Rumanía, de rodillas
Egeo está soñando con velas blancas...
Hechos y cifras a la vista justifican la opinión
de los que consideran que, veintitantos años después de haberse librado de la
dictadura comunista, optando por una sociedad de bienestar económico y social,
basada en los derechos universales del
hombre y los valores consagrados de la democracia, Rumanía es el segundo país más pobre de la UE y el más corrupto que todos
los demás.
Así las cosas – y así están, incluso mucho peor –, sin mirar, de momento,
los patios vecinos, cabe preguntarse uno: ¿por
qué y cómo se había llegado, en tan poco tiempo, a tan desastrosa, alarmante
situación? No antes de observar que tanto
la pobreza como la corrupción son un producto genuino, fabricado durante estos
anhelados años de libertad sin muros; total y desparramada, tras los casi
cincuenta de totalitarismo rojo, amurallado y reciclado - en su segunda mitad –
en una de la más férreas dictaduras del Este europeo. La única derrocada por
una sublevación espontánea del pueblo, que soñaba con volver a su
tiempo-historia y a su espacio-patria.
Sublevación usurpada – urge decirlo -, legitimada luego como
revolución y, así consagrada, retransmitida en directo por todas las
televisiones del mundo. La primera
revolución, en toda la historia de la humanidad, que se daba en directo.
...Nuestra revolución como en las películas, pero en vivo; con las cámaras a quemarropa, enfocadas sobre edificios de
verdad y no de cartón piedra; sobre cuerpos que se morían de verdad, no como en
los filmes. Adolescentes que, apenas asomados a la vida, quedaban sin orillas;
jóvenes ilusionados, cual velas navideñas apagadas por el soplo de la muerte;
gente caída junto a los escombros humeantes; el infierno real y concreto, no el
de las películas, traído a la tierra por Ceauşescu. El sátrapa de los Cárpatos
y sus atrocidades. Cadáveres quemados, descuartizados, atados con alambre de
púas, tendidos sobre la nieve sucia. Sesenta mil muertos en un sólo día, se ha
dicho; más de cien mil en menos de una semana... Sangre, oriflamas recogidas en
las arterias congeladas por el frío de
diciembre de 1989 y por la muerte violenta sin estaciones.
Crímenes contra la humanidad, retransmitidos en directo. Que es así como
los había visto la humanidad, incrédula y estremecida, con la respiración
entrecortada, subconscientemente asumiéndolos. Incorporándose al enfrentamiento
y al sacrificio, esperando y anhelando la victoria y prorrumpiendo, al final,
en aplausos, saltando de sus sillas y saliendo a la calle para celebrar nuestro
triunfo como si fuera suyo propio.
Luego, el silencio tras la tempestad. Espacio huérfano de tiempo. Y los
rumanos acunando la victoria en el azul celeste de la esperanza. Y ahora, a
veintitantos años de aquellas orillas, las señas negras de la desventura
ondeando en los mástiles rotos del sueño naufragado. Un cuarto de la población activa del país, fuera de sus fronteras. Cuatro millones de emigrantes rumanos enrolados en los regimientos del proletariado errante. La nueva clase social del
tercer milenio, formada para sacar de apuros el capitalismo, mientras nueve millones de los restantes se
están apagando bajo el insufrible peso de la miseria. Y yo, recordando la primera pregunta, para plantear la segunda: ¿se conoce, hasta ahora, en la historia de
la humanidad, un pueblo que se haya sublevado para vivir peor de cómo vivía?
Más en concreto: ¿habría, en este mundo,
un ser humano, en la plenitud de sus facultades, que no tiene donde caerse
muerto, dispuesto a sacrificarse para disfrutar de mas infortunios?
Ignorando
el contenido real de los acontecimientos de aquel diciembre de 1989 y de los
siguientes años, toda explicación de la pobreza y la corrupción rumanas resulta
incompleta. Porque, por exactas que sean, las dos negras valoraciones no
expresan toda la verdad. Hay más verdades, determinantes para los males que nos
acosan, que no se sopesan cuando se trata de asuntos así, donde importan las
explicaciones, pero cuentan más las soluciones para las dos lacras. Que no son
las únicas malas hierbas, ni podrán ser erradicadas con brujerías, puesto que,
bien profundas, sus raíces están cuidadas con mucho apego por los políticos de hoy, los peores conocidos
por Rumanía jamás.
La Magna Corrupción comienza con ellos y la
Suprema Pobreza, abatida sobre los rumanos, es fruto de sus
desalmadas actuaciones, impulsadas y sostenidas por los que han saqueado el país como si de una colonia
se tratara, arruinándole. Una rapiña a cielo abierto, vergüenza de un
capitalismo desmedido, reasentado en el Este europeo como economía de mercado
libre. Un disfraz para su indecencia moral y política, porque, al agotarse sus
incuestionables méritos, recurre a todas las artimañas para erguirse, a la vez,
en policía, juez, banquero, defensor y dueño de todo el planeta.
La
conspiración de los endriagos
Todo el quid de la tragedia rumana reside en la
honradez de reconocer y aceptar, de una vez por todas, que nuestra revolución
no ha sido tal y cómo se haya dado en
directo, sino una sublevación real, sincera y espontánea, más una
conspiración ideada e instrumentada allende las fronteras, en los edificios sin
ventanas del espionaje mundial y en los salones de lujo, acorazados cual
submarinos, de las grandes finanzas.
Sin el contubernio
de los endriagos de la nueva ideología
financiera global, respaldado desde dentro por una cuadrilla de insatisfechos, hipócritas de profesión, falsos
disidentes, vende-patrias, fracasados por vocación, chanchulleros políticos,
trepadores sociales y malandrines de toda clase, el pueblo rumano hubiera vencido por sí solo. Y el país no estaría hoy de rodillas, al borde de su
desaparición.
Ahora, en un país sin pueblo, con todos sus
horizontes caídos e hipotecados; en un estado sin patria, gobernado por un
sinfín de insaciables depredadores autóctonos y advenedizos, haciendo memoria
de aquellos días, sopesando documentos y testimonios, y después de haber leído
toda una biblioteca de libros falsos e infundiosos sobre la así llamada
revolución rumana y otros sobre las verdaderas, sobre golpes reformistas de
Estado y complots revolucionarios, sobre los modelos teóricos y cibernéticos de
las revoluciones, reafirmo lo de la
conspiración, dispuesto a subir al cadalso. No antes de que, al menos una
persona, inmune a cualquier ideología, me contestara de modo satisfactorio a
las preguntas ahí planteadas.
Hasta que no ocurra esto, mantengo lo dicho y
arriesgo algunos datos más, hechos ignorados, falsificados o inventados adrede
para perpetuar así la leyenda de una revolución que no ha existido. No ha existido
tal y como haya sido retransmitida en directo, porque lo que el mundo creía que
estaba viendo, sin reponerse de sobresaltos, ha sido y, al mismo tiempo, no ha
sido lo que sucedía en realidad, sino lo que había sido programado que
sucediera. Incluido lo imprevisible, cuyas actuaciones aleatorias, cual los
afluyentes de un río, han desembocado en el cauce de la conspiración, dando
naturalidad a lo concertado de antemano, por injusto y cruel que fuera.
No hago de sofista, ni malabarismos. Humildemente,
reitero que la conspiración, de hecho un atentado contra la existencia del
pueblo rumano, se ha desarrollado bajo el patrocinio de una trinidad efímera - Bush,
Mitterrand y Gorbachov -, más los
acólitos y la gentuza rumana.
Todo lo que ha sucedido después y sigue sucediendo
hasta hoy es consecuencia directa de aquellos acontecimientos, pero nadie ha
tenido la valentía de reconocerlos.