciones existen, torcidas o grotescas, la horetite acaba mostrando, como otras enfermedades, su cara buena.”
“Es un maldición de la creación, como es un impasse del ser, la de aplastar a veces lo individual por el sentido general que incorpora en sí. Pero por eso mismo, las religiones de otrora han producido grandes creaciones artísticas, siempre cuando la fe se debilitaba, como es el caso de los griegos del V siglo, o como ha sucedido durante el Renacimiento; los sentidos generales devenían entonces soportables para las realidades individuales (¡cuán claro se nota esto en la pintura religiosa del Renacimiento laico!), que podían expresarse libremente, incluso se beneficiaban del contenido de la manifestación de lo general, que llevaban incorporado. Bach no hubiera podido aparecer en un tiempo de religiosidad tiránica. Los artistas necesitan un general crepuscular.”
“Desde los ángeles hasta los artistas, desde los hombres simples hasta los reyes, todos pueden sufrir de horetite crónica cuando el impacto de lo general es excesivo. Pero igual les puede ocurrir a los pueblos, hasta a los que veíamos padecer de horetite aguda. Así, se puede decir que para los pueblos árabes el mahometismo ha representado un bloqueo de su ser histórico. Después de unos comienzos que parecían brillantes, y hubieran podido eclipsar con los moros el mundo europeo, se les ha vedado las determinaciones adecuadas para la plenitud de su vida histórica. Por otro lado, a las estirpes turcas que, tal vez desde el principio no tenían grandes vocaciones creadoras, el mahometismo no les ha dejado más que la capacidad vacía de conquistar y dominar, sin un contenido propio de civilización y cultura.”
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Juicio, el último, que por tajante en su valoración, bien podría parecer una ofensa histórica. Pero que resulta casi una concesión si nos atendiésemos a la verdad de la historia, más exactamente a las gestas de Mehmet II y Mustafa Kemal Ataturk. Así, el primero entiende que la conquista de Constantinopla (1453) no significaba una victoria y entiende que el mejor camino para vencer al adversario era imitarle, copiar sus armas, sus costumbres y, sobre todo, su cultura. El trato que se le otorga al Patriarca bizantino, que conservaba su autoridad, sus derechos y privilegios, en su palacio de siempre, prueba el deseo del joven sultán en darse unas determinaciones individuales que consideraba adecuadas para sus aspiraciones imperiales. Deseo fracasado, en su contenido, puesto que en los siguientes siglos, el poder otomano seguirá la conquista de más espacio europeo, donde no ha traído más que la civilización de los bajalatos.
Más fructuosa, hasta cierto punto, ha sido la gesta de Ataturk (1922 y siguientes.), empecinado en la construcción de un estado moderno, con logros a la vista. Con él, desaparece la figura del sultán, desaparece el califato, desaparece la escritura árabe y aparecen la república, el parlamento, la Constitución y el alfabeto latino. Determinaciones posibles, como en el Renacimiento, puesto que lo general estaba debilitado, al vivir el imperio su mora islamista-¡más los intereses del Occidente!- han parado el proceso renovador.
Noica no se fija en tales pormenores. Los da por conocidos y se centra en las consecuencias. No juzga nunca a nadie. Constata hechos, actos, actitudes, comportamientos; expresa su opinión y deja a cada cual formarse su propia opinión. En sus juicios no hay exclusivismo, de ninguna índole, sino una permanente invitación amable a la reflexión. Amable por participativa, porque sientes como te señala el camino y te acompaña un tiempo para que no te extravíes. Sus criterios de valoración son más bien constataciones dentro del contexto general de los valores universales, nunca aislados: “Entiendo toda la cultura como una medicina sin fin. No hablamos de cultura como “cuidado” en sí del hombre, sin de cultura como detección de las enfermedades de lo real de cualquier naturaleza, sin ningún intento de su curación. Relevas las precariedades y les pones nombres.”- apunta en el Libro de sabiduría, donde el contexto surge por sí solo: “En India, la cultura se ha hecho bajo los árboles (Upanisad -“siéntate a mi lado”), en Grecia ha sido obra de los poetas. La cultura árabe no ha sido más que un vehículo: los camellos del espíritu.” “Los camellos y los caballos, después las carabelas, han transportado ideas, leyendas y religiones - no especies.”(309). “El cristianismo es “la religión de las religiones” y Europa es “la cultura de las culturas.”
Cierras este libro y regresas al de las Seis enfermedades…, donde, hablando del mundo contemporáneo, notas la ausencia del “caballero andante”: “La gente se agita y se está moviendo como nunca, pero, en realidad, no viaja. Desaparece de nuestro mundo el viajante que volvía con la novedad y se enfrentaba con la de los otros. Somos como los anacoretas de los desiertos, inmovibles dentro de nuestra extraordinaria movilidad. El hombre de la ahoretía es, precisamente, el que ya no viaja.”
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En nuestro intento de abarcar más materia, debido a la falta de ediciones españolas, nos hemos visto obligados orillar más horizontes, ir y volver sobre la misma reflexión después de mencionar otras. Barajando fichas, algunas quedan relegadas y al final descubres que eran igual de importantes que las demás. Pero esto le sucede muchas veces a Noica mismo, que, como erudita, le fascinaban las asociaciones de ideas. Dando cuerpo a una reflexión, se detenía e insertaba otra, construyendo una cadena de metáforas filosóficas muy difíciles, que no tienes por qué desenredar. “Le filosofía - leemos en el Libro de sabiduría- es una razón que se pasea por el mundo.” Desde luego, mirándolo: “El ornitólogo está viendo pájaros, el químico está viendo procesos, el historiador está viendo épocas. ¿Qué está viendo el filósofo? Ve entes, espíritu, destinos.”
El cuadro-marco de las seis enfermedades del espíritu es riguroso, en su orden científico, pero el rigor no supone rigidez. Las enfermedades se comunican misteriosamente, alumbrando juntas el pensamiento. Así, al tratar la figura de Don Quijote, Noica lo lleva como referencia a lo largo de todo el libro. Siguiéndole, descubres que muchos entienden de Platón, leyendo a Cervantes. Asimismo, que Don Quijote ha abierto caminos que la filosofía europea ha tardado siglos en recorrerlos. Que Don Quijote había sido escrito muchas veces sin papel, cincelado en la memoria. Que Cervantes, cuando los ingleses se convierten en “caballeros” de los mares, hace que los españoles regresen a la tierra firme y los transforma en navegantes por
el “mar” de la Mancha.
La admiración que Noica le cultiva a Don Quijote, no la tenía para Don Juan, a quien le practica una autopsia minuciosa. “Para la acatholia, escogemos el caso de Don Juan. Se trata de un destino humano límite, en el que lo general demuestra ser categóricamente negado - o bien es convertido en una simple estatua de piedra. En un destino así se puede leer sin error el síndrome de la enfermedad espiritual correspondiente.
“Don Juan encarna plenamente el primer término del ser, lo individual, en cuanto él es una verdadera “individualidad”, que se ha desprendido de la generalidad común. No cualquiera es un individuo. Los hombres son de ordinario, como las cosas, simples realidades particulares, no individuales, o sea, casos particulares de la especie humana y de los ordenamientos de la sociedad.” En posesión de los dos primeros términos del ser, Don Juan rechaza el tercero, el general. En su lugar aparece el “malvado infinito”, del que hablaba Hegel, la infinitud del ahora y siempre.”
El autopsiado es Don Juan de Molière, observando: “En las versiones más antiguas, españolas e italianas, la obra se intitulaba El convidado de piedra. Probablemente, desde el punto de vista artístico, todo es mejor en la versión de Molière, respecto de la de sus predecesores, con excepción del título: el convidado es, de hecho, un pensamiento admirable con respecto a lo general desafiado por el hombre y aceptado por él solamente como huésped, no como un verdadero amo, como debería ser.”
Sin saberlo, Noica defiende la opinión de Gregorio Marañón: “Don Juan, aunque nacido y pasado al mundo de la leyenda en España, no tiene casi nada de lo español.” (En Don Juan - Espasa-Calpe, Madrid, 1967). En uno de los “apuntes” del Libro de sabiduría, Noica se pregunta: “¿Por qué Don Quijote es infinitamente más interesante que Don Juan? Porque tiene comentario, mientras el último no tiene más que acción.”
Tras la acatholía - rechazo lúcido de lo general -, Noica trata la atodetía - rechazo de lo individual - y la identifica en Tólstoi, en todos los personajes de su obra, menos en Pierre Bezuchov, y vuelve para subrayar: “Tal vez, la acatholía podría ser característica del mundo europeo, donde imperan las individualidades, mientras la atodetía, al menos en la indiferencia por lo individual, se manifiesta, sobre todo, en el mundo asiático.”
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Después de resaltar las peculiaridades de las primeras tres enfermedades - “La horetite acompaña los fenómenos de voluntad, mientras la catholite es fruto de los sentimientos y la todetite de la inteligencia y conocimiento. Noica vuelve, al final de sus incursiones, al cuadro-marco para fijarlo de nuevo en sus datos precisos:
“A diferencia de las enfermedades habituales, que pueden ser innumerables, desde las que son causadas por diversos agentes, y varias circunstancias externas, la enfermedades de orden superior, las enfermedades del espíritu, no pueden ser sino seis, en cuanto reflejan seis situaciones o precariedades del ser.
La primera situación consiste en no tener, para una realidad individual y para sus determinaciones, algo de orden general. Las cosas se manifiestan en todos los modos, pero no son realmente. En el hombre es la catholite.
La segunda consiste en no tener, para las determinaciones que se ligan a algo general, una realidad individual. Las manifestaciones se pueden organizar de todos los modos, pero no son realmente. Todetite.
La tercera situación óntica consiste en no tener, para algo general que ha asumido una forma individual, determinaciones aptas. Las cosas “se realizan” en principio, pero ni siquiera ahora son realmente. Horetite.
La cuarta, opuesta a la precedente, consiste en no tener (o para el hombre en el rechazo), para algo individual elevado a lo general, determinaciones específicas. Puede ser
un acceso al orden, pero las cosas, estando privadas de manifestaciones determinadas, no son realmente. Ahoretia.
La quinta consiste en no tener o, para el hombre, en desconocer, para un general especificado mediante varias determinaciones, una realidad individual. Las manifestaciones
tienen una correspondencia segura, pero sin la concentración en una realidad: así pues no son realmente. Atodetia.
La sexta precariedad del ser consiste en concentrar (en el hombre de modo deliberado) en una realidad individual determinaciones privadas en sí mismas de la certeza de lo general. Las cosas se fijan, pero en algo que, sin el apoyo de lo general, no son realmente. Acatholia.”
“Debido a estas seis enfermedades, probablemente, se ha podido hablar del hombre como del “ser enfermo” en el universo, y no a causa de las enfermedades habituales que, incluso las nerviosas, pueden afectar a otros seres vivientes. No se les ha dado nuestras denominaciones, tal vez no han sido relacionadas siempre, de modo muy claro, con las carencias del hombre, sobre la línea del ser, pero se nos antoja que de ellas se tratara cada vez, y, de todos modos, es el conjunto de ellas lo que podría autorizar a definir al hombre como el ser enfermo del universo, puesto que para él son constitutivas.”
“En una u otra de estas seis enfermedades se instalan individuos, pueblos o épocas históricas enteras - y fructifican. Seis enfermedades constitutivas del hombre pueden llevar a seis grandes tipos de afirmación humana.
No se trata por tanto de curar tales enfermedades, y una “medicina entis” no tendría sentido. Se trata tan sólo de conocer las enfermedades y reconocer en ellas el propio destino humano. En cierto sentido, ellas cubren a tal punto la existencia humana, con sus diligencias y los pensamientos del hombre - puesto que incluso los pensamientos nacen de ciertas desorientaciones - que, siendo seis, pueden constituir una estructura propia y verdadera para cada una de las orientaciones del hombre. Se podría hablar de seis edades del hombre, como de seis objetos de amor de éste; existen seis modos de crear e, igualmente, se podría hablar de seis modos de construir sistemas filosóficos; existen seis tipos de cultura, y seis tipos de libertad; son y seis experiencias de la historia, tal como son seis los sentidos de lo trágico, seis casualidades y las seis correspondientes necesidades; seis significados de la infinidad y también seis significados de la nada.”
¿Cuánto puede ser prolongado este ejercicio de la organización de la variedad de estructuras del mundo del hombre, mediante un ensamblaje de las enfermedades ónticas y, en definitiva, mediante un sistema? Una primera justificación la ofrecería el mismo hecho de que, a causa de las seis enfermedades, se puede ver una variedad de cosas allá donde domina de ordinario la apariencia de un solo sentido (¿quién ve de costumbre más de un sentido en la libertad o bien en lo trágico?); una segunda la ofrecerían las mismas estructuras obtenidas sobre planos muy diversos.
Pero un pensamiento que sale demasiado bien acaba por convertirse en sospechoso a los ojos del mismo autor.”
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Legítima, al final del camino, la pregunta: ¿dónde se sitúa Noica a sí mismo, dentro del esquema de las seis enfermedades del espíritu? En la ahoretía, desde luego. Tal se reconoce, en la sección que dedica a esta enfermedad, la única vez cuando para ilustrarla de modo concreto, inserta un Expediente clínico de un paciente “que se presenta por sí solo delante del autor” - ¡ como le sucede a Unamuno con el personaje principal de Niebla ¡-, donde encontramos condensada toda su biografía, empezando con la lectura de Kant, a los 18 años, lo que le ha cambiado la vida con una temprana madurez, que más tarde la descubrirá como falsa. La ahoretía es la enfermedad que envía al hombre a las arenas del desierto y a los jóvenes bajo los puentes, es decir, a ninguna parte.”
“El ahorético - leemos - rechaza las determinaciones en el nombre de lo general, en el que lo individual debe integrarse totalmente, fundirse en él cual una estatua de sal, como diría la sabiduría india.”
En el año 1934, la Academia Rumana premiaba a Noica por su ensayo Mathesis o la alegría de las cosas sencillas. A su lado estaban Emil Cioran, con En las cumbres de la desesperación, y Eugen Ionescu, con su único libro escrito en rumano, No. También en 1934 aparecían los Primeros poemas, de Tristan Tzara; primeros y últimos escritos en rumano, cuando adolescente. Un año antes, Mircea Eliade había publicado Maitrey, su mejor novela. Dos años después, en 1936, Lucian Blaga leía su discurso El elogio de la aldea, como nuevo académico. Ellos y muchos otros nombres constituían la generación de oro de nuestra cultura - y lo era, en efecto -, que más tarde, con las palabras de Ionescu, ha resultado ser la generación del polvo, ya que la Segunda guerra mundial la disipará a los cuatro vientos de la historia.
Todos, excepto Noica y Blaga, se asentarán en Francia, donde encontrarán las determinaciones adecuadas para afirmarse plenamente, alcanzando la consagración universal. La catholite los caracteriza a todos, en sus primeros años franceses, luego sufrirán los efectos de la horetite. Menos, tal vez, Tristan Tzara, quien, por llegar muy joven a Suiza (otoño de 1915) perderá su primera individualidad, muy frágil para soportar las determinaciones francesas. Su enfermedad espiritual será la atodetía, aunque en los poemas rumanos acusa una muy clara crisis de horetite, cautivado por la sombra de Hamlet y la figura solar de Don Quijote: “Trote de caballo ágil y veloz me ha sido la vida / He sabido recorrer todo el mundo / Solamente una muchacha ha sido mi amor / y he dormido hasta muy tarde en las mañanas.” , escribe en Introducción a Don Quijote, poema cuyo título inicial, según el manuscrito, era Sabiduría.
A principios de la guerra, Noica trabajaba en el Instituto Rumano-Alemán de Berlín, y
le hubiera sido fácil quedarse fuera del país. No lo ha hecho porque no podría vivir sin comunicación directa con el idioma materno. Entre los muchos avatares del exilio, la soledad de la lengua le hubiera desgarrado más que los años de aislamiento pasados en las cárceles del comunismo. No lo ha hecho tampoco más tarde, cuando ya en libertad, en los ’70 ha podido verse con sus amigos de siempre, reunidos en la ciudad de Niza. Ningún argumento le ha convencido para que no regrese más al país, según atestiguan cartas, memorias y otras confesiones. Hay más: en el Instituto de Lógica de la Academia, donde trabajaba desde 1965, Noica era una presencia que fascinaba, sobre todo a los investigadores más jóvenes. Corruptor de marxistas con su bien expresadas bellezas metafísicas. Por lo cual las autoridades rumanas, además de pagarle un sueldo de principiante, le sugerían cada rato una mejor perspectiva personal en el Occidente, ya que sus hijos estaban en Inglaterra. Sugerencias inútiles: “si quieres luchar - decía - hazlo con los dioses, no con los siervos. Porque la fuerza del hombre está en la libertad, y la de la naturaleza en la gravedad.”
“Cuando lo general estaba proyectado directamente sobre lo individual, a través del cual se “realiza”, aparecían, en el caso de la horetite aguda, la precipitación de las determinaciones, el enceguecer; y, en el caso de la horetite crónica, la tristeza tras la victoria. Ahora, en el caso de la ahoretía, cuando más bien lo individual se realiza a través de lo general, aparecen la lucidez y no el enceguecer, la alegría del vencimiento y no la tristeza del triunfo.”
“Cuando interviene la lucidez, o sea, cuando somos conscientes que amamos lo general en sí, aunque sin experimentar la contemplación del éxtasis, somos presa de la ahoretía. Así les ha sucedido a los Estoicos, los únicos al lado de los ascetas, en la cultura europea, que pueden recordar directamente el mundo indio.”(ibidem)
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A su regreso de Niza, Noica apunta en el Libro de sabiduría: “El sentido bueno de la vida consistiría en hacer a tu edad y en el sitio donde estás ( hic est aut nusquam quod quaerimus) cosas que no podrías hacerlas en otra hora y en otro lugar de tu vida.(…) Es así como siento ahora. No lo hubiera podido sentir, pensar y ser así, antes de este 2 de diciembre de 1973, cuando estoy escribiendo estas líneas.”
En Niza, sus amigos iban bien preparados, ofreciéndole una tras otras cátedras de filosofía en las universidades de Sorbona, Barkeley, Cambridge, Princetón, etc. “Mi generación sale de su vida activa y yo todavía no he entrado. ¿Qué se puede hacer cuando no queda nada por hacer? Tal vez el punto sofiánico. Tal vez un “canto”…
Para la sorpresa de todos, poco después de su vuelta a Bucarest, Noica dejará su breve vida activa en el Instituto de Lógica y se retirará (en 1975) en Păltiniş, una pequeña villa en los Cárpatos transilvanos, situada a dos pasos de Răşinari, la comarca de Cioran, llevando una vida de ermitaño y una muy sostenida actividad paidética. Andrei Pleşu, Sorin Vieru, Gabriel Liiceanu, Thomas Kleininger serán sus fieles discípulos, entro los pocos que habían aprobado con estoicismo los ejercicios iniciáticos y luego las asignaturas socráticas.
En aquellos años, cada vez más difíciles, puesto que la catholite crónica se había instalado por entero en la persona de nuestro conducător, como en los tiranos de otrora, atribuyéndose las determinaciones específicas dentro de lo que se llama el culto de la personalidad. La más vituperada durante su larga dictadura ha sido la cultura, pero el círculo de Păltiniş ha logrado sobrevivir, la personalidad ahorética de Noica probando su fuerza.
En su obra Del inconveniente de haber nacido (1973), Emil Cioran había trazado las líneas principales para un retrato del filósofo: “D. [Dinu- diminutivo de Constantin] es incapaz de asimilar el Mal. Constata su existencia, pero no puede incorporarlo a su pensamiento. Podría salir del infierno y no nos daríamos cuenta; a ese grado se sitúan sus propuestas por encima de aquello que lo daña. [Constantin Noica] es un distribuidor obnubilado y esterilizado del Bien.”
Más tarde, en posesión de los primeros libros nuevos de Noica, y bien informado sobre la “escuela socrática”, que seguía su creciente en Păltiniş, Cioran añadía las líneas que faltaban al retrato: “Al retirarse en los Cárpatos para alejarse del mundo, Noica se había convertido en el centro espiritual de Rumanía. […] Noica desempeñó el papel del conquistador y, por ello, su retiro no fue una abdicación, sino un triunfo. Visto desde aquí - [Desde Paris, no de su pueblo, Răşinari -n.n]- Pălitiniş aparece como el último reducto del paraíso. Recibí un merecido castigo por querer alejarme sin importar el costo.”
Cioran había tardado casi doce años, en el exilio, antes de escribir su primer libro en francés, siendo reconocido como un gran estilista (volteriano) de la lengua. Pero sabía muy bien de lo que estaba hablando: de todos sus libros, los únicos que tienen superficie clara de río y profundidad del mar son los que había escrito en rumano, su idioma materno. Noica no hubiera podido expresar su ser ahorético sin atribuirse con lucidez las determinaciones generales de nuestro idioma.
De vez en cuando Noica venía a Bucarest, por motivos administrativos y razones más elevadas. Buscaba entre los jóvenes materia amoldable para ampliar su escuela. Soñaba con traer a Păltiniş a Mircea Eliade frente a un instituto internacional de estudios orientales, y en Bucarest, bajo el patronato de la Unión de Escritores promovía una escuela de traductores, con programa y calendario rigurosos, para hacer llegar al mundo nuestros valores culturales. No le interesaba su obra, sino la de otros nombres que más estimaba.
Conservaba aún, alquilada, una vivienda modesta en Drumul Taberei, en el extrarradio de la ciudad. Como en Păltiniş, el mismo ambiente austero, menos los muebles, pocos pero grandes, macizos, con siglos de antigüedad, que no podía imaginarme cómo los han habían subido hasta el séptimo piso. Sobre todo, la biblioteca, sólida y bella como la fachada de una catedral.
Como perfecto ahorético, Noica llevaba en su ser la horetite de Don Quijote. Muchas de nuestras conversaciones versaban sobre temas españolas, dueño de buenos conocimientos, empezando con El Cid, armado con la ley del honor para enfrentar la ley pura y sencilla; como Nietzsche, que se declara dios para enfrentar la divinidad.
Un día, me ha pedido llevarle con el coche al centro de la ciudad. Fiel a las amistades de siempre, iba a visitarles en Grădina Icoanei -Jardín del Icono -, un barrio tranquilo, de casas pequeñas y viejas, con ventanas grandes y jardines imaginados. Recuerdo que antes de salir, me ha regalado Tres introducciones para el devenir del ser, recién publicado, con una dedicatoria de letra minúscula: “A D.N.,de quien me une todo lo que es rumano y todo lo que es hispano en los dos, con sincera cálida amistad, C.N. - julio de 1984, Bucarest.”
En el trayecto, la conversación era suya: “-No hemos podido vivir una vida hermosa, aprendamos a morir de este modo.” Vuelvo a oírlo. Estábamos en el cruce de la calle Stirbey Vodă con Berzei (cigüeña), y mirábamos la casa de Slavici, novelista, amigo de Eminescu, nuestro poeta nacional. Escucho su voz, abro Seis enfermedades del espíritu contemporáneo
y leo: “¡Qué espléndido es envejecer […], con su aquella hora cuando los ímpetus secundarios de tu vida se apagan, uno tras otro, y cuando queda lo esencial de tu ser; cuando ves que todo ha ido avanzando hacia este punto de acumulación de tu vida, en el que se condensa y precipita toda la vida.”( 101) Abro el Libro de sabiduría: “ Día fasto: se me ha restituido lo que quedaba de Goethe. Y me pregunto si otra vez la suerte me ha sido propicia, puesto que tal como está ahora, con tres capítulos de los diez, el libro es un torso más sugestivo que hubiera podido ser de cuerpo entero”. El apunte, según Gabriel Liiceanu, su discípulo y editor, data de 1972, cuando la Securitate, la policía política, le había devuelto este “torso” de un manuscrito secuestrado en 1950. Con el título Despedida de Goethe el libro se publicará en 1976.
El siguiente apunte es el que me ha interesado siempre: “¡Me he encontrado con Don Quijote! Regresan las carabelas que creía perdidas. Se reúnen los hijos alrededor del padre errante.” (467). Entiendo que se trata de otro manuscrito confiscado por la Securitate, del cual Noica no me ha hablado nunca, ¡un libro de Noica sobre Don Quijote! Que, posiblemente, le había sido devuelto sólo en parte, menos “torso”, y Noica no ha tenido tiempo para recomponerlo. Tal vez había sido destruido o se encuentra en algún depósito secreto, todavía “detenido”, con los años que Noica ha pasado detrás de las rejas.
Descontento con su tiempo, Noica observaba un cansancio de cultura, y apuntaba como siempre, conciso y tajante: “…hoy en día no han quedado más que dos idiomas: el griego, para hablar del pasado y las matemáticas para hablar del presente y del futuro. Quien no usa ni siquiera uno de estos idiomas es un bárbaro; al modo propio: tartamudea.”
Dos años más joven que Eliade, Noica (n.1909) le llevaba tres a Cioran. Una fractura de fémur ha sido su último sufrimiento. Inmóvil en su catre, fallece en noviembre de 1987, en Păltiniş, en los Cárpatos transilvanos, donde tiene su tumba. Entre las colinas de los pastores, como los que recorren La Mancha de hoy; inmigrantes sin papeles, y no caballeros sin caminos, cuyos ancestros han escrito la mejor novela pastoril de todo el orbe. Razón por la cual, con permiso de los cervantistas, de Azorin y Unamuno, nos hemos tomado la licencia de afirmar que a Don Quijote, en este su regreso a casa, le hubiera gustado morir como el pastor de Mioriţa. Con toda la naturaleza en su entorno y todas las estrellas encima. El cielo, con las 12 constelaciones del zodiaco que marcan su reloj, como mortaja y traje de boda.
Extracto de EL RELOJ DE DON QUIJOTE- Libro inédito.
R. Reservados todos los derechos.