Querido Adrian:
Me estremece tu última carta (Scrisoare către urmaşii mei) que, seguramente, no
será la última. Porque no les has dicho todo a los herederos, ni has dejado
claro quienes son. Además, noto que es una carta a (către) y no para (pentru),
preposiciones de sentido diferente. Y, por encima, has decidido que sea pública,
lo que supone que aceptas e invitas a contestación. No es como el testamento de Ienăchiţă, que ha tenido la prudencia
de sustituir la preposición por un genitivo - urmaşilor mei... – y el cuidado de nombrar la herencia que deja - la lengua y la patria -, mientras tú no dejas nada a
nadie.
La diferencia, aunque te parezca superflua, es fundamental. Ienăchiţă deja
un testamento; tú, la expresión de una
pesadumbre; una emoción sin dirimir y un grito, casi advertencia, para los que
siguen siendo injustos contigo, con tu persona y tus méritos. Ienăchiţă se iba
tranquilo de la vida, y en paz con el mundo. Tú finges que te estás yendo, te
quejas por ello y sigues allí, llorando. Llanto por
ti, por tus hijos, por tu tiempo; por tu país, que es de todos, pero lo sientes
como sí fuera sólo tuyo. Este país, dices, que
se está yendo, se hunde, paulatinamente, se desploma bajo la pobreza, montañas
de injusticias (internas y externas), corrupciones, despilfarros y crímenes.
En este caso, te contradigo: el país no se va, ni se hunde, sino que
empieza a desaparecer, esfumarse desde las fronteras. He visto hasta algunos
mapas, con los nuevos confines, pero esto podría ocurrir solamente después de
la desaparición del pueblo que lo habita, le dio nombre y la construyo,
calladamente, en mucho, largo y desconocido tiempo. Tú has hablado casi siempre
del país y muy raras veces del pueblo. Que no es lo mismo. No son metonimias,
sino forma y contenido.
En mi condición de desterrado – no de exiliado, ni de emigrante, – entiendo de
otro modo la historia de los rumanos y trabajo desde bastante años en un libro
– Elogio de un
pueblo que desaparece – que siempre
termino pero nunca acabo.
Bueno, dejemos este asunto para otra vez o mejor, para nunca; para los que
vienen detrás de nosotros, que les traerá sin cuidado. Dejémoslo para mirar tu
carta por otra ventana, más apropiada para ver lo que habitualmente no se ve,
ni se sabe que existiera. Que es lo que más me ha horripilado en tus palabras,
en cuanto a tu persona se refieren. No tengo, en este caso, de vista los
comentarios – pocos – que has provocado y que los eximios por imbéciles, puesto
que no saben lo que dicen.
Dos intelectuales nuestros de hoy, de mucha cultura, mucho espíritu, mucho
vuelo e incuestionables méritos, te han retratado con mucho conocimiento y
mucha razón – la de ellos -, pero en lugar de un retrato les ha salido una
caricatura. Se trata, para no dar vueltas, de Andrei Pleşu y Gabriel Liiceanu, cuyos textos destilan veneno y venganza, que se le ha
quedado en el alma desde años atrás, cuando tú estabas en la cumbre de una
gloria merecida, pero falsa e ilusoria. Un inmenso desengaño que apenas
ahora lo vives y no puedes con ello; no puedes tragarlo e intentas echarlo en
el patio de al lado, donde vivimos todos, incluidos los dos allí nombrados.
Dejemos a otro lado a los imbéciles, para detenernos en los dos nombrados –
que no son los únicos - y que, hasta
donde puedo comprender, van equivocados e injustos. No soy yo quien tiene que
juzgarlos, ni me tienta tal menester inútil. Pero intento entender esta actitud
y hacer que también otros la entendieran.
Se trata de tu condición de poeta, de poeta grande;
autor de poemas de suma emoción poética, rigurosa métrica y estilo clásico, de
acusado contenido social y respiración patriótica. Un don con el cual has
nacido y le has dado cuerpo. Un don inmenso que, por circunstancias – siempre
las hay – lo has menospreciado.
Lo que digo con mucho dolor, con admiración y respeto, desde mi rincón
callado - yo lo he querido así - , donde he vivido mi poesía y la de los demás,
cuyos poemas he vertido en mi segundo idioma, en el cual te escribo, a
sabiendas que tu hija Ana-María te
devolverá todo en nuestra lengua materna. La que se aprende con la sangre.
Vuelvo así a tu don de poeta y voy escrutando al de los otros poetas,
nombres celebres que te son familiares por sus obras,
pero sabes poco sobre sus vidas. Tal vez, sopesando el destino trágico
de cada uno, descubrirás que el tuyo es muy diferente.
Vamos por parte, con paciencia: Byron (1788-1824. Menciono los años para no
extraviarme en un descampado). Poeta genial. Y todo el hastió del mundo en su
alma. Saboreando la sensación de ser un proscrito, sojuzgado por el deseo de
venganza del incomprendido y perseguido por una sociedad corrompida y trágica.
Tanto que, para salvarse, ha abrazado la causa griega contra los turcos,
cruzando a nado el Helesponto, para morir de malaria, en Missolonghi, en los
brazos de un rumano.
Desaparecido Byron, persona; presente e imperecedera su obra: Childe-Harold, El corsario, El infiel, etc., y Don Juan, su obra
cumbre. En destino trágico del primer poeta inglés famoso en Europa. Un
romántico modélico. Sin ser un modelo, por inimitable. La hierba no crece –
decía Brâncuşi – a la sombra de los grandes robles.
Y como estamos en Inglaterra, vamos a Shelley (1792 - 1822). Noble de
cuna, heredero de una gran fortuna, se contenta con una renta modesta para
seguir su vida de aristócrata a la gitana. Expulsado de Oxford, en 1811, por un
panfleto – La
necesidad del ateismo. Trotamundo. Irlanda, Francia, Suiza. Después
del suicidio de su primera mujer, Hariett, (1816) se establece definitivamente, con Mary Godwin,
en Italia (1818).
Gran amigo de Byron y Keats. De
vacaciones en Ginebra, Byron propone que cada uno escribiera un cuento de
terror. Gana Mary Godwin Shelley, con Frankenstein o El moderno Prometeo. Una novela de misteriosa relación con
las leyendas negras alemanas sobre Vlad Tepeş, nuestro Drácula; héroe universal de la literatura rumana
multiplicado por la obra de muchos autores, antes y después de Bram Stoker.
Con una vida tormentosa, pero con una rara sensibilidad y una
extraordinaria fantasía, Shelley elabora
su obra – La reina
Mab, Alástor
o el espíritu de la soledad, Prometeo
liberado, Oda al viento del Oeste,
El triunfo de la vida (las dos últimas póstumas) – con un
estilo formal insuperable; modelo del poeta romántico perfecto –ha inspirado a
muchos. Ahogado durante un paseo, naufragando cerca de Viareggio.
John Keyats (1795-1821), uno de los más grandes -
todos son grandes, todos son románticos... – poetas de lengua inglesa. Hijo de
un tratante de caballos. Huérfano. Su primer libro de Poemas (1817), mal recibido por la
crítica y la sociedad; burguesa, por cierto. Sin embargo, un año más tarde
aparece Endimión.
En cuatro volúmenes. Y desde allí en adelante, la gloria de su poesía,
resurrección inédita del mundo griego antiguo. Sonetos insuperables. Y odas.
Como A una urna griega,
cargada de aíre antiguo, transparente en algunos poemas de Blaga (Cementerio romano).
Sobre su Hyperion,
Byron decía que parece inspirado por los titanes y que iguala en sublimidad a
las obras más perfectas de Esquilo. Morirá en Roma, de tuberculosis a los 26
años. Y, como homenaje póstumo, Shelley escribirá Defensa de la poesía.
El mismo Shelley, que arrastra a Gérard de Nerval (1808-1855) al Oriente, a la
locura y al suicidio. Viaje al Oriente, Los iluminados, Pequeños castillos de
Bohemia, La quimeras, Las hijas del fuego, Aurelia o el sueño y la vida
(sin acabar). Más La bohemia galante y Silvia (doce sonetos herméticos).
Y el diccionario: una obra “plena de elementos oníricos y simbología hermética
que le convierte en precursor del surrealismo.” Traductor de Fausto,
a los 20 años, que Goethe mismo – y no por halago- decía que es mejor que el
original.
Aconsejado por Balzac, funda una revista que le arruinará
en menos de un año.
Trastornos mentales agravados, después de la muerte de su esposa (1842).
Detenido, casi desnudo, persiguiendo una estrella. Varias hospitalizaciones. Al
salir de un internamiento, en 1855, no aguanta más y se
ahorca de la escalera, de un hotel de Paris. Y la leyenda: un borracho
descubre su cuerpo en la esquina de un callejón, cubierto de nieve. Se había ahorcado sí, pero tenía el sombrero puesto.
Y, como estamos en Francia, tenemos cerca a Charles
Baudelaire (1821-1867). Un
rebelde total. Ningún acuerdo entre la sociedad y el poeta, cuya casa son las
calles, las mansardas de los hoteles, las tabernas oscuras, la soledad sin
bordes. Funda, escribe y edita un periódico sanguinario que el mismo lo
voceaba por la ciudad. Quince años para escribir Las flores del mal (Florile
răului), poemas de la abyección y alquimia del dolor. Llevado antes los
tribunales por obsceno. Considerado por la crítica el diablo en persona. Luego la novela lírico-autobiográfica La Fanfarlo (1847) y Los paraísos
artificiales (1861), donde aparece su celebre poema Sobre el vino y el
hachis y Los pequeños poemas
en prosa (1869), editados póstumamente. Más los artículos de crítica
de arte, amigo de Delacroix. Afásico y paralítico, muere pobre, a los 46 años,
vencido por una enfermedad degenerativa provocada por el alcohol y las drogas.
Detrás de Baudelaire, el “niño genio”, Arthur Rimbaud (1854-1891), escapado
para siempre, a los 16 años, del hogar, para llevar una vida de vagabundo
rebelde. Entra el la
Revolución “como en una fiesta de monos” y sale “como de una borrachera.” Con el poema El barco ebrio
(1871), enviado a Verlaine (1844-1896), empieza una relación
amorosa entre ambos que terminará con la cárcel para Verlaine – un año y medio
- por un disparo a Rimbaud (1871), en hotel de Londres. Porque lo abandonaba.
Verlaine estaba casado, capaz de dejar sin sentido a uno de sus hijos,
golpeándole de paredes.
Después de Una
temporada en el infierno (1873), obra en prosa mal recibida, deja de
escribir. Viajes por Europa, Oriente y África. Traficante de armas y drogas.
Vuelve a Marsella, con una rodilla infectada. Muere con
las dos piernas amputadas.
Hago un alto – la nómina es larga – volviendo atrás para ver otra categoría
de grandes infelices. Torquato Tasso (1544-1595). Una fábula pastoril, Aminta (1573) y luego Jerusalén libertada (1575). Obra con/de mucha
historia, que el mismo creía haber pecado contra la religión. Así lo confiesa
al culto Inquisidor de Ferrara, que le exime de culpa, mientras el duque de
Ferrara lo manda a la cárcel. Se escapa y huye, vestido de pordiosero, a
Sorrento, su patria chica. Animal
acosado por toda Italia. Siete años en el hospicio de Santa Ana, liberado por
otro duque, esta vez de Mantua.
Hasta 1593, rehace el poema bajo el título Jerusalén reconquistada. Se apaga
en el monasterio de San’Onofrio, en Roma, cuando el Papa iba a coronarle poeta
laureado.
Desde Tasso a Milton (1608-1674). Viajes por Francia, Suiza,
Italia. Vuelve a Inglaterra y lucha contra el rey. No encuentra editor para El paraíso perdido.
Cuando lo encuentra, alguien le compra el manuscrito por 5 libras. No por este
motivo escribe poco después El paraíso recobrado y Sansón agonista. Ciego, igual que
el personaje bíblico, vive rodeado de enemigos victoriosos. Dominio absoluto
del verso blanco y del idioma ingles, superado tan solo por Shakespeare.
Seríamos injustos no recordar a Hölderlin (1770-1843). Estudios de filosofía en
Tubinga. Conoce a Hegel, Schiller, Schelling (amigos). Poemas escritos en una
zona de penumbra entre la razón y la locura. Himno a la humanidad, Himno al amor, Al éter,
Ganímedes, Quejas de Menón por Diótima, Hyperión o el ermitaño de Grecia.
Sojuzgado por Grecia antigua. Pierde el juicio a los 30 años y pasa otros 40 en
la torre de un castillo de Wurttemberg, cuidado por un guardabosque. Un
castillo rodeado de tilos y sauces reflejados en el lago de un parque romántico; flotillas lentas
de cisnes y patos que - cuando yo los vi, en 1991 -, los cazaban los gitanos
rumanos.
Y, después de Hölderlin, Rainer María Rilke (1875-1926). El poeta
checo-alemán que “ha creado durante el más vergonzoso periodo del materialismo
burgués una obra poética que brotaba de una matriz estilística que bien hubiera
podido ser la de cualquier gran místico medieval.”(Lucían Blaga) Mística
española y, después de haber conocido a Tolstoi, mística ortodoxa rusa.
Secretario de Auguste Rodin. Aguanta y vence todo, hasta que, en los últimos
años, queda vencido de una crisis espiritual.
Me pregunto, Adrian, una vez llegados allí: ¿reconoces algo de tu destino
en el de los aquí nombrados? Al menos, ¿notas la tentativa de salirse de su
tiempo, sea regresando al pasado, sea adelantándose al futuro? ¿Notas la
constitución moral de algunos rebeldes (pocos) o si no, nunca de aduladores? No
tienes que contestarme. Contéstate a ti mismo. E indaga un poco el destino de
otros nombres del siglo cuya segunda mitad la recorrimos juntos. Entre ellos, algunos muy leídos por nosotros.
Jószef Attila (1905-1937). Cercano
a nosotros. Marxista. Hombre hecho como de una roca de granito. Hasta que, en
un atardecer de diciembre, se tumba en la vía del tren, cerca de Blatón. El
tren se detiene. Lo hace la segunda vez, en el mismo sitio. Y esta vez el tren
no se detiene. Son suyas estas palabras: Socorredme, // chiquillos, que cuando ella pase, // revienten
vuestros ojos puros...
Serguéi Esenin (1895-1925). Poemas-fotos o fotos-poemas
de su Riazan natal dentro de una sinfonía de las palabras. Luego, la entrega a la Gran Revolución, después el
desengaño y la búsqueda desesperada para encontrar otro camino hacia a la misma
– Confesiones de un perdulario-, que no lo encuentra – El hombre negro. Un tal Bliumkin –
también poeta, sobresaliente intelectual de la policía secreta, la Checa
-, se lo lleva a Irán – por encargo político -, para admirar la efímera
Republica Soviética de Gilian.
Llega a Nueva York, se enamora de Isadora Duncan, bailarina, asombra al
público americano con sus lecturas en algunos teatros. Vuelto a casa, se ahorca
al lado de un godin – estufa de hierro
– en una habitación que da pena, dejando un poema, el último, escrito con su
propia sangre...
Sunt obosit de traiul meu statornic, // Din
casa mea curând o să dispar... Sau : Potopul ploi s-a topit în sine, // Furtuna toată s-a făcut nimic. //
Serghei Esenin, mi-e urât cu tine// Şi silă-mi e privirea să-mi ridic… Sau : ..ci
săltaţi-mi, labe ale lunii, // Ciutura tristeţii pân` la cer… Cien veces sau, tal como hemos aprendido de
memoria sus poemas, en la asombrosa traducción del maravilloso George Lesnea.
Y ¿por qué no recordarnos ahora de Vladimir Maiakovski (1893-1930)? El inventor del futurismo, a los 18 años – La nube con
pantalón –, enrolado desde 1917 al primer regimiento de escritores comunistas;
portavoz lírico de la
Revolución, cantante de las esperanzas del pueblo ruso, autor
de Lenin, elegía en la muerte de
Vladimir Ilichi. Luego su teatro – La pulga y El baño – y las repentinas acusaciones de la
crítica oficialista de escribir poemas incomprensibles para la clase obrera.
Sus largos “poemas-escalera”, ya que la poesía se pagaba por versos, cada
escalón un verso, hasta 700, que era la unidad. Tal como se nos pagaba a
nosotros. Por esto, los imitadores
rumanos no han sido nada pocos, logrando hacer de un solo endecasílabo hasta
ocho versos. Aunque así las cosas, algunos (al menos yo y Nicolae Stoian),
leyendo su libro Cum
se fac versurile –, hemos aprendido
como no hacerlos.
Destino: enamorado de Lili, escultora y bailarina, casada con un amigo suyo,
se convierte en un océano sin orillas; después Verónica, actriz, lo abandona en
el peor momento de su vida. Trastornos infinitos. Y, al final, en la primavera
de 1930, después de acusar públicamente a Esenin por haber elegido “el camino
fácil”, del suicidio, se mete el cañón de la escopeta en la boca.... Igual que
Hemingway, en 1961. Un fenómeno de la naturaleza que había vivido en carne y
alma las dos guerras mundiales.
En esta vida // morir no es difícil. //
Mucho más difícil // es hacer la vida. (Maiakovski)
Y nada extraño. Un poeta inmenso, Pasternak, que ya
había dejado de escribir, al enterarse del suicidio de Maiakovski
– se hallaba en la aldea de Elábuga, cerca de Kazan –, exclama: el monte Etna,
rodeado de cobardes colinas...Y vuelve
a la poesía, como para vengarle, a todo
riesgo, frente a los cobardes ideólogos estalinistas.
Y, como estamos en Elábuga, ahí tenemos a Marina Svetáieva (1892-1941), que
comparte la gloria de la poesía femenina rusa con Anna
Ahmatova. Vida de alta burguesía rusa. Casada con un oficial zarista - como
en Tolstoi -, deambula por Praga y se asienta en Paris, gozando de fama
universal con La
linterna mágica y, sobre todo, Verstas. Maiakovski le había escrito para
convencerle que regrese a Rusia y Pasternak le había aconsejado de no cometer
esta locura. Regresa: su marido, fusilado; su hija, internada en un campo de
concentración y ella, desterrada a la aldea de Elábuga, donde se moría de
hambre, desesperada, busca un árbol alto y bello y se cuelga de sus ramas.
Son raros, muy raros los escritores. Kostas Cariatakis (1896-1928), respira Grecia, como Kostas Palamas, por los cuatro costados. Un poeta griego de otros tiempos, poco
conocido por nosotros los rumanos. Se arroja al
Mediterráneo, pero los corrientes lo devuelven vivo a las orillas. Irá a
casa, se vestirá elegantemente, comerá saldrá
a la cale, se comprará una pistola y se pegará un tiro
debajo de un eucalipto....
Césare Pavese - ¿quién no lo ha leído?
-, muy enamorado de Tina, militante
comunista. Lleva las cartas de ésta a Roma, a su novio. Interceptadas, se le
condena. Cuando sale, Tina estaba casada ya con su novio. Con ello, Pavese
apunta: Basta de palabras. Un gesto. No
escribiré más. Se encierra en un hotel Roma,
de Turín – ¡he visto su cuarto!- se toma 16 envases de somníferos que le paran
el corazón en seco.
Un poeta colombiano traducido por
mí, José Asunción
Silva, hará lo mismo: va a ver a su médico y le obliga dibujarle
sobre la piel el punto exacto del corazón. Regresa a casa, aprieta el gatillo y
acierta. Sin ensangrentar la camisa. Entre las tumbas // del antiguo cementerio, // Lázaro
sollozaba a solas // y envidiaba a los muertos.
En otros tiempos, Heinrich von Kleist (1777-1822), descendiente de mariscales y generales,
abraza la misma carrera, la abandona, estudia, lee a Kant, pierde la fe en la
ciencia, se retira en los Alpes suizos, cultiva la tierra y escribe poesía.
Brotes de locura y fracasos teatrales. Malgasta una fortuna en un periódico
que se publica dos días... No quiere suicidarse solo. No logra convencer a
su prima, María, pero sí a Hanriette Vogel, esposa del tesorero del Rey. Un paseo
romántico con el barco por el Bodensee. Kleist dispara
en el corazón a Henriette, luego se revienta los
sesos.
Te
imaginas, querido Adrian, que no me es nada difícil hablarte de los
poetas españoles, entre los cuales algunos son míos, tal como Eminescu o
Arghezi. Te ahorro este itinerario, no sin plantar algunas piedras
kilométricas, que llevan sus nombres. Así, empiezo con los poetas-soldados: Jorge Manrique (1440-1479), fallecido durante el
asalto del Castillo de Uclés, con un trozo desgarrador de un poema, debajo de
su armadura. Luego, Gracilaso de la Vega (1501-1536), que
estatua el soneto español, junto con Boscán. Soldado de Carlos V, muerto en el
asalto de la Fortaleza
de Muy, en Provenza. No antes de pasar – es mi suposición- recluido algunos
años en Ada-Kaleh...
Aunque Cervantes, también soldado,
pone en la boca de Don Quijote aquello de que “en España hay tres
poetas y medio”, en la poesía española,
las generaciones se suceden rítmicamente y no todos, más allá de gloria
universal, han sido felices: Antonio Machado (1875-1939), apagado en Colliure
(Francia) y Juan Ramón Jiménez, premio Nobel (1955), muerto en Puerto Rico. Los
dos, exiliados, nada más al ser vencida la República Española
(1936) por las tropas del caudillo Francisco Franco, que detenta el poder hasta
1975. Casi todos los poetas de la generación del ’27,
después del asesinado de Federico García Lorca, han tomado el camino del exilio,
en total desacuerdo con la dictadura franquista, aventajados por el espacio
lingüístico hispano-americano. Entre ellos, Luís
Cernuda – Felipe León – Emilio Prados – Moreno Villa – Manuel Altolaguirre –
Juan José Domenchina – fallecidos en México.
Luego: Juan Larrea – Juan Gómez de la Serna y Guillermo Torre
– fallecidos en Buenos Aires. Y Pedro Salinas, apagado en Boston.
Y César María Arconada, en Moscú.
No se puede hablar de las cumbres de
la poesía española sin estos poetas. Entre ellos, también Rafael Alberti que - como Bergamin,
Madariaga o Sender - han vencido el exilio, como supervivientes
del franquismo. Destinos. Y destinos...
Destinos que la historia los
registra y los diccionarios de la literatura universal los distorsiona,
explicando su muerte por motivos casi siempre sentimentales. Como en el caso de
Cesare Pavese, quien explica su muerte con su
vida: ardoroso antifascista, militante comunista, condenado
por Mossolini (conspiración política), fundador de la editorial Einaudi,
traductor de Hesiod, Melville, Dickens, Faulkner etc. La explica en sus poemas
y en sus novelas. Y, sobre todo, en sus libros póstumos
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (poemas)
y El oficio de
vivir (sus Diarios – Secretum
profesional -, escritos desde 1935 hasta 1950). Paginas donde, entre tristezas, encontramos: La idea del suicidio
era una protesta de vida. ¡Qué muerte no querer morirse!..
Tampoco
Maiakovski quería morir. Existe, querido Adrian, una diferencia enorme –
no tengo, de momento, otra palabra – entre su escopeta y la de Ernest Hemingway. Pormenor que la historia literaria
sigue ignorándolo.
Voluntario en el frente italiano durante la primera guerra mundial,
corresponsal de prensa en la guerra
civil española y luego, cumpliendo la misma misión, en China y Francia, Hemingway se ha hallado
siempre muy cerca de la muerte. Herido en Italia – tenía 28 años – los
cirujanos de Venecia le habían sacado 237 esquirlas de metal de su cuerpo
ametrallado, salvándose por milagro. Cuando ha decidido
despedirse de la vida, había elegido la escopeta que más querría. Con la
cual iba de caza en Kilimandjaro.
He visto su última casa, cerca de La Habana – se la había regalado Fidel – y no dejaba
la sensación de haber sido abandonada. Allí estaba todo en perfecto orden. Los
trofeos de casa, las bibliotecas – libros hasta en el baño -, las mesas, la
cocina, los dormitorios, el pupitre alto con la máquina de escribir encima – la
columna vertebral le obligaba escribir de pie –, los zapatos, las botas. Y en
el jardín, el cementerio de los gatos y perros – cada uno con su nombre y su
cruz. Y en el cuarto de estar, las copas y las botellas, a la espera de
invitados. La balanza y el cuaderno donde apuntaba el peso del cuerpo que
disminuía molido por el cáncer. Y René, el conservador de la casa: - A papá, se le
había acabado la gasolina, ha salido y se ha pegado un tiro...
En cambio, la escopeta de Maiakovski no era suya; ni los dedos que habían
apretado el gatillo eran sus dedos. Todo era del Partido, cuyo militante
rebelde era. ¿Se ha suicidado? Pues, no tanto. ¿Y lo ha hecho por no ser
correspondido en sus amores? ¡Estupideces! Detrás estaba la desamistad de
Stalin, que había empezado a “escribir” su literatura, limpiando de literatos
el imperio euro-asiático de la URSS. Así
lo había pensado Lenin y en esto seguía Stalin. Lenin
había creado el sistema, el sistema había creado a Stalin y Stalin perfeccionaba
todo, haciendo justicia; su justicia, ajusticiando a los adversarios
reales o supuestos del sistema. Las balas en el cuello de Lenin no habían
salido de la pistola de Fanni Kaplan. Estaba
ciega. Pero la que le ha segado su vida ha sido de Stalin, exactamente de un
tal Malkov, el administrador del Kremlin.
Luego, en la cremación del cuerpo, ha participado Demian
Bendí, quien lo había rociado con un bidón de aceite. Porque no había
leña…Demian Bendi (1883-1945), amigo íntimo de
Stalin – las cartas entre los dos son espeluznantes -, poeta de lectura
obligatoria durante mis estudios universitarios, cuando no sabíamos nada de Anna Ajamatova, cuyos poemas habían sido prohibidos,
terminantemente, desde 1922 hasta 1955…
¿Qué vida, crees, Adrian, que ha sido la vida Anna Ajmatova, obligada a
vivirla apartada de sus poemas, los que eran el aíre de su vida? La voz de Rusia, como se la consideraba fuera de Rusia, aniquilada
dentro de Rusia. Perseguida y amenazada, después de que su poesía (La tarde, Rosario,
La blanca bandada, etc.) abandona el
universo intimista y el hedonismo, a cambio de un lenguaje poético de acentuado
tono cívico-social, reflejo de sus manifiestas desavenencias con el régimen
político instaurado por Lenin y Stalin. Sus libros – Anno Domini XXI y Viento de guerra
– incriminados por un tal Lunacearski (creo que te suena) han sido triturados
para pasta de papel, por orden expresa de Andréi Zdanov, explicándose
públicamente: Es
lisa y llanamente una deshonra, si me cabe decirlo, que se editen colecciones
de versos. ¿Cómo es posible que se haya publicado eso de la “fornicación a la
mayor gloria de Dios”, a que se refiere Ajmatova?
Zhdanov, quien tocaba el piano, literalmente, mientras Stalin cantaba, y
luego se reunían con Bliumkin, Agránov, Averbaj, Menzinsk, Yazev, Yagoda,
Lavrenti Beria, etc., etc, para decidir sobre el destino y la vida de los
escritores e intelectuales soviéticos desobedientes. O sea, que no cumplían con
las directivas ideológicas del Partido. Cada uno con responsabilidades
concretas, establecidas por Stalin, que cuidaba los fines, mientras los
otros se ocupaban de los medios. Así,
Yacov Bliumkin – políglota, poeta, secretario de Trotski, etc. – cuidaba de
Esenin, mientras Agránov se ganaba la amistad de Maiakovski, llegando a
proporcionarle incluso la escopeta para matarse...
Para no aburrirse, a veces, los verdugos alternaban las responsabilidades.
Menos Lavrenti Beria, que se dedicaba, preferentemente, a los intelectuales y
científicos. Él ha dispuesto la detención de Andréi
Tupolev, el genial constructor de aviones y de Serguéi
Koroliov, pionero de la ingeniería en la carrera espacial. Él también ha
metido detrás de las rejas a Gogui Yeliáva,
bacteriólogo mundialmente reconocido, solamente para poder aprovecharse de su
amante. Luego, al darse cuenta de la capacidad de estas personas, las ha
trasladado a cárceles especiales (Alexandr
Solzhenitsin), donde tenían todo lo necesario, para seguir trabajando en
sus proyectos, bajo vigilancia extrema.
Lo que no pasaba con los escritores, puesto que para escribir, no les hacen falta
laboratorios, ni tubos de ensayo, retortas o alambiques. Sus herramientas son
menos sofisticadas y, por eso mismo, mucho más difícil de vigilar. Sus alambiques
son las palabras; sus probetas, la imaginación; sus probetas y tubos de ensayo,
la capacidad de transfigurar la vida para darle un sentido bien determinado y
el mensaje necesario.
Claro, estoy esquematizando, pero esto era el laboratorio de Serguei Esenin, en el otoño de 1916, cuando ha
irrumpido en los cafés de San Petesburgo. Justo cuando los poetas y los
literatos rusos, al día con lo que sucedía en Europa, se enfrascaban en debates
interminables sobre el Manifiesto Dadaístas de Tristan
Tzara. Alto, flaco, rubio y de ojos azules, Esenin venía de Riazan, su
aldea cercana a Iasnaia Polaina, donde vivía Tolstoi. Venía después de curarse
las heridas recibidas en el frente. Llevaba todavía su capote militar y los
bolsillos repletos de poemas escritos con lápiz sobre trozos de papel de toda
clase. A sus veinte años, entendía poco de aquellos debates, pero no ha tardado
en dar su opinión: No todos saben cantar, / No todos saben ser manzana / Y caer
a los pies de otros. / Esta es la suprema / Confesión de un granuja // Ando
intencionalmente despeinado, / Con la cabeza como una lámpara a petróleo. / Me
gusta alumbrar en las tinieblas / El otoño sin hojas de vuestro espíritu...
Por
extraño que parezca, creo que estos versos, escritos durante aquellos debates,
son la mejor y más exacta opinión del alma rusa sobre el dadaísmo. Y las
coincidencias, como los caminos de Dios, son abrumadora: en la tarde del 8 de
febrero de 1916, Tristan Tzara entraba, como de costumbre, en el Café Terrasse
(luego se llamará Cabaret Voltaire), de Zúrich – calle Spielgasse, 1 – pedía, como
de costumbre una brioche y un vaso de
agua y abría los debates sobre el movimiento literario que venía construyendo y
lo tenía todo menos el nombre. Bautismo que saldrá aquella misma noche del diccionario,
cuidadosamente hojeado por Tzara para parar el dedo en la palabra dadá... Caballo de madera para los niños
y doble afirmación en rumano, por ende, negación total...
Coincidencias.
Ciudad pequeña, defendida por el relieve montañoso y sobre todo por la
neutralidad suiza, avalada por los bancos, que de este modo se defendían a
ellos mismos, Zúrich estaba lleno de refugiados, desertores, negociantes,
espías y revolucionarios, etc., y un
nutrido grupo de artistas, músicos, pintores, poetas y actores, llegado de
todas partes, muchos de Polonia, Rusia y Rumanía. Coincidencias. Allí se
hallaba Lenin mismo que, para el colmo, vivía en la misma calle, en el número
12, justo en frente al Café Terrasse, anónimo como todos, jugando al
ajedrez con los que se ofrecían – con Tzara mismo – ignorándose recíprocamente,
puesto que en Zúrich se hacía de todo, menos política. Más coincidencias, que
apenas ahora las estoy pensando: ¿de dónde había sacado Esenin la manzana? Seguro que de la brioche de Tzara, que para el conclave
espiritual de San Petesburgo iba traducida por tarta de manzana...
Y
desde las coincidencias, a las casualidades preestablecidas: entre las primeras
decisiones tomadas por Lenin, una vez llegado en el poder, ha sido la
fundación, en la primavera de 1922, de la GLAVIT,
institución encargada de literatura. El aporte de Stalin en el asunto ha sido
la coordinación de la Glavit por GPU – Directorio Político
del Estado – sucursal “intelectual”
de la Checa – Comisión Extraordinaria para Combatir la Contrarrevolución
y el Sabotaje.
Eficaz,
bajo el mando de Lunacearski, la
Glavit no ha tardado en emitir sus reglas, normas y
advertencias, empezando con la ley de la censura que dejaba de ser preliminar,
para convertirse en punitiva. Y la primera víctima, en el otoño de aquel año,
la obra poética de Anna Ajmatova.
Diez
años más tarde, en 1932, entendiendo que la misión de la Glavit
había caducado, Stalin promueve la fundación de la Unión de Escritores, donde Máximo Gorki,
embaucado por Stalin, Bliumkin (le hace una visita en la Isla de Capri) y más
colaboradores, aceptará el cargo principal. Todo esto, después de un Congreso de los
Escritores al nivel
unional, o sea con representantes de todas la repúblicas soviéticas. Y nada
mejor, como preámbulo que una excursión colectiva marítima, organizada por
Gunerij Yagoda, diestro en todo. Entre los intelectuales, invitados de honor :
Gorki, Alexei Tolstoi, Fadeev, Mijail Zoschenco, el poeta Nicolai Kúliev, el
novelista Isaac Babel, el periodista Mijail Koltzov, fundador de Ogoniok,
el príncipe Dimitri Sviatopolk, hijo del ministro zarista del mismo nombre,
pero que, profesor de literatura en Londres, se había convertido al comunismo y
regresaba para ayudar en la edificación del socialismo. Estos y muchos otros
han sido transportados hasta el lago Onega, desde donde, en más embarcaciones,
han llegado hasta el Mar Blanco, inaugurando así el famoso Canal entre los dos
mares. Orgullo de Yagoda, puesto que los 230 kilómetros –
rocas, marismas, humedales -habían sido construidos en menos de dos años, con
una quinta parte del presupuesto. Ahorro de tiempo y gastos, porque Yagoda ha
aprovechado la mano de obra de presos políticos y civiles, la mayoría de origen
campesino, los kulaks, es decir, los terratenientes que se oponían a la
socialización de las tierras. De estos,
la malnutrición, el frío polar y el calor, unos cien mil han perecido durante
la obra. Un ahorro más: a falta de hierro para reforzar
el cemento han sido aprovechados los huesos de los fallecidos. Un canal
poco profundo para los grandes buques, helado durante seis meses al año, que ha
servido para poco, mientras la línea ferrocarril Múrmansk-Arcángel funcionaba
bien todo el año.
Y
el cuento sigue con una nómina trágica de los escritores soviéticos, muertos
después de este crucero marítimo: Alexander Blok
– fusilado; Isaac Babel
–fusilado; Mijail
Koltzov – fusilado; Nicolai Oléinikov – fusilado; Nicolai Kliúev – fusilado;
Boris Pliniak – fusilado; Alexandra Fadéiev – suicidado; Pavel Yashvili – suicidado;
Mijail Dzahvashili – fusilado; Malkia
Toroshelidze – fusilado; Titsian Tabidze – fusilado; Máximo Gorki – envenenado.
Luego: Ossip Mandelstam, fallecido en el campo de
concentración de Vladivostok; Mijail Bulgakov, enfermo, apagado después
de muchas persecuciones y prohibiciones de sus obras; Boris Pasternak, enfermo sobreviviente. Hasta Nadejda Krupskaia, envenenada con una tarta enviada desde Kremlin para su
día de cumpleaños...
Y
el cuento acaba con una lista especial, la de la muerte de los verdugos de los
mencionados en la nómina de arriba: Yakov Bliumkin – fusilado;
Grigori Zinoviev – fusilado; Yacov Agránov – fusilado;
Nicolai Yezhov – fusilado; Guenrij Yagoda – fusilado; Ida Leonidovna Yagoda – fusilada; Gleb Ivanovich Bóki – fusilado.
Fusilados
no para hacer justicia a los injustamente fusilados, torturados, llevados al borde del suicidio – que, en este caso, no
era una decisión personal, voluntaria – sino para borrar las huellas del
sinnúmero de crímenes y todo testimonio directo sobre los hechos, todos abominables.
En ello, Stalin no tiene parangón. Cruel, vengativo, cínico, astuto, nadie se
había atrevido pararle en su cruzada.
Te preguntarás, tal vez, Adrian, una
vez llegados hasta aquí, ¿a
qué viene todo lo contado? Pues, créeme, que viene por algo. En lo primero,
para recordarte lo que no has olvidado – estoy seguro -, pero lo has ignorado y,
cuando no, lo has invocado dándole una significación que no tenia. Seria una
ingenuidad culpable creer que la dictadura comunista rumana ha sido menos cruel
que la soviética.
No
necesariamente para recordar el Canal Danubio - Mar Negro, donde han fallecido
miles y miles de rumanos –intelectuales, terratenientes (chiaburi), políticos, curas, etc.
– sin culpa alguna. Que luego la construcción ha sido abandonada porque existía
el peligro de inundar toda Dobrudja, tampoco tiene importancia. Era importante
hacer desaparecer a esta gente. Aparte el presupuesto exorbitante, en su total
general entrando los utillajes inútiles traídos desde la URSS.
Volver
ahora sobre el padecimiento de los intelectuales rumanos durante la dictadura
roja, significaría, por un lado, ignorar a los demás, apagados lentamente bajo
las mismas salvajadas y, por otro lado, discriminar el sufrimiento de todo el
pueblo, empobrecido y privado de sus derechos y libertades.
Es
verdad, ninguno de los grandes nombres de nuestra cultura se ha salvado del
hostigamiento ideológico del partido único. Y de entre ellos, muy pocos han
logrado resistir y sobrevivir sin abandonar su credo, su ideal y sus creencias.
Acuérdate, Adrian, de Tudor Arghezi y la prohibición de su obra durante
mucho tiempo y su eliminación de la vida publica. Acuérdate de la precariedad
material de Bacovia. No te olvides de Blaga, perseguido hasta su muerte, de Constantin Noica, condenado a muchos años de cárcel y
domicilio obligatorio. De George Călinescu, Tudor Vianu, Edgard Papu, Vladmir Streinu, apartados
de sus cátedras universitarias.
La infamia tenia dos vertientes bien
calculadas: por un lado, a los profesores se les impedía desarrollar sus
cursos, sus programas y sus trabajos de investigación; por otro lado, los
frustrados éramos nosotros, sus alumnos, obligados a seguir otras disciplinas,
que no eran ni de estética, ni de teoría de la literatura, ni, desde luego, de
literatura universal, sino de
adoctrinamiento ideológico marxista.
Y no te olvides: tres de nuestros poetas, cada uno con su obra bien cumplida,
reconocida y consagrada, no han aguantado más la presión de la vida y se han
desprendido del mundo del mundo, echándose a las aguas del Sena. Primero, Ilarie Voronca – 31 de diciembre de 1920 – 8 de abril
de 1946 -, luego Paul Celan – 23 de noviembre
1920 – 20 de abril de 1970 – y, el ultimo, Gherasim
Luca – 23 de julio de 1913 – 9 de febrero de 1994.
Nadie ha tenido la curiosidad de saber algo más de lo que se menciona en
los documentos oficiales. Gherasim Luca, por
poner un ejemplo, no se ha suicidado. Se ha arrojado a las aguas frías del Sena,
pero aquel día las autoridades municipales lo habían evacuado de su casa. Un
desahucio brutal de toda una vida entre las mismas paredes, con sus libros, sus
cuadros, su escritorio, su cama y los demás muebles. A los 80 años, sin medios
de vida, sin familia, ni amigos para aliviarle el peso de la soledad.