miércoles, 23 de mayo de 2012




El regreso de Grigore Cugler 

Poco conocido y después olvidado, Grigore Cugler tiene su lugar merecido en las letras rumanas y existen señales de su regreso entre los escritores de la vanguardia, entre las primeras en Europa y la mejor representada. La poca circulación del idioma rumano ha sido y sigue siendo el mayor obstáculo para darse a conocer. Tanto que los que sí han logrado pasar la barrera han sido asimilados a la lengua-receptor. Es el caso de Tristan Tzara o de Eugen Ionescu. Pero otros, como Urmuz, Vinea, Saşa Pană, Gellu Naum, Geo Bogza, Virgil Teodorescu, Grigore Cugler, etc., apenas se conocen.
Su regreso tardío plantea dificultades particulares, ya que la jerarquía crítica de estos valores está bien encasillada y no me sorprende el hecho de que, con tan sólo dos de sus obras recién publicadas, los historiadores hablan de El segundo Urmuz y no de El primer Cugler.    
            Una edición completa de sus escritos, el aparato crítico oportuno, colocada en una editorial importante, es absolutamente necesaria. Y en este caso, creo que es muy importante definir y establecer la herencia patrimonial, más en concreto los derechos que de esta obra derivan y sus herederos. Hay varias, era lo lógico, agencias en este dominio, ninguna, por oficial que sea, respetuosa, honrada y cumplidora. Al acoso siempre, por ganancias.Lo ideal, tal vez, sea que los herederos, con poca relación en el país de origen, deleguen el asunto en una persona privada con todos los deberes legales.
            En cuanto a su circulación en otros idiomas, necesaria incluso para su mejor valoración en Rumanía, se pueden ceder estas responsabilidades en una agencia de prestigio occidental o bien se transfieren al legatario de los derechos en rumano.
           No es una observación superflua. ¿Dónde hayan parado estos derechos para las, hasta ahora tres ediciones – Apunake şi alte fenomene, Editura Cogito, Oradea, 2004; Apunake şi alte fenomene – Afară de unul singur – Editura Compania, Bucureşti, 2005 y Apunake, eine andere Welt, 2005, con editorial por identificar??
       Y ¿cómo y quién editará las demás obras? Pienso en las que conozco tan solo por referencias: Carte de bucate, en la revista Înşiră-te, Mărgărite -  Rio de Janeiro s/a, Vi-l prezint pe Teavă – Limite, Madrid, 1975; Condotierul fanteziei, id.; Înâlnirea din larg, revista Fiinţa românească, 4/1966; Atunci,Torpeduţa – Revista Scriitorilor Români, München, 5/1966; Saturaţie, en Destin, Madrid, 16/1968. In casi todas estas apariciones,  actúa Stefan Baciu.
           Cabe suponer que todos estos textos están bien guardados por Cugler mismo, en su archivo personal. En el mismo, deben figurar más cosas, como su correspondencia con algunos rumanos – Ionescu, Uscătescu, Cioran, Eliade, etc, etc.
           Alguien tiene que ocuparse de ello. Pienso en Margarita y Ulrike, que puede rememorar paginas no escritas por Riri... Una copia completa de todo esto podría ser depositada en la Academia Rumana o Museo de la Literatura Rumana, en Bucarest.
 


 Libro de cocina

           
Quiero que se sepa que he elaborado este Libro de cocina por iniciativa propia. Mi pensamiento ha sido ser útil tanto para los acomodados como para los pobres, a lo visto y a lo no visto, a las mujeres jóvenes y aplicadas, a las solteras y a las viudas, a las que necesitan ayuda y ánimo, a las comilonas, a las perezosas, a las pelirrojas y a las atezadas por una parte y por las demás, a las de brazos como las serpientes de la tentación, a las de miradas perdidas, a las apasionadas por sueños atormentados y a las soñadoras inscritas en la Liga contra el uso de las criadillas como alimento.
            La parte más difícil cuando estás escribiendo un Libro de cocina es no alejarte del tema. En lo que a mí me atañe, puedo afirmar sin exageración ninguna, como de costumbre, que tengo más éxito con las mujeres de nalgas gordas que con las de piernas delgadas.
            Este sencillo pormenor es, así lo creo,  prueba suficiente en cuanto a la seriedad de mis intenciones culinarias.

Senos rellenos
Elegimos dos senos bien grandes, los escaldamos y rallamos cuidadosamente con un cuchillo o los pasamos por un  rallador, hasta que se les vaya toda la piel. Preparamos aparte, en una cacerola a baño María, la siguiente mezcla: 18 cucharas de aceite, 105 granos, 29 gramos de roya de trigo y 70 gramos de machacado. Cuando los ingredientes se hayan reblandecido por el calor, batimos la mezcla con una cuchara de preferencia sin mango, hasta consigamos un amasijo de plena confianza en sí.
 Extendemos la masa sobre una placa de gramófono y, mientras la dejamos que descanse, ahuecamos profundamente los senos, les sacamos toda la pulpa y de vez en cuando damos algunos pasos atrás para apreciar las consecuencias y el efecto. Y cuando el amasijo ha descansado bastante, lo cortamos en muchos trozos iguales y los tiramos.
            Colocamos los senos sobre un plato muy largo, los adornamos con turrón y colocamos en el medio una tarjeta de visita doblada. Este plato se sirve preferentemente por sorpresa.
            A mí me gustan más las esposas de arquitectos que las de magistrados; pero estas dos categorías me gustan más que las esposas de médicos. Si la esposa de un medico está muy delgada y más alta que el doctor, entonces la ventaja es mía. Si no es así, es ella la que tiene ventaja sobre mí, durante el horario de consultas de su esposo.
            No me gustan las mujeres bajitas, puesto que cuando me pongo a bailar con ellas, las golpeo con la rodilla bajo el mentón. En una ocasión una se ha mordido la lengua y me la había escupido en el bolsillo del chaleco.

Lengua a la Princesse
Tomamos una lengua, dos, tres, cuatro – cuantas más, tanto mejor – y las atamos con un hilo de pelo arrancado del forro del traje. Espolvoreamos por encima treinta gramos, pero solamente sobre un lado. Si lo haríamos por las dos partes, serían sesenta gramos y esto es mucho. Ponemos las lenguas sobre una hoja de papel bien untado y las dibujamos cuidadosamente el contorno con un lápiz. Colocamos el papel con el dibujo a la vista, sobre una parrilla muy caliente, y lo asamos. Cuando cambie de color, diluimos el color con vino blanco y el resto lo dejamos para el otro día.
            Unos sirven este plato aliñado con una traducción en la respectiva lengua.
            He tenido siempre una atracción especial para las mujeres de ojos claros. Creo que esto se debe al hecho de que los ojos negros no pueden distinguir con la misma facilidad todos los detalles de mis ventajas físicas, como, por ejemplo, el hilo único de pelo de entre las cejas, el temblor suave, como de hoja de para, de la oreja derecha, la contracción pasional de las venas del cuello cuando pronuncio ciertas palabras con voz de carnero, la forma de concha de las uñas y el don de predecir el futuro, la proporción impecable y significativa del espacio entre las rodillas cuando me siento en cuclillas, etc. Incluso la española – la única española hasta ahora – tenía los ojos azules.*)
            Las dimensiones modestas de esta obra me obligan a no tener piedad alguna para con las diabéticas, ninguna conmiseración hacia las vegetarianas y nada de estima para las abstemias.
            Conquistar una mujer a la primera vista, no quiere decir que la desestimas, sino que le ahorras tiempo, más importante para ella que para ti. En cambio, cuando regalas flores a una mujer hermosa, quiere decir que has tenido tiempo para pensar que es conveniente hacerlo, aunque a veces este gesto podría ser interpretado como un insulto.
            Cuando era joven, he conocido dos hermanas muy altas. Como con una cabeza y media más altas y casi dos palmos más anchas de espaladas que yo. Y desde el primero momento nos hemos dado cuenta que estamos hechos unos para los otros (es decir, uno para las otras). Por desgracia, las dos hermanas no han logrado ponerse de acuerdo sobre algunos pormenores de orden técnico y de este modo las he perdido a las dos. Ocasión única y temo que jamás habrá de repetirse.
             Me gusta muy mucho la fórmula madre-hija, pero tengo más éxito con las primas. No me pasa lo mismo con las muchachas, ni con las cocineras. No tengo ventaja alguna con las esposas de los Prefectos. Pero me va muy bien con las licenciadas en letras y filosofía y también las docentes en historia y geografía.
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*) Desde la elaboración de estas líneas hasta su publicación, he conocido otra española, pero de ojos abigarrados.


Ravioles  con vedegambre

            El vedegambre crece en las montañas de Bucegi. Si no creciera, sería una gran pérdida para la cocina rumana.
            Elegimos algunas hojas de vedegambre y envolvemos con ellas, por fuera, la cacerola en la que queremos guisar. Luego guisamos. Cuando la comida ya está, cortamos en cuadritos tres cabezas de acusación y otra sobrante. Añadimos, cuando la servimos, el ramillete que he mencionado más arriba.
            Con un apretón de manos y una mirada tierna, puedes conquistar a la mujer que te quiere. A la que la quieres tú, no la puedes conquistar de ninguna manera. Igual de escasas como los hombres nacidos para ser solteros, son las mujeres nacidas para ser fieles. El antiguo consejo: haz al otro lo que te gustaría que te hicieran a ti mismo, tiene que ser respetado con todo el santo rigor. Yo hago a las mujeres, siempre que pueda, lo que quisiera que me hiciesen ellas a mí. Sea en las montañas, sea en el cine, en el tranvía, el día 10 de Mayo, siempre por doquier.

Mollejas parisinas            

 Frotamos dos huevos, uno con el otro, sin romperlos, mientras miramos unas mollejas colocadas al lado, en un plato. Poco a poco, las mollejas empiezan a hincharse.
Cuando lleguen al mismo tamaño que los huevos, vertemos una salsa de flor de tila y tarareamos un romance con texto adecuado, esperando que venga alguien más, puesto que este plato se prepara siempre para dos personas.  
            En cuanto se ha levantado de la tumbona y he visto su caballera destrenzada, cubriéndola hasta más abajo de la cintura, cual manto brillante de seda, dejando que la  blancura de su cuerpo, pero, en fin, para que hablar, ya que estas son cosas deben ser vistas, no leídas, me he decidido, sin vacilar ni un instante, por el cabello corto, ensortijado, que reacciona a las caricias con gracia y presteza. El pelo largo trae una nota solemne, que no se armoniza con la tela fea y deshilachada de mi vieja tumbona y, palabra de honor, no me veo capaz de sacar no sé cuantos francos para revestirla con una tela nueva.
            Las mujeres pueden ser clasificadas según las horas; algunas  corresponden mejor la mañana, otras por la tarde y las demás al anochecer. La italiana de Târgovişte pertenecía a la última categoría. Traía calor en el invierno y fresco durante el verano. No se que traía en el otoño, puesto que durante el otoño iba al viñedo de Mircescu, donde me quedaba cuatro-cinco semanas, hasta que su madre me echaba de casa.
            Un plato muy preciado por los melómanos es



Pavo a la sordina
           
 Muy difícil de guisar debido a su forma muy poco cómoda, pero la nacionalidad no supone una influencia determinante sobre las manifestaciones eróticas. La suiza de hace seis años a la que le había dicho que soy argentino; o la americana de Karlsbad, que tenía una perra llamada Femina, la que creía que soy sueco; o la danesa bailarina en Paris, a la que le había dicho que soy ingeniero persa...
            Me pregunto, a veces, si es que no soy más joven ahora que hace treinta años. Me pregunto si erguiría una torre con todos mis amores pasados – grandes y menores – y si me subiese en su cima, ¿podría resistirme a la tentación de arrojarme al vacío, so pretexto que no es lo bastante alta?
            ... o la eslovaca que me creía francés, o la francesa que me tomaba por griego; o las rumanas del crucero, que les había dejado adivinar mi nacionalidad y las que, cada día me atribuían otra nueva; o la húngara que me tomaba por periodista suizo; o la pianista judía que creía que soy judío; o la búlgara de Mangalia, que sabía muy bien quién soy. ¿Por dónde andarías y a que te dedicas ahora corza asustadiza? ...

Chuletas con pasas gorronas
            
         Elegimos un pedazo joven, de piel y carne tierna. El rateo y la preparación me atañen personalmente. Asimismo los gastos ocasionados por la elaboración de este plato. Una sola cosa puedo adelantarles que le será muy útil: un pedazo así,  de calidad  superior, podría servirse más veces.
           ... pero la mejicana que quería convertirme al catolicismo; y la pintora inglesa, a la que he servido de modelo para un cuadro titulado Revelación; y la rusa que no sabía más que su lengua, la que yo no hablaba y que lloraba estremecida por contestar ¡da! ¡da! A todas sus preguntas; y la checa, la que se había los pendientes por la hojarasca amontonada bajo el banco; y la belga, que se desmayaba cada rato y me temía que ya no volverá en sí; y la brăileanca, que se metía bajo la silla, en el cine y la gente creía que la silla estaba libre y quería sentarse justo allí...
            Da pena cuando un amor compartido se acaba, mientras otro, que no nos interesa apara nada, perdura, a veces, hasta la muerte.

Anguilas con rosario

             El anguila elegida debe ser bien largo. De otro modo se podría creer que es una oruga. Cogemos el anguila por las extremidades y lo anudamos por la mitad. Cortamos las puntas y sumergimos el nudo en un vaso con agua-forte que, al enfriarse, empieza a silbar. A falta de anguila, podemos aprovechar un rosario de ámbar. Cortamos el hilo entre la décima y undécima cuenta y desensartamos a las demás en un platillo. Las pesamos y la diferencia de peso entre la anguila y el rosario la usamos como guarnición. Es una clase de comida que se debe tratar con reciprocidad: rompe ella a hervir, rompimos a hervir también nosotros. Sin más habladuría.
***
            No tengo la audacia como para pretender que este Libro de cocina pudiera satisfacer todas las exigencias, pero al escribirlo, he puesto todo mi empeño para que fuera al alcance de los aficionados a platos exquisitos, algunas recetas poco comunes.
            Y ahora, para el final, unas palabras sobre

Salsas

            Las salsas tienen, en la cocina moderna, un papel muy importante. Conociendo esta verdad, el viejo sacafaltas, del que he aprendido algunas de las presentes recetas, decía: “nos contentamos con lo que nos gusta y preferimos lo que deseamos.”
            La primera salsa de mi vida ha sido Sozu-Masozu, un gato negro con manchas negras también. En realidad, se llamaba Massencu, según el nombre de una tía, que me lo había regalado, que se llamaba Massinca.
            Recuerdo muy bien que a Sozu-Mosozu no le dábamos mucha importancia más que en bien determinadas épocas del año y jamás en las noches de luna llena. Por ello, en nuestra casa se guisaba, habitualmente, con salsa de tomates.
            Otra salsa, muy recomendable, es la Salsa Capitán. Cierto, a algunas mujeres le cae pesado. Muchas jóvenes, por culpa de la Salsa Capitán, se han tirado delante del tren. La salsa Capitán es traída al comedor sobre una cureña. Soldados de ordenanza, con ademanes torpes, vierten el líquido cuartelero, manchando para siempre el mantel. Los comensales jadean, pero no renuncian.
            Nunca he probado esta salsa, al ser licenciado como hijo único de madre única.  
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 Ilustración - Dibujos de Grigore Cugler
R. Reservados todos los derechos